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narrador omnipresente.




Después de relajarse en el baño, pensar todo con la cabeza fría y calcular bien que iba a hacer a continuación, viendo que la mayoría ignoraba su problema, iba a ponerse de acuerdo con Ágatha para salir de ese lugar.

Primero, salió del " Salón de la Purificación " hacia el vestidor gigante que se despegó frente suya, ropa para los recién ingresados ; miles de trajes y corsets masculinos de todos los talles, colores y estilos.

El castaño, con la toalla envuelta en su pecho, se sintió cohibido al momento de ver esas prendas tan lindas que en su vida se hubiera imaginado tener a la mano. Dudo de que cosa ponerse para empezar.

Con incertidumbre agarró una camisa blanca con las mangas abombadas con volados en el cuello y las mangas, un pantalón de vestir lindo de un color verde salvia, con un corset un poco más oscuro que los pantalones ; tenía relieves muy hermosos y brillantes a la luz, y por último unas botas negras altas para romper un poco con el color del verde.

Hizo su rutina de ponerse sus vendas y arreglar su cabellera desordenada después de secarla tan bruscamente con la toalla. Intento cortarla una vez más, pero las hadas, las cuales ahora podía ver bien, se lo impidieron.

Después de prepararse, no podía reconocerse en el espejo, estaba tan consternado ; ese no era un sucio bibliotecario, o al menos ya no lo parecía con esa ropa tan fina.

Salió ahora con más calma, siguiendo a las hadas que parecían muy amistosas, le hablaban en un idioma inteligible y se reían, haciendo que el muchacho también se ría, no sabía de qué, pero las risas eran contagiosas.
   
  





  
   
Que suerte que nunca dijo en voz alta que no creía en las hadas, odiaría que esas cositas tan amigables mueran.
   
  





  
   
Una vez pasando los pasillos del inmenso castillo, se vio con un largo y gran salón, donde estaban todas las princesas ; con sus vestidos coloridos por un lado, mientras que en el otro había gente con todos oscuros, negros y lúgubres, los cuales asumía eran los " nuncas ".

Sintió una mirada fija en su ser, observándolo con muchísima atención, no sabía de dónde venía ni quien era, pero estaba seguro de que no era ninguna de las princesas, ya que la mayoría solo lo miraba de refilón, cuestionando que hacía en ese lugar o por qué estaba vestido de esa forma.

── ¡ Oliver ! ─ Grito una voz afeminada mientras corría hasta donde estaba él, haciendo que el muchacho se gire para ver a su amiga.

── ¡ Agatha ! ─ Una amplia sonrisa se extiende por su rostro al verla, mientras corria hacia la chica que lo llama, pidiendo permiso a las señoritas para pasar entre ellas, las cuales con gusto se apartaban.

Los ojos azules se ensancharon al mirar como su amiga corría con un vestido rosa floreado, con mangas abombadas que dejaban ver sus hombros y un collar de perlas en su clavícula, su pelo siempre rebelde ahora recogido en una media cola y dejando ver su rostro ; se veía bonita.

Oliver verdaderamente no entendía porque Agatha era tan criticada por sus compañeros, era una chica linda y carismática, algo sarcástica y muy impulsiva, pero ciertamente no era mala ni estaba cerca de serlo.

── Agatha, guau . . estás preciosa ─ Exclamó con una sonrisa, al momento de tenerla en frente no dudo en abrazar a su amiga por los hombres, mientras esta lo corresponden con ansiedad.

── No te burles . .

── Agui ─ Grito otra voz femenina entre una multitud de " nuncas ", haciendo que ambos amigos ahora presten atención al otro lado del salón, viendo cómo entre esos chicos con ropas oscuras sale una cabellera rubia desalineada y con lo que parecía un costal de papas con mangas.

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