Perder el tiempo

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Ya te he hablado de Alberto, mi abogado. Un buen tío. Se tomaba muy en serio su trabajo. Después me enteré de que los abogados de oficio cobran una miseria. Aun así, preparó mi defensa como si le fuera la vida. Desgraciadamente, yo no colaboré demasiado. Alberto se enfadó mucho conmigo. No le he vuelto a ver desde el día del juicio. A veces pienso en él. En las cosas que me habría gustado contarle. En lo que no le conté.

La primera vez que vino a verme a la prisión estaba muy enfadado.

—Te pedí que no dijeses nada, Pedro, ¿te acuerdas? Que te acogieras a tu derecho a no declarar. Y tú vas y te declaras culpable a la primera de cambio. ¡La has cagado, tío! ¡La has jodido bien! Nos costará mucho arreglar esto.

—Lo siento —balbuceé, porque realmente lo sentía.

Estábamos en una sala de esas que parecen de hospital. Mesa blanca, paredes blancas, sillas blancas. Él miraba sus papeles (que también eran blancos) y respiraba alterado.

—Escúchame bien. Diremos que estabas nervioso, ¿de acuerdo? Que no sabías lo que decías. ¿Me estás escuchando?

No contesté. No quería darle más disgustos. No quería que se enfadase.

—Y cuando te pregunten por qué te confesaste culpable ante la policía, dirás que estabas muy mareado, que tenías mucho sueño y que no te acuerdas.

Bajé la cabeza y miré fijamente una mancha de la medida de una pulga que había sobre la mesa. Quedaba mal esa mancha negra sobre esa mesa tan limpia y tan blanca.

—Además —continuó—, el interrogatorio se hizo a las cinco de la madrugada, en una hora poco frecuente. Diremos que no pudiste descansar. Diremos que no recuerdas nada de tu declaración, que la has olvidado por completo.

Moví un poco la cabeza, levemente.

—Bien. Vayamos a tu relación con la víctima —prosiguió.

Todo el rato decía «la víctima». No la llamaba por su nombre. Eso me gustaba, porque me hacía sentir mejor.

—Me han dicho que era tu novia.

Bajé la cabeza.

—¿Quién te lo ha dicho? —dije.

—Una compañera de clase. Os vieron juntos en una fiesta —miró sus papeles, buscando la fecha exacta—. La de Halloween del año pasado.

Debió de ser Vero. Vero también estuvo en la fiesta de Halloween. Vero nunca se entera de nada. Esa noche no nos quitaba el ojo de encima a Marta y a mí. A mí no me gustan las fiestas. Fui por compromiso, para ver quién estaba, pero me cansé enseguida. Creo que a Vero yo le gustaba un poco, no sé. Me fui a casa pronto, para ahorrarme problemas. Vero me ponía nervioso. Antes todas las chicas me ponían nervioso.

Marta me siguió. Me pidió que esperase, que me quería preguntar una cosa. Yo no tenía ganas de hablar con ella, porque ya sabía qué me iba a preguntar. Siempre me preguntaba por Ben. Marta estaba loca por Ben. Quería que la invitase a nuestra casa, para poder verle, pero yo pasaba. Ella insistía sin parar. Era de ese tipo de personas que no aceptan un no por respuesta.

Esa noche me paró en mitad de la calle.

—¿Puedo ir contigo?

—No —dije sin ni siquiera mirarla.

—Vamos, porfa, hazme este favor. Voy contigo, como si fuésemos amigos.

—Ben no está en casa —dije, y era verdad.

—¿Ah, no? ¿Y dónde está?

Me encogí de hombros.

—No le gustas, ¿sabes? —dije.

MENTIRA (Pedri X Ferran)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora