1. ESCAPE DE LA REALIDAD

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Los rayos del sol naciente lograban colarse entre las copas de los ancianos pinos, proyectando destellos cálidos sobre mi rostro. Lentamente abrí mis párpados, pestañeando para acostumbrarme a la luz. Una fría caricia me hizo estremecer cuando grandes copos de nieve comenzaron a caer lentamente a mi alrededor. Intenté incorporarme, pero un agudo dolor taladraba mi cráneo.

—¡Argh! —me quejé llevando una mano a mi cabeza, palpando con cuidado.

Unos segundos después, finalmente fui consciente del extraño ambiente que me rodeaba. Arboles cubiertos de un manto blanco se erguían majestuosos, sus ramas parecían brazos estirados hacia el cielo gris perla.

¿Cómo llegué a este bosque nevado?

La pregunta rebotó en mi mente mientras mis ojos vagaban confundidos por el paisaje invernal. Traté de no entrar en pánico y en su lugar me forcé a hacer memoria sobre los eventos que me condujeron a esta situación. Revisé mi ropa, quizás algún objeto en mis bolsillos despertaría mis recuerdos, pero no había nada allí, ni una sola pista.

¿Me habrán robado?

Esa idea cruzó por mi mente, pero la descarté casi de inmediato.

No, espera. ¿Por qué no puedo recordar nada?

Utilizando el tronco de un pino cercano como apoyo, me puse de pie con dificultad. Los movimientos bruscos desataban punzadas en mi cabeza, causándome mareos que me obligaban a cerrar los ojos instintivamente.

No puedo quedarme aquí.

Lentamente avancé de árbol en árbol, deteniéndome a inspeccionar cada recoveco, cualquier señal que me ayudara a encontrar el camino de salida de este laberinto boscoso. El temor a extraviarme más y más en la espesura comenzó a apoderarse de mí.

¿Y si me adentro cada vez más en el bosque? ¿Y si nadie me encuentra?

Los pensamientos negativos arremolinándose en mi mente me hicieron entrar en pánico.

—¡AYUDA! —grité con todas mis fuerzas, deseando que alguien acudiera.

Pero sólo el eco de mi voz retumbó entre los pinos. El único sonido que percibía era el furioso latido de mi corazón. Sabía que el miedo era mi mayor enemigo, así que tomé profundas bocanadas de aire helado para calmarme.

—Voy a estar bien... —me dije en un esfuerzo por convencerme.

Esperaba escuchar a alguien llamándome, buscándome, pero entonces un pensamiento escalofriante me golpeó.

¡No recuerdo mi nombre!

—Mi nombre es... —balbuceé, frustrada al darme cuenta de que no podía completar esa simple frase.

La desesperación de sentirme totalmente indefensa y desorientada me invadió. Llena de rabia, apreté los puños y descargué un golpe contra el tronco de un árbol. El brazalete que llevaba puesto se desprendió de mi muñeca y cayó sobre la nieve. Lo recogí examinándolo detenidamente, sabiendo que no me pertenecía realmente.

—¿Cómo lo conseguí?...

Inspeccioné con cuidado la bella pulsera de piedras buscando la hebilla rota. De pronto, unas palabras grabadas en una de las gemas captaron mi atención.

"Hija"

Fue entonces que apresurada revisé el resto de las piedras, donde más inscripciones se revelaron ante mis ojos. Todo cobró sentido en ese instante.

"A mi querida hija, Cattleya"

Un rayo de esperanza iluminó mi mente. Ese brazalete significaba que alguien debía estar buscándome. Con renovada determinación, guardé la valiosa pulsera y continué mi camino, decidida a salir de ese bosque y encontrar las respuestas que tanto necesitaba.

Memorias en la NieveDonde viven las historias. Descúbrelo ahora