2. AMNESIA

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La habitación parecía encogerse a mi alrededor mientras Arlo y Eva me observaban con una mezcla de preocupación y cariño en sus ojos. A pesar de que apenas los conocía, sus miradas transmitían una familiaridad desconcertante, como si pudieran leer cada una de mis emociones. Se percataron al instante de mi inquietud, y sus rostros se iluminaron con sonrisas cálidas y reconfortantes, como rayos de sol atravesando nubes de tormenta.

En ese momento, la puerta se abrió con un suave chirrido, revelando la presencia imponente del doctor Ezra. El hombre que cruzó el umbral emanaba un aura de tranquilidad y sabiduría que contrastaba con su apariencia juvenil. Sus treinta y pocos años se reflejaban en la vitalidad de su piel olivácea y en la energía de sus movimientos.

El cabello negro del doctor Ezra parecía desafiar la gravedad, con mechones rebeldes que se alzaban en todas direcciones, como si hubiera pasado sus dedos por ellos incontables veces durante una noche de estudio intenso. Sus ojos, del color del whisky añejo, brillaban con una intensidad que sugería una mente constantemente en movimiento. Las cejas gruesas y bien definidas enmarcaban su mirada, acentuando una expresión que oscilaba entre la seriedad profesional y una curiosidad casi infantil.

La bata blanca que vestía estaba impecablemente planchada, contrastando con la ropa oscura que se vislumbraba debajo. El nombre "Dr. Ezra" bordado en hilo dorado sobre su pecho parecía brillar bajo la luz tenue de la habitación. Su postura era la de alguien acostumbrado a cargar el peso de las preocupaciones ajenas: erguido, pero no rígido, con los hombros ligeramente inclinados hacia adelante en una actitud de perpetua escucha.

—Buenas noches, Cattleya —su voz grave y melodiosa llenó la habitación como el sonido de un violonchelo bien afinado—. Mi nombre es Ezra, pero todos aquí me llaman simplemente doctor.

Extendió su mano hacia mí, y por un momento me perdí en la contemplación de sus dedos largos y elegantes, marcados por pequeñas cicatrices que hablaban de una vida dedicada a la medicina. Dudé, sintiendo una extraña mezcla de temor y anticipación.

Finalmente, mis dedos se entrelazaron con los suyos en un apretón que fue mucho más que un simple saludo. Una corriente eléctrica pareció recorrer mi cuerpo, desde la punta de mis dedos hasta la base de mi columna. La sensación era tan intensa que por un momento olvidé respirar.

—Tus manos están heladas —murmuró el doctor, frunciendo el ceño con preocupación. Sin soltarme, llevó su otra mano a mi frente, sus dedos frescos contra mi piel ardiente—. Hmm... Diría que tienes fiebre, pero necesitamos comprobarlo. Dime, Cattleya, ¿sientes dolor en alguna parte?

Tragué saliva, intentando organizar mis pensamientos dispersos.

—Cuando llegué al bosque... —mi voz sonaba débil y temblorosa, como si perteneciera a otra persona— No podía mantenerme en pie. Todo daba vueltas...

El doctor Ezra asintió lentamente, sus ojos escudriñando cada centímetro de mi rostro como si fuera un mapa que necesitaba descifrar.

—Los mareos podrían ser consecuencia de una caída —reflexionó en voz alta—. Necesitaremos hacer un examen más exhaustivo.

Un silencio espeso se apoderó de la habitación. Yo no podía apartar mis ojos del rostro del doctor, buscando desesperadamente el origen de aquella extraña familiaridad que me embargaba. ¿Lo conocía de antes? ¿Por qué su presencia me resultaba tan reconfortante y perturbadora al mismo tiempo?

—Arlo, Eva... —la voz del doctor rompió el silencio, sobresaltando a mis acompañantes—. Voy a examinar a Cattleya ahora. Les agradecería que nos dieran un momento de privacidad.

Antes de que pudieran moverse, las palabras brotaron de mis labios sin pensarlo:

—No, por favor. Pueden quedarse.

Memorias en la NieveDonde viven las historias. Descúbrelo ahora