Capítulo 1

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Capítulo 1
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Abby

Desde que era niña, siempre sentí que la gente me miraba con la cabeza ladeada, como si me consideraran una pequeña niña tonta que nunca se quedaba mucho tiempo en una ciudad. Vivir constantemente entre dos aguas es algo que ellos no entienden. No tienen que adaptarse sobre la marcha, decidir qué parte de mí encaja mejor en cada momento, qué aspecto de mi personalidad ofenderá menos y se mezclará mejor.

A veces me pregunto: ¿Seré siempre una impostora? ¿Siempre perdida y pidiendo indicaciones? La gente me guía como un espantapájaros, como un tornado que me arrastra hacia cualquier dirección que sople el viento. Pero hoy Doroti no está para juegos. Ya no soy una niña ilusa. Ahora me preparo para la universidad, para el examen de acceso. Tengo que ser capaz de concentrar todo en una sola respuesta.

Aunque soy experta en adaptarme, toda mi vida cabe en una sola caja, ya lo tengo comprobado. Puedo guardar toda mi identidad en una hora. Donde hay raíces, hay poder, pero yo soy todo mantillo. Mi sangre fluye como agua y aceite, negándose a mezclarse. Y está esa cámara que captura todos mis recuerdos con un destello, guardados para cuando mi memoria ya no aguante. Todo cabe en una caja, lista para llevarla de puerta en puerta. Pero ese no es el tipo de caja que la gente busca, no es el tipo de caja al que están acostumbrados. No son las cajas de compras o de envíos que tanto les gustan.

La mayor parte de mi vida ha sido una serie de líneas en la arena, de querer y no poder. Veo ambos mundos tan claros: uno en el que soy la chica ilusa, débil y frágil, y otro en el que guardo y protejo todos mis sentimientos detrás de una coraza, siendo la chica arrogante, odiosa y egoísta que a todos les resulta molesta. Solo de esa forma logro mantener a las personas lo suficientemente alejadas como para no encariñarme, porque sé que no estaré el tiempo suficiente en un lugar como para mantener una amistad o una relación estable. Y así, salto y bailo y me caigo en el medio, algo nunca antes visto. Encajo en los espacios intermedios, donde sea que pueda encajar.

Y nadie, ni siquiera mis padres, puede notar nada de esto. Todo lo oculto bajo un maquillaje perfecto, debajo de las ropas más caras y con una fragancia inigualable. Y, como era de esperar, mis padres, desde que detectaron las fallas en mi corazón, no han hecho más que tratarme como un objeto de porcelana.

Ahora me encuentro encerrada una vez más en un coche, en medio de otro cambio de ciudad y de aires. Para mí y para el pequeño Max, mi hermano de siete años, esto ya es algo normal. Es como una actividad en familia, aunque muy diferente a las de los demás. En esta ocasión no se trata de una mudanza cualquiera, ya que nuestro padre no nos acompaña. Ahora solo somos mamá, Max y yo.

Nos estamos mudando a un pequeño estado de Nueva York, donde viven mis abuelos. Nos alojaremos en una casa que solía ser de mis padres cuando comenzaron su relación. Dicen que está en muy buen estado, ya que hace poco la mandaron a reparar.

— Oye, cariño, ¿cómo te sientes? — preguntó mi madre desde el asiento del conductor.

— Bien — respondí perezosamente desde mi lugar. Durante todo el viaje, hemos estado en silencio, un silencio abrumador que llena cada rincón del auto.

Tardamos alrededor de ocho horas en llegar a nuestra nueva casa. Apenas nos estacionamos, Max se bajó del auto a la velocidad de la luz y corrió hacia la entrada. Sin embargo, la puerta no estaba abierta y tuvo que esperar a que nuestra madre la abriera. Siempre hace lo mismo, se emociona con cada casa nueva a la que nos mudamos. Yo solía hacer lo mismo, pero dejé de hacerlo a medida que crecía.
La casa se alzaba ante mí como un faro de estabilidad en mi errante vida de mudanzas constantes. Sus paredes blancas, aunque necesitadas de una nueva capa de pintura, brillaban con el resplandor del sol de la tarde, y las tejas rojas del tejado resaltaban como las mejillas sonrojadas de alguien que guarda un secreto. El jardín, aún salvaje y descuidado, prometía días de exploración y tardes de lectura bajo la sombra de sus árboles.
Mi madre me hizo una gesto con mano desde la puerta para que pasara . Al cruzar el umbral, el olor a madera vieja y a pintura fresca me invadió, tenia una liga de una casa moderna y una antigua , una combinación fascinante. La casa era más grande por dentro de lo que aparentaba ser por fuera; el recibidor se abría hacia un salón espacioso, con un ventanal que dejaba entrar la luz a raudales y una escalera de caracol que invitaba a descubrir sus secretos en el piso de arriba. Subí las escaleras, sintiendo el crujir de la madera bajo mis pies. Buscaba a mi hermano, pero mi atención fue capturada por una habitación al final del pasillo. La puerta estaba entreabierta, como si me estuviera esperando. Empujé la puerta y entré; era espaciosa, con una ventana que daba hacia la casa de a un lado justo a otra ventana y las paredes estan  pintadas de un suave color lavanda. La luz del atardecer bañaba la habitación, dándole un aire etéreo.
—¡Mamá! — la llamé, con un tono que denotaba mi emoción. Ella apareció en el umbral, con una sonrisa que reflejaba comprensión y un poco de cansancio.

Hasta el último Latido Donde viven las historias. Descúbrelo ahora