Capítulo 1

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Ohm Thitiwat bajó del coche y miró la enorme casa de las afueras de Nápoles, recortada contra el cielo nocturno. Parecía salida de una película de terror. Solo faltaba una tormenta para que la escena encajara perfectamente en el género, porque ya tenía murciélagos alrededor de las torretas.

– Menudo sitio – dijo Sal, el jefe de su equipo de seguridad. – Quizá no te guste, pero no me apartaré de ti en toda la noche. No me fío de tu bisabuelo. Cuando era joven, tenía fama de ser un asesino implacable.

Ohm soltó una carcajada y se giró hacia el hombre de mediana edad que le había cuidado desde niño, en calidad de guardaespaldas.

– Serían habladurías – replicó.

– Se portó muy mal con tu padre. Una persona que expulsa a su nieto de la familia es una persona que no quiere ni a los de su propia sangre. Le creo capaz de cualquier cosa.

Ohm no dijo nada. Conocía muy bien a Sal, y sabía que siempre había creído en la importancia de los lazos familiares. Pero el concepto de familia no significaba nada para él. Había conocido a su padre cuando ya era un hombre adulto y, en cuanto a su madre, era una millonaria española de comportamiento obsesivo e impulsos salvajes derivados de un accidente que había sufrido en su adolescencia, y que le había provocado daños cerebrales.

Naturalmente, su madre no había podido criarlo, y él había crecido entre una larga lista de niñeras que nunca duraban mucho, porque no soportaban el temperamento volátil de su jefa. Y, por si eso fuera poco, no había recibido afecto físico en ningún momento de su infancia, porque su madre no lo consideraba importante.

Ohm siempre había sabido que no era un hombre normal.

Donde otros tenían emociones, él tenía un enorme y oscuro vacío. Sus pasiones se contaban con los dedos de una mano. Los negocios, el dinero y el poder eran lo único que despertaba su interés. Y, por supuesto, no había ido a casa de su bisabuelo por razones sentimentales, sino por simple y pura curiosidad.

Aldo Thitiwat podía tener noventa y un años, pero su reputación seguía siendo siniestra. Se rumoreaba que había pertenecido a la mafia, y su nombre estaba asociado a la corrupción, la muerte y la brutalidad. Ni la muerte de su hijo había servido para que perdonara a su nieto, Tommaso, lo cual hacía que aquella situación fuera verdaderamente extraña.

¿Por qué le habría invitado él a su residencia, si no quería saber nada de su padre, uno de los pocos hombres que se había atrevido a desafiarle?

Fuera cual fuera la respuesta, Ohm no habría acudido a la cita si no hubiera estado aburrido. En primer lugar, porque no sentía ningún cariño por su familia y, en segundo, porque el fallecimiento de su madre le había hecho rico a los dieciocho años, riqueza que él había aumentado con sus éxitos empresariales.

A nivel internacional, Ohm tenía mucho más poder del que Aldo Thitiwat había tenido nunca. Era tan temido como adorado, y estaba tan acostumbrado a ello que se empezaba a aburrir.

Y el aburrimiento le sacaba de quicio.

Había intentado combatirlo de todas las formas que conocía. Cada vez cambiaba más deprisa de amantes.

Escalaba montañas y hacía paracaidismo y submarinismo. Cualquier cosa con tal de no aburrirse, porque era consciente de lo afortunado que era por haber nacido rico y poder hacer lo que quisiera. A sus veintiocho años, tenía todo lo que podía desear: amantes bellos, fiestas decadentes, viajes, el no va más de las experiencias vitales. Y, sin embargo, se aburría.

Un criado de avanzada edad les abrió la puerta y les invitó a entrar en la espeluznante mansión. El enorme vestíbulo, que se regocijaba en su anticuado esplendor de unos tiempos ya pasados, no podía ser más opuesto a los gustos de Ohm; pero, por primera vez en mucho tiempo, ya no estaba aburrido.

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