Fue un gran alivio no tener que esperar tanto tiempo para asistir a terapia con Sabrina. Ésta era la primera vez en la que las sesiones se darían dos veces a la semana. La primera fue el martes y para mí fue un gran avance. Me animé a contarle mi segunda experiencia con Lucas. Pero mi ansiedad desbordaba por una promesa que ella me había hecho durante esta misma sesión.
Llegó el jueves y no me hice esperar, a las seis en punto de la tarde toqué el timbre del consultorio y, como si ella me hubiera estado esperando, la puerta se abrió al instante.
La escena con la que me encontré me llevó a pensar que realidad no me estaba esperando; Sabrina se estaba despidiendo de uno de sus pacientes. Un flaco al que no le di mayor importancia, ni siquiera lo saludé, porque mis ojos fueron atraídos por la minifalda de jean de la psicóloga. Era muy pequeña para su voluptuosa anatomía. Tal vez en una chica más delgada no hubiera causado tanto impacto; a ella le quedaba muy ajustada.
Iniciamos el ritual anterior a cada sesión: subir las largas escaleras de mármol. Pensé que, por su particular atuendo, me diría que vaya primero; pero no. Empezó a subir los escalones sin mirar atrás.
Levanté la mirada y me encontré con una imagen casi obscena. Puede ver buena parte del gran culo de Sabrina, y su ropa interior... se trataba de una tanga roja que se le metía entre las nalgas y le marcaba muy bien la vulva. Casi se me pone la verga dura ahí nomás. Subí despacio, midiendo el ritmo para poder seguir contemplando ese espectáculo erótico. Con cada paso que daba, Sabrina me mostraba una parte de su entrepierna. La tenía tan cerca que hubiera podido tocarla tan solo con estirar el brazo... por supuesto no hice tal cosa.
Entré al consultorio, después de ella, completamente excitado. No tenía una erección de puro milagro.
Sabrina se sentó en uno de los sillones blancos y yo en el otro. Casi de inmediato me di cuenta de que si ella no tenía suficiente cuidado, podría cometer el error de mostrar la tanga, si es que separaba las piernas demasiado. Probablemente era consciente de esto, ya que sus piernas estaban muy juntas. Esta vez no había mates ni café, pero no me importó, yo había venido por otra cosa.
—Estuve esperando mucho por este día —le dije, emocionado.
—¿Ah sí? ¿Y por qué?
—Por lo que me prometiste contarme la semana pasada... algo sobre una experiencia incómoda.
—Ya veo. Está bien, si te lo prometí, entonces te lo voy a contar. Pero desde ya te aviso que no se parece en casi nada a tu experiencia con Lucas. Lo digo para que no empieces a imaginar cosas raras.
—Está bien, no imaginé nada de nada. De verdad. Solamente quiero escuchar lo que me vas a contar.
—Bueno, mejor así. Lo que te voy a contar es sobre un paciente que tuve hace un tiempo... obviamente no te puedo dar su nombre real. Pero para facilitar un poco el relato podemos decir que se llamaba... em... no sé... ayudame vos, sos el que tiene creatividad. Ponele nombre al paciente.
—Mmm ¿Nacho? Lo digo porque no conozco muchos Nachos... solo de vista.
—Está bien, mientras más lejano sea el nombre, mejor. Yo tampoco conozco algún Nacho que sea cercano a mí, así que servirá. De ahora en adelante este paciente anónimo se llama "Nacho".
—Perfecto —asentí con la cabeza y me quedé sentado muy recto, con las manos sobre las rodillas.
—Desde el primer momento me di cuenta de que Nacho no sería un paciente común y corriente, ya había actitudes que delataban que traería problemas. Por ejemplo, lo primero que hizo al entrar al consultorio fue mirar por todos lados, como si fuera un perro olisqueando el aire. Le pregunté si estaba buscando algo en particular y él me dijo que solo quería asegurarse de que "todo estuviera en orden". Vos estás viendo prácticamente el mismo consultorio que él —señaló a nuestro alrededor—. Lo único que no había en ese entonces eran estos sillones blancos, pero tenía otros, más chicos. Unos marrones, que tuve que tirar porque ya daban vergüenza, en ese entonces todavía servían; pero no eran muy bonitos. En fin, la cuestión es que no hay mucho para analizar dentro de esta habitación, tiene lo justo y necesario. Pero él miraba todo como si de pronto la abrochadora fuera a saltarle al cuello, o como si el piso fuera a desmoronarse. No me gusta prejuzgar a la gente, pero mi formación como terapeuta me brinda las herramientas para ir notando ciertos patrones de conducta. Me di cuenta de que Nacho era bastante paranoico. Sin embargo éste resultó ser el menor de sus problemas.
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Transferencia Erótica
Narrativa generaleHoracio está afligido por un secreto que guardó durante muchos años, por eso empezará una terapia con una psicóloga muy particular, llamada Sabrina. Con ella descubrirá que la terapia no se parece en nada a lo que había imaginado.