0. Prologó

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Mis ojos se abrían pesadamente cada mañana, la neblina del sueño aun nublando mi mente. Pero no era la somnolencia lo que me agobiaba, sino esa sensación aplastante de no pertenecer. De ser un pez fuera del agua, un pájaro enjaulado. Aquellas cuatro paredes se sentían más como una prisión que un hogar.

Conforme avanzaba el día, lograba sacudirme esa inquietud existencial. Me concentraba en las tareas cotidianas, encontrando consuelo en la rutina. Cuando caía la noche, me permitía sumergirme en la gratitud por las pequeñas cosas: una cena caliente, un libro interesante, la calidez de las sábanas. El cansancio me vencía y me dejaba arrastrar al reino de los sueños con una sonrisa en los labios.

Pero al despuntar el alba, el ciclo volvía a comenzar. Los primeros rayos de sol no traían calidez ni alegría, sino una nube de sospechas que se cernía sobre mí, susurrando que no encajaba, que este mundo no era el mío. Un desasosiego visceral me invadía, instándome a huir, a escapar de esta existencia que ya conocía demasiado bien.

Los recuerdos se desdibujaban, convirtiéndose en sueños difusos que se desvanecían al abrir los ojos. Ya no podía distinguir la realidad de la fantasía. En mi mente, sólo resonaba una voz apremiante: "Corre, corre antes de que sea demasiado tarde."

Memorias en la NieveDonde viven las historias. Descúbrelo ahora