III.

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Chuuya estaba seguro de que durante los años que formó equipo con Osamu Dazai bajo el nombre Soukoku, no se había sentido tan incómodo como en ese momento.

Existía el rumor, que rayaba con la mentira, de que se habían acoplado bien el uno al otro como por arte de magia, como si estuvieran destinados, cuando no fue así; pues muy a su manera tuvieron que aprender del otro para poder llegar a ese punto de confianza ciega. Secreto no era que sabían trabajar en conjunto —incluso sobre las quejas de Chuuya por el ritmo acelerado de Dazai para todo—, siempre destacaron por el hecho de que no necesitaban comunicarse nada para saber qué pensaba el otro. Mori no comprendía del todo esa conexión, pero por supuesto que le sacó provecho en cuanto se percató de esta misma y durante el tiempo que estuvieron bajo su tutela. Aprendieron a confiar ciegamente, a tolerarse y actuar sin perderse de vista mientras no fuera parte del plan; y las pocas veces que alguno de los dos cometía un error, el cual terminaba con una consecuencia para el otro, la culpa les obligaba a guardar distancia ante la nula idea de cómo disculparse. Esa lealtad mutua solo tenía presencia en el campo de batalla, durante una misión; pues una vez terminada, era como si fueran completos desconocidos. Aunque muy en el fondo persistía el interés, el cual no se permitieron expresar.

De esa forma continuaron por un tiempo, guardando emociones y pensamientos que realmente querían sincerar y que terminaron por reprimir. Casi fue un alivio para los dos el ya no toparse, pues no tuvieron que preocuparse por lo que ocurriera por ambas partes; eran enemigos, podían cuidarse solos. Por ello, la situación en la que Chuuya estaba metido era, por demás, como una espina en el trasero. Estaba molesto, apenado incluso, se negaba a tener que depender de Dazai de tal forma.

Se llevó ambas manos al cabello rojizo y lo alborotó, fastidiado porque tenía más de veinte minutos leyendo el mismo documento y ninguna palabra tenía sentido para su caótica mente.

—¡¿Pero por qué tienes que hacer tanto ruido?! —se quejó de la nada. Dazai ni se inmutó en despegar la vista del papel frente a él—. Te odio tanto.

El castaño sonrió levemente.

—Chuuya se ha vuelto loco. No he dicho nada en horas.

—¡Lo haces ahora! —acusó molesto.

—Es porque la babosa está haciendo un escándalo sin razón aparente. ¿Leer tanto te atrofia las pocas neuronas que te quedan?

Caballa apestosa.

Perchero con patas.

—Idiota insufrible.

—Palurdo de ojos preciosos.

—¡¿Ah?! —El rostro de Chuuya pasó a rojo en un instante—. ¡Eso ni siquiera es un insulto! —alegó, levantándose de su lugar y señalando con el dedo.

—Palurdo lo es —explicó el castaño—. También tienes unos ojos preciosos, y creo que si viene de mi, cuenta como insulto doble. ¿No crees?

—¡Jódete!

Dazai rio ante el bochorno que el mafioso trató inútilmente de esconder. La torpeza de sus manos al querer recuperar el documento que lanzó en cuanto se levantó y las orejas rojas, fueron la señal de que había ganado la pequeña batalla una vez más. Jamás se cansaría de la facilidad con la que podía sacar a Chuuya de control.

Suspiró cuando lo vio acercarse a la barra por tercera ocasión y servir vino en la copa ya vacía. La verdad es que venía dándole vueltas desde hace rato, pero prefirió no acotar nada para no hacerle sentir más invadido de lo que seguramente ya estaba, pero era la tercera copa de Chuuya y no parecía afectarle en nada; en comparación con otras ocasiones en las que el pelirrojo sucumbía irremediablemente ante el alcohol. Ahora parecía ser todo lo contrario, su sistema nervioso debía estar más que estropeado, si le obligaba a mantenerse despierto y alerta a pesar de la hora.

ENTRE LUZ Y OSCURIDADDonde viven las historias. Descúbrelo ahora