La espera se me hizo eterna. Tuve tiempo para procesar todo lo que Romina contó y a mi cerebro no le gustó nada la experiencia. "De esto van a quedar secuelas", pensé. Pero bueno, nada que no se cure con años de terapia, al fin y al cabo tengo una buena psicóloga. Y sí, a pesar de todas las cosas raras que pasaron con Sabrina, aún sigo pensando que ella es una buena psicóloga y que sus métodos, aunque poco ortodoxos, pueden funcionar.
Cuando llegaron con las cervezas, lo hicieron como si fueran viejas amigas. Entraron riéndose y hablando de algo que no entendí, porque las palabras fueron ahogadas por más risas. Sobre la mesa ratona dejaron una docena de latas de cerveza, de esas que tienen casi medio litro.
—¿De verdad piensan tomar todo eso? —Pregunté.
—Y... somos tres —dijo Romina—. Calculo que, como mínimo, nos vamos a tomar dos cada uno. El otro pack de seis es por si alguien quiere repetir.
—Mmm... bueno, está bien.
En ese momento no me entusiasmaba mucho la idea de tomar cerveza; pero la iba a necesitar, quizás con un poco de alcohol pueda tranquilizar mi mente, que no para de procesar información, especialmente imágenes de Romina recibiendo anchas y venosas vergas por el culo, la concha y la boca.
Para mi sorpresa, mi ex novia y mi psicóloga decidieron sentarse juntas en el mismo sillón, dejándome solo al frente. Supuse que Sabrina accedía a esto para demostrar que, de ahora en adelante, ya no nos encontrábamos en una sesión formal. Esto era una charla entre amigas, con cervezas de por medio... una charla en la que yo sobraba. O quizás no... quizás ellas necesitaban que yo estuviera ahí, para ver cómo me mortifico con las anécdotas de Romina.
Ellas abrieron una lata cada una y empezaron a tomar. Yo preferí esperar hasta que realmente lo necesitara.
—Ahora sí, Romina —comenzó diciendo Sabrina—. Contanos qué pasó después de la charla con Bruno. Le pediste que te mandara un nuevo plomero...
—Sí, y este se tenía que hacer cargo de varios arreglos, por lo que iba a pasar más tiempo en el departamento. Antes de que el tipo llegara tuve una pequeña discusión con Horacio, similar a la de la última vez. Él me preguntó por qué tenía que estar vestida de esa manera, frente al plomero. Le respondí lo mismo que la vez anterior: "Dejalo que mire un poco, después yo le voy a pedir, amablemente, que nos haga un descuento". A pesar de que esto no le gustó nada, accedió.
—Es lo malo de ser escritor semi-profesional —dije—. Hay meses en los que no me entra ni un centavo... aunque a veces me va bien. Esto pasó en la época en la que mi economía daba asco, y la única que generaba algún ingreso era Romina. Como es su cuerpo y fue su decisión, no me opuse... a pesar de que la idea no me gustó nada.
—¿Y cómo estabas vestida? —Quiso saber Sabrina.
—Si no recuerdo mal, tenía una minifalda de jean, bastante cortita.
—Así es —dije—. No me olvido más de esa minifalda. Yo te hice notar que cada vez que te agachabas un poquito, se te veía toda la bombacha.
—Esa es la gracia. Quería tener algún recurso a mi favor, para usar con el plomero, de ser necesario. Y arriba tenía una remera negra, sin mangas...
—Y muy escotada. Tanto que se te veía el borde del corpiño. Realmente parecías una prostituta —aseguré.
—¿Y qué te molestó más, Horacio? —Preguntó Sabrina—. ¿Que Romina pareciera una prostituta o que un desconocido fuera a verla así?
—Ella se puede vestir como le dé la gana. Lo que me preocupó fue la forma en la que ese desconocido podría reaccionar al verla vestida así. Y bueno, sí... también tuve un poco de celos, no lo voy a negar. Pero se me pasaron un poco cuando vi al plomero.
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Transferencia Erótica
General FictionHoracio está afligido por un secreto que guardó durante muchos años, por eso empezará una terapia con una psicóloga muy particular, llamada Sabrina. Con ella descubrirá que la terapia no se parece en nada a lo que había imaginado.