Capítulo 8

203 31 0
                                    

Tres niñas pequeñas se abalanzaron sobre Ohm: Andrea, de cinco años; Sophie, de tres y Emily, una adorable criatura de dos con un montón de rizos negros. Y todas se parecían a su hermanastro, el propio Ohm.

A Fluke se le encogió el corazón, porque las pequeñas le dieron una idea bastante aproximada del aspecto que había tenido su esposo cuando era niño. Obviamente, los genes de los Thitiwat eran fuertes, como demostraba el hecho de que Ohm se pareciera mucho a su padre, Tommaso.

– Las niñas siempre saltan sobre Ohm. Compiten entre ellas por llamar su atención – dijo Claire, una morena de cuarenta y pocos años. – Por suerte, se tranquilizarán dentro de poco, cuando abran los regalos. Le he dicho mil veces a mi hijastro que no traiga regalos si no es Navidad o algún cumpleaños, pero no me hace caso.

Claire, esposa de Tommaso y madrastra de Ohm, era una trabajadora social de ojos cálidos y sonrisa cariñosa. La pareja vivía en una destartalada casa de campo de las afueras de Newcastle, que estaba abarrotada de detalles familiares, desde los juguetes esparcidos por el suelo hasta los dibujos que las niñas habían puesto en el frigorífico, pegados con imanes.

– Tiende a hacer lo que le apetece – replicó Fluke, aceptando el café que su anfitriona le había ofrecido. – Gracias.

– Es muy generoso. Pero, en general, se atiene al presupuesto que le digo – dijo Claire con sarcasmo. – Además, se lleva muy bien con los niños. Está más relajado con ellos que con los adultos.

Fluke pensó que tenía razón. Se había quedado asombrado al verle con las pequeñas. Era obvio que se llevaba bien con ellas, pero también lo era que los niños le gustaban.

Los dos se dedicaron a mirar a las dos niñas mayores cuando salieron al jardín con las bicicletas que Ohm les había regalado. Tras sufrir una rabieta por no tener también una bici, Emily se quedó dormida. Aún llevaba el disfraz de princesa que le había comprado su querido hermanastro.

Claire, que fue de lo más sincera con su situación económica, le contó que casi todos los juguetes que tenían eran regalos de Ohm, pero añadió que solo permitían que tuviera detalles con las niñas, porque no querían abusar de su generosidad. Y, en determinado momento, miraron al otro lado del jardín y clavaron la vista en Ohm y su padre, un hombre de cincuenta y tantos años, muy atractivo.

– Tommaso estaba convencido de que Ohm no se casaría nunca, ¿sabes? – comentó Claire en voz baja.

– Mi familia también se llevó una sorpresa cuando nos casamos. Fue una locura, algo de lo más impulsivo – replicó.

Fluke le contó la misma historia que había contado a sus padres y que, por supuesto, su madre había encontrado increíblemente romántica porque implicaba una situación de amor a primera vista, es decir, lo que le había pasado a ella con su marido.

– Me asombra que Ohm sea capaz de hacer locuras – le confesó Claire. – Siempre he pensado que era demasiado serio para su edad y demasiado precavido en cuestión de relaciones. Tú eres el primero que trae a casa. Hasta ahora, solo veía a sus novios cuando salía con ellos en los medios de comunicación. Todos muy guapos, por cierto.

– Si quisiera encajar en ese molde, tendría que llevar rutinas de dieta tremendas y ropa muy ajustada constantemente – dijo Fluke, soltando una carcajada. – A Ohm le encanta ese tipo de ropa, pero a mí no me gusta tanto.

Al oír su risa, Ohm se giró hacia él y sonrió para sus adentros, porque parecía completamente recuperado. Durante las semanas anteriores, y gracias en parte a la presencia de su familia, con la que habían estado varios días, el humor y la alegría habían vuelto a sus claros ojos verdes. Solo se retraía cuando estaba con él, y a Ohm le dolía que solo se relajara con los demás. Pero le parecía lógico, teniendo en cuenta lo sucedido.

Se busca heredero Donde viven las historias. Descúbrelo ahora