Vantiel

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—Desnúdate —su padre tenía una vena en la frente que estaba a punto de explotar mientras se sacaba el cinturón—. Te hemos dado tanta libertad y ni siquiera la mereces.

Nate se sentía expuesto al quitarse la ropa en silencio, no hacerles caso a sus padres sería un castigo peor, debía ser un hombre y aguantar el castigo. Sintió un escalofrío por su cuerpo al sentir la brisa de esa fría noche.

Las heridas de su cuerpo dolían como el mismo infierno, las gotas de sangre corrían por su piel provocando aún más dolor hasta llegar a la alfombra blanca de su sala de estar. Nate sabía que si soltaba alguna lágrima el golpe sería aún más fuerte, así que sólo pudo morder sus labios para evitar algún quejido de su parte.

"Los hombres no lloran."

Esas palabras se repetían en su cabeza mientras aguantaba los golpes de su padre, no sabía cuánto tiempo había pasado, sus piernas temblaban y sudor frío recorría su cuerpo, sin embargo, sabía que lo golpearían más fuerte si llegaba a caerse.

Al terminar se despidieron de él con lágrimas en los ojos diciéndole que era por su bien, que querían lo mejor para él. Lo abrazaron sin importar las heridas en su espalda y se fueron dándole un beso frío en su frente, pensando que así arreglarían todo el daño que le provocaron.

Nate ordenó su departamento como de costumbre a pesar del dolor que sentía en su cuerpo, fregaba con insistencia la alfombra para borrar la sangre que había salpicado en ella, no derramó ni una sola lágrima en todo momento, debía ser fuerte, los hombres no lloran.

Se bañó y limpió sus heridas con cuidado, aguantándose el sufrimiento de los roces de su ropa, se sentía tan débil y humillado, pero él sabía que había sido su culpa por no obtener la calificación máxima.

Al acercarse al espejo se rompió a llorar al ver su rostro, odiaba los golpes en la cara, le dejaban heridas notorias que eran difícil de ocultar.

Falta a clases por unos días, necesitas sanarte. No comas tanto, odio ver tu cuerpo.

Los padres de Nate sabían lo peligroso que sería que lo vieran así, comenzarían los rumores, investigaciones y llegarían al paradero de los culpables, algo que ellos realmente no querían, sin embargo, al saber que Nate era un chico fácil de controlar, sabían que eso nunca pasaría.

Llegó un nuevo día y Nate debía seguir soportando el dolor que sentía en su piel, sus marcas en el rostro eran notorias al igual que las de su cuello. Él sabía que tendría que usar bufanda cuando vuelva a clases y lo detestaba, ya que la tela rozaba sus heridas y los hilos de esta quedaban enganchadas en sus escaras.

Tomó su café disfrutando del silencio hasta que observó su alfombra con las manchas de sangre del día de ayer, recordándole una vez más que estaba atrapado en una jaula y que a pesar de ser liberado, no sabría a dónde ir.

Como no conocía el amor paternal se le hacía extraño ver el contacto entre padres e hijos, todo era diferente en el exterior, todos vivían en un sueño mientras que él seguía viviendo en una pesadilla, una pesadilla que ha vivido toda su vida y por ello lo llama hogar.

Nate odiaba las redes sociales, odiaba la televisión y odiaba estar pendiente de su celular, lo único que le importaba era su música, lo único que lo ayudaba a salir de la realidad era escuchar las hermosas melodías que tenía guardadas, odiaba el ruido, pero podía escuchar sus canciones a todo volumen, odiaba las voces, pero podía escuchar cantar a su cantante favorito todos los días.

Lo que Nate no sabía es que esa mañana fría lo estaba esperando el chico de ojos azules para saludarlo. Luego de meses por fin se habían podido dirigir una palabra y eso era suficiente para él, sin embargo, se llevó una decepción al no encontrarlo en todo el día.

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