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Después de aquel suceso, Matías volvió a la facultad como normalmente hacía, con un conjunto de ropa diferente, su cartuchera llena de resaltadores y su termo para tomar mate con sus amigos durante las clases.

Ni siquiera le importó mirar su celular porque prefirió charlar con sus amigos del nuevo modelo de bolso Gucci que había salido.

Las clases fueron tranquilas y al mediodía caminó por el campus hasta la salida para esperar a que su chófer lo fuera a buscar. En el trayecto decidió revisar su celular, viendo que tenía varios mensajes de un número que no tenía agendado que tenía de foto de perfil a un perrito de color gris.

Ni siquiera le dio tiempo a entrar al chat cuando chocó contra el cuerpo de alguien.

Estuvo a punto de insultar a quien sea que lo hubiera chocado, pero cuando levantó la mirada se encontró con un par de ojos verdosos que lo observaban fijamente, con una mueca no muy amigable.

—¿Me vas a seguir ignorando? —habló con seriedad, haciendo que Matías se arrepintiera un poco de lo que había hecho.

En esos momentos debía admitir que tenía un poco de miedo. ¿Y si lo secuestraba y le hacía algo? No sabía en qué momento se le había ocurrido que era buena idea meterse con un tipo que le sacaba una cabeza y se parecía a esos delincuentes que veía en las noticias que robaban y mataban gente.

—No te estaba ignorando, no vi el celular hasta ahora —se excusó, dando dos pasos hacia atrás mientras miraba hacia los costados en búsqueda de alguien que lo pudiera ayudar en esa situación.

Estaba preparándose mentalmente para gritar por ayuda si hacía falta.

“Claro, y tus historias en instagram beboteando se subieron solas”, pensó Enzo pero se guardó el comentario, sin querer parecer un acosador que había estado buscando una forma de contactarse con él.

Todo porque no le quería hablar a Valentín para que le pidiera su número a su novio, porque sabía que el morocho lo iba a tomar como una excusa para burlarse de él por los siguientes cuatro meses mínimo, ya que él nunca había hecho eso con nadie, ni siquiera con las chicas que se solía hablar. Él era directo y no le gustaba la gente que daba vueltas, así que le resultaba raro ahora que no lo había enfrentado desde un principio.

—No me importa, quiero mi campera de vuelta —le reclamó, observando la mueca de miedo que tenía el chico.

En el fondo se le quería reír en la cara, pero ya había confirmado que con esa faceta bromista no había podido hacer que el chico le hiciera caso, así que optó por darle miedo para que le devolviera la campera. No podía negar que le daba ternura que el más bajito se comportara de esa manera, creyendo que cualquier persona con su “aspecto” iba a hacerle daño, como si no existieran los delincuentes que se vestían de otra forma.

Sabía que Matías era ingenuo en ese sentido y no lo hacía con mala intención, pero aún así le daba curiosidad saber por qué razón pensaba de esa forma o qué fundamentos tenían sus padres para haberle enseñado eso.

—Está en mi casa, la tengo que ir a buscar… —se excusó, mirando de reojo su celular con la esperanza de que Jorge le hubiera mandado un mensaje diciéndole que ya había llegado.

—Yo te acerco, vamos.

Matías se quedó en silencio mientras lo veía acercarse a su moto para buscar su otro casco. No sabía cómo decirle que lo iban a venir a buscar porque era obvio que el contrario no lo iba a dejar ir solo por miedo a que se volviera a escapar.

—Ehh… No hace falta, me vienen a buscar —habló, intentando fingir demencia y no pensar en las consecuencias que tenían sus acciones en ese momento.

diferentes - matienzoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora