15. La belleza de la vida (Parte 2)

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La calidez de su sangre llenaba sus oídos, junto con un dolor punzante que taladraba hasta su cerebro. Tratando de mantenerse en pie, Iruma sólo acató a mirar a su compañero.

—Sabro... No me vayas a quitar el vendaje de la cabeza... —dijo pensando en su identidad, antes de perder por completo la conciencia.

Afuera, los demás esperaban preocupados, acababa de sonar un nuevo estruendo del interior de la cueva, por lo que se esperaba lo peor.

Kallego miraba su reloj, faltaba poco menos de tres minutos para acabar el plazo para completar la prueba.

—Qué lástima, supongo que esto ya no será necesario —dijo apunto de tachar los nombre de ambos alumnos restantes.

—¡Espere profesor! —gritó Alice —todavía tienen tiempo.

—Joven Asmon, le recuerdo que yo soy quien toma las decisiones, además, para este punto es probable que ambos estén muertos.

—No pensé que fueras tan cruel con los de primer grado, profesor Nakamura —dijo sonriente el señor Sullivan, quien con una sonrisa amable y en calma llegaba al lugar.

—¡Director! —exclamó el maestro haciendo una reverencia junto a su alumnado.

—No hace falta tanta formalidad, vine a ver a mi querido nieto, pero supongo que e has dejado sin nieto profesor.

Todos guardaron silencio, el ambiente era lúgubre y pesado, acompañado de un silencio incómodo. Alice apretaba los puños mientras Clara se aferraba al suéter de este.

—Oh mi queridísimo nieto... ¿por qué tengo tan mala suerte? —expresó el mayor mientras se secaba una pequeña lágrima.

Sin embargo, para sorpresa de todos una nube de polvo empezó a emanar de la salida de la cueva, pequeños trozos de piedra saltaron al igual que de metal.

—¡Profesor Kalego! perdone la demora —dijo Sabro, con ligeros raspones en su rostro y cuerpo, cargando al peli azul en su espalda mientras que en su otra mano tenía las luces necesarias para pasar la prueba.

De inmediato Alice corrió hacia ambos, preocupado.

—Mi señor... Perdoneme por ser tan arrogante, no lo volveré a dejar atrás —expresó su arrepentimiento Alice tomando en sus brazos a Iruma.

—Irumachi está manchado de morado —comentó Clara señalando unas manchas en el cuello de la camisa de Iruma.

—Muy bien, es suficiente —dijo Sullivan quitando de los brazos de Alice a Iruma. —Es hora de que todos regresen a sus casas, la prueba los ha de haber dejado muy cansados, mañana el profesor Nakamura les entregará sus calificaciones.

Todos asintieron, algunos todavía estaban preocupados y curiosos, por lo que en busca de respuestas, en cuanto el director se retiró del lugar junto con su nieto, se acercaron a Sabro aturdiéndolo con preguntas.

—¡Habla de una vez maldito! ¿qué le pasó a mi señor? —preguntó Asmon sumamente molesto.El rubio por su parte, estaba sentado en el suelo, recargando su mentón de sus manos, como si estuviera buscando alguna forma de expresar sus palabras.

—El beca... quiero decir, Iruma, él me protegió... Esa bestia intentó matarnos con su grito y él cubrió mis oídos... —dijo con seriedad, reconociendo a Iruma —Si, él es digno de ser mi rival...Alice abofeteó a Sabro, molesto.

—Déjate de estupideces Shisida, si las heridas de Susuki resultan más graves tendrás que pagar con tu cabeza.

Sabro tragó saliva, en los ojos de Asmon se asomaba una bella pero aterradora llama rosa, misma que era el resultado del fuego naciente en su corazón, consecuencia del mismo embrujo que se había lanzado a si mismo con anterioridad.

—¡Azzu Azzu malo! —gritó Clara pegándole un poco de chicle en su ropa, sonriente e ingenua —El grandote trajo a Irumachi, ahora está bien.

Alice miró con desagrado la acción de la chica y luego rodó los ojos, no tenía la energía para regañarla.

—Bien, supongo que la rara tiene razón —dijo cruzado de brazos.

—Nunca pensé que Asmon fuera tan aterrador —comentó Elizabeth. A lo que otra chica, más pequeña que cubría su rostro con unas enormes gafas, asentía con nerviosismo.

En la mansión Susuki, tanto Sullivan como Opera intentaban curar los tímpanos rotos del demonio, no obstante, la sangre seguía fluyendo y les era imposible detener el sangrado.

—No pensé que los oídos de un demonio fueran más delicados que los de un humano —dijo Opera secando el sudor de su frente con su antebrazo mientras colocaba la medicina.

—Somos exorcistas, pero conocemos uy poco sobre la fisionomía de los demonios que viven más allá de la línea entre nuestro mundo y el suyo —comentó Sullivan mientras atendía al joven demonio.

—Así que por eso...

—¿Sabes Opera? No adopté a este niño para aprender más sobre los demonios —dijo con voz calmada. —Cuando lo encontré en el río, herido como ahora, pensé que su vida no había sido tan sencilla como la mía o la tuya, así que me dije ¿por qué no cuidarlo?

Opera no dijo nada, sólo escuchó atentamente.

—Quiero que Iruma viva una vida llena de alegría, amigos y en paz. —siguió hablando, para luego hacer una pausa y tomar a Opera del hombro —por eso, te pido que me ayudes a cuidar de mi querido nieto.

El pelirrojo no hizo ningún gesto o cambió su expresión, simplemente asintió nuevamente.

—Bien, me alegra mucho poder confiar al menos en ti —comentó con una gran sonrisa el anciano.

Las horas pasaban y luego de un exhaustivo trabajo, lograron curar por completo las heridas internas en lo oídos de Iruma, quien todavía yacía inconsciente. Sullivan lo acomodó en su habitación y le sugirió a Opera que lo siguiera vigilando.

—Aunque la vez pasada estaba en una condición aun peor, siento que esta vez todo se complicó aún más —expresó Opera a Sullivan antes de que el mayor se retirara.

—Lo mismo pienso y tengo una teoría, sin embargo, no puedo asegurarte nada en este momento —dijo para luego hacer una pausa. —Supongo que saldré por unos días, llámame si sucede algo.

Opera asintió, viendo como su maestro se retiraba. Miró la habitación del nuevo joven amo, contempló los muebles y el ropero sumamente costosos. Libros, ropa, juguetes y peluches.

—No entiendo  —murmuró. Miró a Iruma, quien lucía débil e indefenso, era una imagen sumamente patética que le recordaba a él. Con cuidado acercó su mano a la frente del demonio, acomodando el vendaje de la frente del joven.

Un gruñido, seguido de una fuerza inesperada, tiró a Opera. Los ojos de Iruma eran los de un animal salvaje, parecía aun inconsciente a pesar de que sus ojos estaban bien abiertos. Opera, miraba confundido al joven, quien jadeaba y gruñía, lucía asustado.

—Oh no...

De inmediato, Opera retrocedió y sacó un talismán de su bolsillo, preparado para lanzarse sobre el demonio. No obstante, no fue necesario, pues Iruma cayó nuevamente sobre las sábanas, respirando pesadamente.

—Me pregunto... si él podrá recuperarse.

¡Bienvenido a una escuela humana, Iruma!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora