La Alien me observaba aún. Su cola se metía por dentro de mi camisa y solo me moví hacia los lados inquieta. La cola me hacía cosquillas pero estaba aterraba internamente.
—Déjame —gruñí, ella me miró como confundida y sus manos se posaron alrededor de mi cuello, comenzando a apretarlo con algo de fuerza. Puse mis manos en sus en sus muñecas para hacer que aflojara su agarre. No cedía. Apretaba los dientes con la mandíbula tensa.
Me solté de una mano y a mi lado, yacía mi daga. La agarré con la idea de poder quitármela de encima. Encajé mi daga en sus costillas. Un grito se escapó de sus labios y estremeció los árboles y a los pocos animales existentes en aquel bosque pero... ¡Podría alertar a los caníbales! No, no, no. Esto era malo. Saqué la daga y ella se apartó de mí, llevándose una mano a su herida. Su sangre era negra y bastante viscosa.
—Debo escapar —murmuré con miles de posibles escenas en mi cabeza de lo pasaría. Los caníbales pudieron haber escuchado su grito. Si los ciudadanos se llegaran a enterar de su presencia, la matarían sin pensarlo mucho. Agité mi cabeza hacia los lados.
Escuchaba sus quejidos, mientras estaba tumbada sobre el césped. Presionaba su herida constantemente y sus ojos comenzaban a perder brillo. ¿Que debía hacer? No quería dejarla ahí. Cualquiera podía encontrarla y tal vez sacrificarla. Sentía como sus ojos me pedían ayuda. Sentí realmente pena por ella.
Me le acerqué y la levanté con cuidado. Era el doble de alta que yo. Tenía cabello negro por encima de sus hombros, una piel azulada y algunos músculos. Se veía que en su planeta se ejercitaba mucho. Pasé su mano por detrás de mí cabeza y la sostuve firmemente para poder andar fuera del bosque con dirección a una pequeña casa que mi padrastro me había construido hace mucho para jugar.
Con el pasar de los años, esa casa solo se convirtió en mi refugio, donde podía relajarme y salir de todas esas obligaciones tan asfixiantes. Había tenido varias aventuras ahí con chicos del pueblo y hasta chicas. No me importaba con quién estuviera. Solo necesitaba placer y ellos me lo daban, sin tener que involucrarnos sentimentalmente.
Caminaba con firmeza junto a ella, sintiendo su fría piel rozar conmigo. Llevaba pantalones de una tela muy fina y una camisa negra, algo bastante terrícola para uno de su raza.
La escuchaba quejarse de vez en cuando y cuando salimos del bosque, respiró un poco más aliviada. No sabía si hablaba mi idioma. No me atrevía a intentar entablar una conversación con ella. Aún no.
La casa se encontraba en un sitio algo boscoso muy cerca de un pequeño arroyo. Estaba protegido por una gran valla que prohibía la entrada a los caníbales, ya que de vez en cuando vivían algunas personas. Actualmente se encontrada desolado por las nuevas modificaciones que se habían hecho en las villas y las familias que vivían aquí se mudaron buscando una mejor vida.
—Ya casi llegamos —murmuré sin mirarla a los ojos. No podía después de lo que había hecho pero ella me había atacado primero.
Entré por la puerta trasera y la cerré lentamente con la mano que me quedaba libre. Otro quejido de su parte, uno más agudo. El lugar tenía algunos árboles de cerezos y una que otra banca al pie de ellos. Me detuve frente a la casa, más bien, era un antiguo auto caravana que mi padrastro había restaurado. Había un pequeño jardín donde crecían florecitas amarillas.
Me acerqué a la puerta, la abrí y entramos. El interior olía a un suave aroma a menta. Tal vez eran las piedras que había comprado en el mercado hace una semana. Acosté a la mujer en el sofá de la pequeña sala—comedor y subí su camiseta hasta sus pechos para poder ver la herida que no parecía profunda.
—Solucionaré esto —murmuré para hacerle entender que todo iría bien y asintió con la cabeza como si entendiera lo que decía.
Caminé con dirección a mi cuarto y busqué dentro del pequeño armario un botiquín que guardaba para casos especiales. Volví con ella. Se había dormido o tal vez desmayado por toda la sangre que había perdido. Me arrodillé frente al mueble. Puse el botiquín a un lado. Lo abrí, saqué un pedazo de algodón y una botellita de alcohol. Mojé un poco de algodón y lo pase lentamente por su herida limpiando la sangre que se había esparcido por su piel.
—No quise herirte —le dije con arrepentimiento. La sangre se adhirió con facilidad al algodón. Cuando terminé de limpiarla, boté el algodón a un lado de la habitación y agarré el rollo de gasa. La estiré hasta más o menos un metro. Levanté un poco su torso y la pasé por debajo para más tarde, cubrir su herida y parte de su abdomen.
Bajé su camisa y la dejé descansar. Dejé el equipo médico sobre la mesa. Le puse el seguro a la puerta. Me dirigí a mi habitación y me tiré en la cama boca abajo, cansada de todo este día. Deseaba que se acabara rápido.
Me puse boca arriba con las manos debajo de mi cabeza y comencé a mirar hacia el techo. ¿Cómo había llegado hasta ahí? No se había visto ningún tipo de actividad inusual estos días. Era bastante extraño.
°°°°°°
Abría los ojos lentamente mientras sentía un peso sobre mi abdomen. La imagen borrosa de una persona se proyectaba frente a mí. Me sentía cansada. La semana me estaba pasando factura. La imagen pasó a ser más clara y me topé con la alienígena semi desnuda sobre mi.
—Bájate, por favor —le pedí con mi vista recorriendo su figura.
Sus caderas estaban bien hechas. Sus pechos cubiertos por un tipo de top negro, tenían el tamaño de dos tapas de naranjas. Ella se inclinó hacia mí y sus labios carnosos y cálidos, atraparon a los míos en un apasionado beso que no negué. Mis manos se fueron a su cabello y lo agarré para que no se apartara...
Desperté sobresaltada. Pase las manos por mi rostro para despejarme el sueño. ¿Que había sido eso?
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La Segunda Aurora (Amores Intergalácticos 1)
Science FictionLauren es una joven que vive en la Villa #1 de Ciudad Prime. Va a la Academia Nuevo Amanecer y lleva una vida normal en su comunidad Hasta que un día, encuentra una extraña cápsula en el bosque luego de que se retrasara en la academia y queda encant...