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Cuando Alastor emergió de sus sombras no esperó encontrarse a la pareja de la princesa en el salón principal. Creyó que la tarde continuaría igual de solitaria y tranquila hasta que sus majestades terminaran su sesión de repostería sin necesidad de verle la cara a nadie, consideró que sería lo más grato teniendo en cuenta que era su último día en el hotel.

No podía esperar a regresar a las comodidades de su hogar.

Aunque, si lo pensaba detenidamente se había acostumbrado a los gritos y caos mañaneros del hotel, a la presencia de los huéspedes y sus locuras, el ver seguido a su par de mascotas, las comidas en conjunto y ayudar a Charlie a preparar los itinerarios de la semana. La chica era muy desorganizada pero lo intentaba y a Alastor le agradaba saber que por más que no fuera su fuerte de cualquier forma tratara de dar un buen servicio. Quizás no había pensado muy bien el proyecto y carecía de habilidades claves para la eficiencia de una mandamás pero le agradaba ver a una persona determinada por cumplir sus objetivos. Había disfrutado de sentarse a darle tips y consejos que ella escuchó atentamente, incluso anotando los innecesarios porque según sus propias palabras Alastor habia sido el asesor que habia necesitado todo ese tiempo y no dudaría en sacarle todo el provecho.

El demonio negaría que esa simple oración lo hizo sentir satisfecho con su participación, así como también negaría que su sonrisa se amplió.

Charlie tampoco se lo diría por más que lo hayan notado todos, apreciaba cuando Alastor se mostraba grato y pasaba tiempo de caridad con cualquiera porque eso significaba que se sentía cómodo allí. Lo dejaría ser él mismo si significaba que podría verlo sonreír de verdad más veces.

Aunque claro, el futuro rey tampoco era ignorante con sus propios sentimientos, no del todo. Tal vez si disfrutaba un poco, sólo un poco, de la compañía que poseia al vivir en aquel hotel. Esto por la simple razón de que se había acostumbrado y por tanto obviamente terminaría por adaptarse y soportarlos más, eso era todo.

Y claro, porque mayoritariamente se involucraba con la princesa, y ella le recordaba a su propio rey.

Su ser infantil y distraído, la manera en que las marcas de sus mejillas se contraian, el como peinaba su cabello cuando estaba nerviosa o como mordía sus labios cuando se incomodaba, las muecas, como mordía el lápiz cuando pensaba, sus expresiones tan similares... Entre muchos otros elementos que ya ni se molestaría en nombrar.

Dudaría de la relación sanguínea con la reina si Lucifer no le hubiera confirmado que efectivamente eran familiares cuando se lo cuestionó como una simple broma.

Había oído que las primeras hijas se asimilaban a los padres pero esto era ridículo.

O quizás sólo lo analizaba demasiado.

Por otro lado, Alastor podría admitir en su soledad que la gentil princesa ya no era tan insoportable, al menos la mayoría de las primeras impresiones fueron disueltas con el pasar de los meses, muchas cosas habían pasado entre ambos, algunas mas relevantes que otras. Por ejemplo, consolar a la pobre chica cuando se sentía insegura de si misma, lo cual no fue planeado pero que debió hacer si quería que la hija de Lucifer confiara en él.

El novio de papá. [RadioApple/AppleRadio]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora