Si bien la humanidad siempre ha sido responsable de numerosos actos de inmoralidad y despreocupación, siempre había motivos subyacentes detrás de estos actos. Algunos eran impulsados por el orgullo, otros por la venganza y la obsesión. Sin embargo, también existían aquellos cometidos por la locura del amor. Aunque el amor no debería ser una causa para cometer crímenes, sin duda había acciones que no podían justificarse, por más grande que fuera ese amor.
Charlotte sentía una extraña mezcla de alivio y decepción, luego de bañarse bajo la regadera. Su menguante ciclo rojo diluido con el agua le confirmaba que no estaba embarazada. Pero, ella sabía de antemano lo que podría pasarle, ya que estaba sumamente mal visto que una mujer tuviera hijos fuera del matrimonio. Más aún, siendo parte de una congregación religiosa y desempeñando un papel como monja, eso sería aún más blasfemo y reprobable ante el mundo entero. Había cometido un pecado terrible, pero verse en el afortunado regazo de Dios por no estar embarazada, la hizo meditar en sus propios pensamientos.
Ella después de secarse suavemente, se alistó para el día con su hábito negro y blanco. Apenas hacía dos días que habían empezado los preparativos para el viaje a San Antonio con Alastor y, desde la perspectiva de la inocente rubia, era mejor tomar distancia para no levantar sospechas sobre la cercanía entre ellos. Pero al padre no parecía importarle jugar con fuego y no hacía las cosas menos difíciles.
Desde el día que ella se ofreció para acompañarlo al viaje, él la había estado citando a su despacho para "discutir" sobre las donaciones tanto económicas como de víveres que debían reunir antes de partir. Pero mientras charlaban, él jugaba descaradamente con ella, levantándole el hábito y haciendo que ella se frotara contra él en el cómodo sofá de su despacho, mientras le hacía releer la lista de donaciones. ¿Qué había pasado con el recto padre Anderson?
–¿Recuerdas esto? –susurraba él en su oído mientras le mordía y lamía el lóbulo de la oreja con suavidad, rozando sus caninos en el suave cartílago, arrancándole suaves gemidos y jadeos llenos de placer a la rubia.
–Tú hacías esto mientras dormíamos...– decía él entre suspiros mezclados con gruñidos llenos de risas de placer por la delicada forma en como ella parecía luchar por mantener los gemidos fuertes en su garganta, para que nadie los escuchara –pero yo puedo ser aún más descarado. Quiero ver tus dulces expresiones, Charlotte–. Aquel regalo acalorado entre sus cuerpos era un castigo perverso y excitante, que él la frotara y la hiciera terminar sin disfrutar de una cálida penetración deliciosa y una liberación en su interior.
Era como terminar algo placentero de forma dolorosa, sin ser completamente satisfactorio. Ella ya había probado la fuerza del hombre y su longitud, aprisionandolo y apretandolo en sus entrañas hasta hacerlo soltar aquel tibio y pegajoso líquido blanco, y tener que empezar a recurrir a sus dedos por las noches para tratar de recordar con placer ese primer encuentro tampoco era menos frustrante.
Sí, ella quería que él volviera a tomarla, pero la incertidumbre de si estaba o no en cinta le provocaba una inquietante sensación de emoción en el fondo de su estómago. Por ello había tomado cierta distancia. Eso, y el hecho de que por culpa del padre Alastor tuvo que mentirle a su mejor amiga, la monja Vaghata, sobre la herida en su labio inferior, teniendo la penosa conversación de que se había mordido accidentalmente al comer.
Sin embargo, Charlotte, por alguna razón presentía que si ella le pedía a Alastor que huyeran lejos de sus responsabilidades y vivieran a las afueras de Louisiana, él la seguiría encantado. Pero no quería que él abandonara todo por lo que había estado luchando durante años. –Mi madre se sentiría orgullosa si lo lograra–, le dijo él en una de sus muchas conversaciones nocturnas bajo las sábanas. –Pienso lo mismo–, respondió ella mientras ambos se tomaban de las manos y miraban el techo. Era irónico que ambos hubieran tomado un camino similar con el objetivo de honrar a sus padres con una buena y respetable posición religiosa, y aún más irónico que ahora pusieran en peligro esa posición y todo por lo que habían luchado por una pasión desmedida que compartían.
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PASIÓN O PENITENCIA
FanfictionEl padre Alastor Anderson se enfrenta al torbellino del deseo carnal con la hermana Charlotte Magnes, su amor de la infancia y ahora fiel seguidora. Entre susurros prohibidos y miradas intensas, ambos se debaten en el dilema de seguir callando sus v...