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Matías lo conoció en el cumpleaños de uno de sus primos.

Él odiaba a su primo, o bueno tampoco tanto, pero sí odiaba tener que ir a su casa y convivir con todos sus hermanos y niños chicos que tenían algunos de ellos. Y no sería un problema realmente de no ser porque vivían lejos de la ciudad.

Matías odiaba cualquier lugar donde hubiera tierra y ensuciara sus zapatillas.

Odiaba los mosquitos de noche porque a él le gustaba usar ropa corta, odiaba el pasto rozando su piel y más aún odiaba la tonada rara que tenía esa parte de su familia.

A veces pensaba que todo estaría mejor si sus padres nunca se hubieran amigado de nuevo con ellos después de que la muerte de su abuelo los dejara en una disputa familiar por su herencia.

Se había estado muriendo de frío, así que había decidido ponerse su abrigo y separarse del grupo de gente porque el griterío de niños y chusmerío de los adultos lo habían hartado.

Se quería ir de ahí, e incluso pensó en decirle a su chófer que lo llevara y después volviera por sus padres, pero sabía que ellos se iban a molestar porque no les gustaba que le diera órdenes a sus empleados.

A Matías eso le parecía injusto, él era su hijo, ¿por qué no podría darles órdenes también?

Le molestaba que pareciera que sus empleados tenían más derechos que él.

—Hola, lindo —lo había saludado, y al principio se asustó.

Matías no acostumbraba a toparse con ese tipo de personas, e inconscientemente se terminó separando de él por miedo a que le fuera hacer algo.

Su acción pareció causarle gracia al más alto.

—No te voy a asaltar, tranqui —se burló, incomodándolo. 

Matías no le creía.

Su primo tenía amigos raros, empezando por su novio que había conocido jugando fútbol en una plaza. Ellos siempre lo contaban como una anécdota chistosa pero Matías no podía dejar de pensar en cómo alguien conocía a otro alguien en medio de una plaza. Y peor aún, después de que casi le rompiera la moto de un pelotazo.

Máximo era muy tonto, o eso al menos pensaba Matías. En su mente no entraba la idea de que se pudiera haber enamorado de un villero.

Porque sí, para él Valentín era eso, sin importar qué tuviera una moto o estuviera estudiando, todas las cosas que hacía eran repudiables. 

Era un crimen para él que le hubiera regalado una taza con un diseño horrendo y que estaba deformada, aunque Máximo dijera que era lindo el gesto de que lo hubiera creado desde cero.

Si Matías llegaba a tener un novio así, probablemente le cortaría ese mismo día.

—¿Querés? —le ofreció el copón con fernet después de ver que el chico se le había quedado mirando.

Matías hizo una mueca de disgusto.

—Qué asco, no gracias —lo rechazó y el contrario rodó los ojos.

—Que denso, todos los chetitos son iguales, con razón Maxi no se junta con ustedes —soltó un poco cansado.

Enzo solo había querido hablarle e integrarlo al grupo porque no parecía muy cómodo estando ahí, no se merecía ese trato.

Sus palabras solo parecieron hacer explotar a Matías después de haberse estado aguantando injusticias en contra suya todo el día.

—¿Qué mierda te pasa? Vos me empezaste a hablar, dejame de joder —soltó, sorprendiendo un poco al más alto, en definitiva sin esperarse que alguien como él pudiera insultar.

diferentes - matienzoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora