Nadie podía especular o predecir lo que al mundo le depararía a partir de ese 20 de junio.
La Death Note, la maquiavélica libreta, con la capacidad de hacer trizas a un estado o derrotar al tlatoani mexica en cuestión de segundos, estaba en manos de una joven de escasos recursos y fan de los ositos cariñositos, que necesitaba una agenda para organizar sus actividades de la universidad.
Colocó la libreta sobre su escritorio (un par de tarimas desgastadas y puestas encima de unas cubetas de pintura Aurrerá), y recortó con cuidado las hojas con las impresiones a color de las fotografías de su grandísimo amor, Sebastián Rulli, mismas que le costaron su ahorro de tres meses de la mesada que de vez en cuando podía proporcionarle su madrina.
Tras terminar de realizar todos los recortes necesarios, azotó un par de veces la libreta contra el escritorio de tal forma que los candados que protegían el contenido del cuaderno se abrieron al instante, así pudo despojarle del forro.
Al tomar la libreta para comenzar a pegar las imágenes de su ídolo, se sobresaltó.
—¿Y este mugrero?
Teresa estaba atónita, solo pudo balbucear "¿Sebastián Rulli?".
—Él mismo. Actor de profesión, conocedor de nada y aprendiz de todo—hizo una pequeña pausa y continuó— Aventurero por naturaleza.
Aun en estado de shock, Teresa lo examinó de pies a cabeza. Portaba con mucha elegancia una playera negra de la banda My chemical romance y unos skinny jeans con roturas que le quedaban soberbios y muy ajustados.
—¿Te gusta?—preguntó el Shinigami— es mi traje de gala.
En un mejor lado de la ciudad, Light estaba caminando por sus limpias y agradables a la vista calles, mientras pensaba en su libreta, en el sentido de su vida ahora que ya no estaría en constante estado de choque con L, y sobre todo, ¿Qué sería de él sin sus noches de bohemia con su querido Shinigami, Sebastián Rulli?
No había remedio, tenía que acudir a su padrino para poder dar con la localización del cuaderno y así recuperarlo de vuelta.
Fin del prólogo, segunda parte.
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