Encerrado

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El auto se sacudía conforme avanzaba. Mineta miraba por la ventana completamente decaído mientras sus padres iban adelante. Lo levantaron temprano por la mañana para irse, ni siquiera le dió el tiempo para despedirse de sus amigos. La ruta se extendía a lo largo entre árboles y edificios. Era difícil creer que el hospital quedara tan lejos de la escuela y de su casa, a casi 5 horas en auto. Lo único que llevaba era una valija con algo de ropa, objetos de higiene básica y un par de zapatos extra. No le permitieron llevar su celular o algún objeto de entretenimiento, así que su estadía aparte de humillante sería aburrida. No tenía la menor idea si sus compañeros lo visitarán teniendo en cuenta la distancia y no sabía qué le harían allí. Tampoco que tuviera la posibilidad de escapar usando su don, le habían hecho tomarse una pastilla para inhabilitar este por 24 horas y ya le advirtieron que sería uno de los tantos medicamentos a tomar de los cuales no recordaba el nombre. Escaparse por sí solo no sería útil, cualquiera podría cargarlo y llevarlo con facilidad, como esos tipos lo hicieron. Su vida fue arruinada gracias a él mismo por todos los errores que cometió.

Terminan por llegar al lugar, un enorme edificio color crema repleto de ventanas, con que este era el hospital Kokoro. No se veía feo, pero pensar que se quedaría sepa dios cuanto tiempo allí lo desesperaba. Entran a la sala de espera siendo recibidos por el abrumador movimiento de los doctores y los pacientes, había demasiado ruido, todos se veían alterados. Sus padres se acercan al mostrador para terminar de llenar y entregar los documentos faltantes, dejando a su hijo por unos minutos sentado en la sala de espera. Él mantenía la cabeza gacha con sus pensamientos hechos un torbellino de nervios y ansiedad. El ambiente clínico solo le recordaba lo putamente herido emocionalmente que estaba, un hecho que no quería aceptar.

Sus padres se le acercan junto con una doctora, ya era momento de irse.

–Hola, Minoru Mineta, ¿verdad?– dijo la doctora con un tono amable siendo respondida por un asentimiento. –Voy a llevarte a tu habitación, saluda a tus papás que tenemos que ir–

Mineta se levanta de su silla para ver a sus padres agachados, extendiendo sus brazos para abrazarlo. Él se los da con fuerza. Se sentía como un niño pequeño al que estaban por llevar a su primer día de jardín solito. En un susurro simplemente ruega...

–No me dejen aquí... por favor–

–Esto es por tu bien hijo. No te preocupes–

–En serio no quiero ir... me da miedo– No los soltaba, no quería soltarlos. La doctora le tocó el hombro en señal de que se marchaban. Seguía sin moverse. La doctora le tira un poco el hombro para insistir y Mineta sede. Se va al lado de ella sin voltear a ver atrás, le daba vergüenza que lo vieran así. Con cada paso dentro del hospital aumentaba la sensación de encierro a pesar de la gran cantidad de ventanas del lugar.

–Bien, esta es tu habitación. Ponte cómodo que en unas horas te atenderá Masada–

–¿Quién?–

–Tu terapeuta asignado. Es muy amable, seguro se llevarán bien–

La doctora salió de la habitación dejando la maleta del chico con la puerta cerrada. Mineta se sienta en la cama y observa su cuarto detenidamente. Un escritorio, una ventana enorme cubierta por una cortina traslúcida, un armario sin puertas y un sofá chico. Era un lugar limpio y bastante bonito, todo con colores claros y armoniosamente estéticos. A cualquiera le traería calma, excepto a él. Mirar la habitación solo lo hizo sentirse mucho peor. Estaba todo tan tranquilo y callado que se sentía horriblemente ajeno. Jamás pensó extrañar tanto los posters de su pared, su cama, el constante bullicio que se escuchaba de la sala común, extrañaba hasta esos sillones verdes de mal gusto. Pero definitivamente lo que más echaba de menos era a su profesor, a sus amigos, su... familia. ¿En qué momento volvió a llorar?

...

Habían pasado casi dos horas entre llantos y pensamientos feos. Se le había agotado la energía para llorar por lo que se quedó mirando el techo sintiendo el peso de estar encerrado.

"Esto es patético. ¿Realmente dejaste que te jodieran tanto como para terminar aquí?"

"Ya cállate"

"Seguro que todos están más felices sin un degenerado como tú"

"Por favor basta"

"Te lo ganaste, ahora no saldrás de aquí"

"Pero-"

Su charla interna fue cortada por el sonido del golpe de la puerta. Esta es abierta y un hombre de más o menos 30 años pasa, usaba lentes y su pelo era color naranja oscuro, además de llevar una expresión tranquila en su rostro. Llevaba puesta una bata de hospital sobre ropa diaria y traía un cuaderno con una lapicera. Mineta se sienta en la cama y lo mira con desconfianza. No le gustaba la idea de quedarse solo con un tipo mayor que no conocía, pero no le quedaba de otra.

–¿Eres Masada?–

–Sí, supongo que ya te avisaron que me toca atenderte– No recibió respuesta. Solo atinó a ubicar el banquito que había traído delante de la cama.

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