Prólogo

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Fayetteville, Carolina del Norte. 

23 de diciembre de 2011.


El chico tras la barra la miró.

—Esta identificación es falsa.

—¿Y eso quién lo dice? —le espetó Kina.

—Lo digo yo. Créeme, he visto muchos y este es, con diferencia, de los más pedorros. 

Kina gimió. Apoyó los codos en la barra y se pasó las manos por la cara.

—Mira, solo quiero una cerveza. No, necesito una cerveza. ¿No podrías pasar por alto el pequeño detalle de la identificación y ponerme una? He tenido un día de mierda.

El chico sonrió sin dejar de observarla y se inclinó hacia delante. Los músculos de sus brazos se marcaron a través de la ropa y Kina no pudo evitar fijarse en él. Era guapo, con el cabello negro y unos ojos igual de oscuros. Su piel bronceada resaltaba contra el blanco de su camiseta de Guns N' Roses. Era muy atractivo y parecía simpático, por lo que el fallo debía de estar en otra parte menos visible. En el fondo, seguro que era un pendejo, como todos.

—Cuéntame tu día de mierda.

—¿Qué? —inquirió Kina, entornando los ojos con desconfianza.

—¿Quieres esa cerveza? Convénceme de que merece la pena que me juegue mi empleo por servirle alcohol a una menor. Por cierto, ¿cuántos años tienes?

—Eso no es asunto tuyo. Ni tampoco mis problemas.

Kina le quitó su identificación falsa de las manos y se bajó del taburete. Sin mirar atrás, se encaminó a la salida, maldiciendo por lo asquerosa que era su vida y lo asquerosas que iban a ser esas Navidades.

—¡Eh!

Oyó que el camarero la llamaba, pero no estaba de humor para aguantar tonterías de nadie; por muy bueno que estuviera. No ese día. Alzó la mano y le enseñó el dedo corazón, con un «chinga tu madre» a modo de despedida.

No tardó en encontrar otro antro, bastante más cutre que el anterior y con un camarero más interesado en hacer caja que en meterse en un lío por permitir la entrada a una menor. No iba a ser ella quien se quejara.

El bar estaba hasta arriba de militares. La base de Fort Bragg se encontraba muy cerca de allí y ver soldados en todas partes era lo habitual. No tardó en entablar conversación con un par de ellos. Eran simpáticos y parecían inofensivos, por lo que dejó que la invitaran a tomar algo.

Horas después, Kina intentó enfocar su mirada turbia en la pantalla de su teléfono. Dios, eran las dos de la mañana. ¿Cómo demonios se había hecho tan tarde? Tenía diez llamadas perdidas de su padre y varios mensajes de voz. Seguro que estaba encabronado; y a ella, lejos de importarle.

—Muchachos, tengo que ir al baño —anunció.

—¿Necesitas que te acompañe? —le propuso uno de los soldados. Su mirada caliente la recorrió de arriba abajo.

Kina arrugó la nariz con un gesto coqueto.

—Gracias. Prefiero que te quedes ahí sentadito como un buen chico. Él no dijo nada y se limitó a sonreír, sacudiendo la cabeza.

Kina se puso de pie. Después, con paso torpe, se dirigió a los sanitarios. Empujó la puerta y lo que vio la hizo vacilar. Estaban asquerosos. Apretó las piernas con fuerza, pero cualquier reserva que pudiera tener desapareció bajo la apremiante necesidad de deshacerse de todo el líquido sobrante de su cuerpo.

Breaking the Rules- Min YoongiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora