2. El búho perdido

53 9 6
                                    

El búho no está en la oficina. Tampoco en su casa o en el departamento de objetos perdidos de la empresa de autobuses y la limpiadora no lo ha visto. Podría estar en el vertedero, pero ella asegura, con fuego en los ojos, que jamás tocaría nada que no es suyo. Wooyoung se disculpa profusamente porque de verdad no ha querido ofenderla. Solo le preguntó unas cuantas veces si estaba completamente segura de que no lo tiró a la basura por accidente.

—Hay una feria de artesanía el sábado en la parte oeste de la ciudad, podemos ir, quizá encuentres alguno parecido —propone Yeosang, frotándole la espalda para consolarlo. Por desgracia, se siente inconsolable.

No solo ha tenido que ceder al hecho de ponerse un despertador, sino que ha perdido su búho y no ha vuelto a ver al pirata-sirena. Tampoco lo ha visto el señor Kim, y sus compañeros aseguran que nunca se han cruzado con el hombre antes o después del incidente en la puerta de los ascensores.

Entonces, ir a una feria de artesanía no servirá de nada porque allí no va a encontrar su búho de plata. O al pirata-sirena.

—Fue un regalo de mi madre, Yeosang —explica. La cara del chico cambia y pone los ojos tristes como un perrito apaleado. No le gusta, es más hermoso cuando se ríe y a Wooyoung no le agrada la compasión.

—Tú crees en el destino —interviene Hoongjoong—. Si tiene que aparecer, aparecerá.

Eso dice siempre su abuela, que el destino lo prepara todo y los espíritus colaboran con él activamente. Así que, como fiel creyente de todas esas cosas que el hombre de pelo naranja llama "supercherías", acepta la frase. Tal vez su propia madre haya hecho que pierda el collar, aunque todavía no tiene muy claro el por qué de toda esa mierda que le pasa últimamente.

—¿Vamos al mercadillo? —insiste su mejor amigo.

—Tardaré más de una hora en llegar, me queda lejos —se queja, en un intento de que lo deje en paz. Literalmente, tiene que atravesar toda la ciudad para llegar porque su pueblo está al este, donde nace el sol por las mañanas.

—Iré a buscarte en el coche con Hongjoong —ofrece, con la bonita sonrisa que antes estaba apagada por la lástima—. Pasaremos el día juntos, vamos al mercadillo, comemos por allí, damos un paseo y vuelvo a llevarte a casa.

—Pero yo los sábados limpio...

—Puedes limpiar el domingo —asegura, sabiamente, Hoonjoong, masticando un plátano que ha sacado de alguna parte.

No tiene excusas y no quiere ofender a sus amigos diciéndoles que en realidad no le apetece. No es que no quiera salir con ellos, es que no quiere salir. Necesita hacer una limpieza energética en su casa porque sabe que está pasando algo malo, ha pensado incluso en llamar a la artillería pesada para mejorar esa situación, aunque prefiere evitarlo por ahora.

—Está bien —se resigna, viendo la alegría estallar en el rostro de Yeosang. Hongjoong le ofrece una sonrisa llena de dientes brillantes.

🦉🕯️🍀🌊

—Deberíamos venir a verte más a menudo —asegura Hongjoong, en el asiento del copiloto del coche de Yeosang—. Me encanta lo tranquilo que es todo aquí.

—Sí, entiendo que no quieras mudarte a la ciudad.

—¿Por qué iba a irme del lugar en el que me crié? —reflexiona mientras dejan atrás el pueblo de su infancia.

—Yo no me crié en ningún sitio, nos mudamos mucho cuando era pequeño por el trabajo de mi padre —cuenta Yeosang, sin apartar los ojos de la carretera—. Me hubiera gustado nacer en un lugar así.

PIEZAS DEL DESTINO | WooSanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora