Latas

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Podría comenzar por el principio y hablarte de mis padres y todo eso. Pero sería muy deprimente. Y bastante aburrido. Mis padres no tienen el menor interés. No son como los del Caulfield del libro, que son ricos y viven en un sitio chulo y elegante. De hecho, no sé ni dónde viven, porque hace mucho que no los veo. Ni ellos a mí. Mi madre hace ya un montón de años que se fue a Londres. Es prostituta. ¿Verdad que es terrible tener que decir esto? A veces, cuando era pequeño, me tocaba rellenar uno de esos papeles del cole donde pone: «Profesión del padre». Y tú escribes: «Camionero». Después pone «profesión de la madre» y tú no sabes qué escribir. Queda feo poner «prostituta» en los papeles del colegio. Alguien se lo podría tomar mal. La gente te mira de otra manera cuando se entera de a qué se dedica tu madre. Tú también miras el mundo de otra forma, empezando por tu padre. Vaya, que miras a tu padre y te formulas todo tipo de preguntas que a la gente normal ni siquiera se le ocurren. En los papeles del cole siempre dibujaba una raya. «Profesión de la madre: —». Una raya no le sienta mal a nadie.

La gente suele tener recuerdos de su madre. Las madres hacen la comida, lavan la ropa, van a la compra, a veces hablan con sus hijos y les abrazan y les preguntan qué tal les van las cosas. La mía no. Si estaba en casa, estaba borracha o dormía la mona. Una vez se durmió dentro de la ducha y la tuve que llevar yo solo hasta su dormitorio. ¡No te imaginas cómo pesaba! Y eso que estaba muy delgada, esquelética.

Mamá no sabía cocinar (o eso decía) y no lo hacía. En casa solo comíamos latas. Los domingos, de raviolis o de fabada asturiana. Entre semana, de atún, de sardinas, de judías o de salchichas de Frankfurt. Una comida normal en mi casa era así: abrías el armario, escogías la lata que más te gustase, un trozo de pan, y te ibas al sofá. Si después de estos manjares aún te quedabas con hambre, abrías otra lata. Si había, claro. A mi madre tampoco le gustaba ir a la compra. Ni lavar la ropa. Ni ducharse todos los días. Ni barrer la casa. A mi madre no le gustaba nada, solo beber coñac y desplumar a tíos que no la conocían de nada. Cuando todavía era joven, se los ligaba y les sacaba todo el dinero. Sabía un montón. Llegué a escuchar que de joven era muy guapa. Antes de quedarse embarazada de mí, conseguía siempre todo lo que se proponía de los hombres. Incluso llegó a ligarse a un pez gordo. Entonces nací yo, y lo eché todo a perder.

«Si tú no hubieras venido al mundo, yo ahora sería una marquesa», solía decirme.

«Ojalá te hubiera parido en la taza del váter» era otra de sus frases favoritas.

«Qué error no haber abortado cuando todavía estaba a tiempo», una tercera.

Después, se fue. Sin avisar, sin despedirse, sin decir adónde iba. Supimos que estaba en Londres porque nos mandó una postal. ¿Verdad que es gracioso? En la postal ponía mi nombre, nuestra dirección y solo dos palabras: «Feliz Navidad». La postal llegó el 20 de febrero más o menos. Quizás es que en Londres celebran la Navidad en Carnaval, pensé, antes de tirarla a la basura.

Por lo que sé de ti, eres una persona normal, con una familia como Dios manda. Te debo de estar asustando contándote estas cosas. Seguro que no te habrías imaginado nunca que existía una mierda de vida como la mía, ¿verdad? Lamento mucho ser quien te muestre por primera vez un mundo diferente, mucho peor. Me tocó nacer en él, igual que te podría haber tocado a ti.

Todavía no te he hablado de mi padre. A veces me pregunto dónde narices debieron de conocerse. Nunca me lo ha querido contar. No es una persona parlanchina, ni simpática. En eso creo que he salido a él. De hecho, tampoco me interesa saberlo. Aunque no quiera reconocerlo, mi padre sigue echando de menos a mi madre. Al principio se le notaba mucho. Siempre miraba la foto que tiene sobre la mesilla de noche, donde ella aparece sonriendo. Incluso le hablaba por las noches, mientras se ponía morado de vino. Luego dejó de hablarle, pero la foto sigue ahí, en la mesilla. Mi padre se llama Fernando. Quizá no sea mi padre, pero me da lo mismo.

Fernando estuvo ahí el día del juicio. Me sorprendió mucho que viniera. Fue la última vez que le vi. Desde que estoy aquí jamás ha venido a visitarme. Mejor, porque si viniera, no sabría qué decirle, ni él a mí. Creo que se avergüenza de su hijo. No le echo la culpa. Mi padre no es mala persona. En el fondo, creo que la sentencia fue un alivio para él. Hay personas que serían más felices si nunca hubieran tenido hijos. Mi padre es una de ellas. Nunca nos hemos dicho ni dos frases seguidas, que yo recuerde. Las últimas palabras suyas que guardo en la memoria son:

—No te juntes con desgraciados. Si te juntas con desgraciados, acabarás siendo un desgraciado.

Lo decía por Ben, claro. Mi padre no aguantaba a Ben. Ni a la madre de Ben, que no es mi tía, pero como si lo fuera. De hecho, sus problemas son con la madre de Ben. Ya te lo contaré más adelante con calma. Los líos de familia son difíciles de entender.

Y ya paro de hablar de mis padres. No tendría que haber empezado, ¿te das cuenta? De las cosas deprimentes es mejor no hablar.

MENTIRA (Pedri X Ferran)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora