6. La última pieza

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Dijo que tenía una sorpresa para él, pero esto supera lo que esperaba. Están en una calle que reconoce, pero no recuerda exactamente de qué. Su cabeza está demasiado llena de datos aleatorios como para prestar atención a las cosas verdaderamente importantes, como las direcciones.

Hay árboles a ambos lados de la acera y las fachadas necesitan una capa de pintura, pero se ve agradable. Hay niños chillando en un patio cercano, entre dos edificios y la desazón le llega al estómago. Es un reconocimiento, como un déjà vu que entorpece sus funciones cerebrales normales.

Odia la incertidumbre y quiere saber qué demonios está haciendo, por qué se le erizan los pelos de los brazos y por qué el viento sopla de una manera determinada que le hace estremecer cuando llega a la puerta que le indica Google Maps. Llama al telefonillo y la voz de San lo saluda antes de abrir.

Es como si hubiera estado aquí antes, en ese mismo rellano oscuro, con ese ascensor antiguo frente a él. Se sube y pulsa el cuarto piso. Se mira en el espejo y se ve a sí mismo como siempre, pero como nunca. Así como siente que todo alrededor es familiar, no es él mismo en el reflejo. Le pide a los espíritus que lo ayuden, que le den calma, antes de avanzar hasta la puerta del apartamento en el que espera el pirata-sirena.

Está vestido con un pantalón vaquero y una sudadera azul clara cuando abre. Lleva unas gafas de vista. Está arrebatadoramente hermoso a pesar de ser solo él mismo. No pierde la sonrisa cuando lo invita a entrar y le indica donde dejar su abrigo y sus zapatos.

Para su absoluta desgracia, ha llegado con las manos vacías a la que parece la casa de San. Él pensaba que irían a cenar a un restaurante y, de pronto, está atravesando un pasillo estrecho que se siente agobiante. Hay fotos en las paredes pero es incapaz de verlas. Huele a comida casera y a la colonia que utiliza el pirata-sirena.

Apenas tiene diez segundos antes de que su mente conecte los puntos. Justo en el instante en el que entran al salón y se topa con una mujer mayor, esperándolos.

La sensación de vértigo es trepidante, como si estuviera asomándose desde el borde de un acantilado al mar. La señora abre los ojos (lo más que puede porque parece que San sacó los ojos de su madre) y la boca como un pez. Se lleva una mano al pecho con una aspiración sonora y Wooyoung no entiende nada más que la sensación de designación que siempre tiene cuando los espíritus hacen de las suyas.

—Mamá, este es Jung Wooyoung —presenta San. Es la primera vez que lo escucha decir su nombre y hay algo hermoso y vibrante floreciendo en su pecho al mismo tiempo que lucha por esa extraña sensación de familiaridad que hay en ese salón que es, a todas luces, desconocido—. Es el hijo de Jung Hyejin.

—¡Woo-woo! —chilla la mujer, sorprendiéndolo todavía más.

Se lanza a sus brazos y lo rodea sin esperar permiso. Es vertiginoso, como subirse a una montaña rusa y no estar seguro de si te ataste bien el cinturón. Su estómago sube y baja y da volteretas de gimnasia mientras la mujer se entierra en su pecho, presionándolo contra su cuerpo menudo. La abraza también porque no sabe qué más hacer.

¿Por qué lo llama de esa manera? ¿Por qué sabe el mote específico que usa su abuela con él si no recuerda habérselo dicho antes? ¿Dijo alguna vez el nombre de su madre? Está bastante seguro de que no ha dicho ninguna de esas cosas en presencia de San. También está bastante seguro de que conoce a esta mujer de alguna parte aunque no es capaz de ubicarla.

La señora se aparta y lo toma por las mejillas, es una caricia amorosa y tierna. Hay un montón de cosas en sus ojos rasgados que no entiende. Le duele el esternón, es algo físico. La mujer sonríe con un par de hoyuelos y se aleja. Wooyoung, aturdido, ve al animal que se lame la pata indiferente, sentado en lo alto de un árbol de gatos. Quiere ser como él y observar con desinterés el mundo a su alrededor. Pero es imposible.

PIEZAS DEL DESTINO | WooSanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora