Joaquín recorrió la casa en silencio, una vez que su padre se retiro tras dejarlo para ir a su reunión. Con su reciente llegada no había tenido tiempo de ver la casa, nada había cambiado pero era lindo, ver cada rincón y como los recuerdos volvían a su mente.

Al pasar frente a la puerta del estudio de danza, se detuvo, respiro profundamente antes de  girar la manija, abriendo la puerta con una mezcla de temor y recuerdos.

El estudio estaba tal como ella lo había dejado. Las paredes cubiertas de espejos reflejaban la luz suave que se filtraba por las ventanas. El suelo de madera, algo desgastado por años de práctica, el cual emitía un ligero crujido bajo sus pies. El olor a madera se filyraba por todas partes, sentir la madera debajo de sus pies descalzos fue algo inexplicable.

Aquel lugar vio a su madre ensayar tantas veces y al mismo tiempo lo vio a él creciendo.

Joaquín caminó lentamente hacia el centro del estudio, cerró los ojos y dejó que los recuerdos lo envolvieran. Podía ver a su madre, Natalia, moviéndose con gracia, cada paso una obra de arte. Recordó las tardes en las que se sentaba en una esquina, observándola ensayar, fascinado por la pasión y la belleza de su danza.

Sin poder evitarlo, Joaquín comenzó a moverse, al principio, sus movimientos eran tentativos, casi tímidos, pero pronto la memoria muscular y el amor por la danza tomaron el control, giró y se deslizó por el espacio, dejando que su cuerpo hablara por él. Cada movimiento era su manera de expresar lo que sentía.

Sus pies golpeaban el suelo con precisión, sus brazos trazaban arcos perfectos en el aire. Sentía el ritmo de la música en su mente, una melodía que solo él podía escuchar. La danza se convirtió en una liberación de todas las emociones contenidas: el amor, el dolor, la tristeza y nostalgia.

A medida que continuaba, las lágrimas comenzaron a brotar de sus ojos. Al principio, eran silenciosas, pero pronto se convirtieron en sollozos profundos y desgarradores. Su cuerpo seguía moviéndose, aunque ahora sus pasos estaban cargados de tristeza. Se dejó caer al suelo, arrodillado, las manos cubriendo su rostro mientras las lágrimas caían libremente.

Joaquín se quedó allí, en el centro del estudio, envuelto en su dolor. Las paredes del estudio parecían cerrarse a su alrededor, cada rincón susurrando recuerdos de su madre. Finalmente, se dejó caer por completo, su cuerpo temblando con cada sollozo. Sentía una mezcla de alivio y vacío, como si la danza le hubiera permitido liberar parte del peso que llevaba en su corazón, pero aún así, el dolor de su pérdida permanecía.

Después de lo que pareció una eternidad, se incorporó lentamente. Sus lágrimas aún caían, pero había una nueva determinación en su mirada. Se levantó, miró su reflejo en los espejos y, por primera vez desde la muerte de su madre, se sintió un poco más cerca de ella. Sabía que su amor por la danza era una conexión eterna con ella, y aunque el camino adelante sería difícil, no lo recorrería solo.

A pesar de bailar durante su estancia en Italia, jamas se había sentido como lo hizo hoy, aquel baile le hizo liberar las emociones qué había guardado.

Se reincorporo, por completo saliendo del estudio sintiéndose mucho mejor, busco su teléfono sorprendiendose cuando vio un correo de la universidad, pidiéndole que deje los papeles de la universidad de Italia lo más pronto posible.

Decidió aprovechar para ir de una vez a dejar los papeles así que tomo las llaves de su auto para conducir directo a la universidad. Llego tras unos minutos, se dirigió directo a la oficina de la universidad.

Tardó unos cuantos minutos en que revisaran sus papeles y los aceptarán, afortunadamente no hubo ningún problema. Así que salio caminando rápidamente de ahí, tanto que termino chocando con alguien, por andar de distraído.

Sinfonía de corazonesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora