Capítulo 7

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Cuarenta y ocho horas después, Fluke sufrió un aborto.

El día anterior, Ohm se había empeñado en que viera a un médico griego para que confirmara el resultado de la prueba de embarazo y lo sometiera a los habituales exámenes.

Fluke habría preferido esperar a que volvieran a Londres, teniendo en cuenta que solo faltaba una semana, pero terminó por ceder. Ya en la consulta, le dijo al doctor que estaba agotado, pero él sonrió y replicó que el cansancio era normal en esa fase.

Aquella tarde, mientras navegaban hacia Sicilia, se sintió tan cansado que se acostó pronto.

Y a eso de medianoche, se despertó con unos pinchazos terribles en el vientre.

Cuando encendió la luz y miró las sábanas, vio que sus temores eran correctos.

– ¿Qué ocurre? – preguntó Ohm.

– Estoy sangrando – respondió Fluke con debilidad. – Creo que he sufrido un aborto.

En cuestión de segundos, Ohm se levantó, llamó por teléfono a su piloto y le dio una serie de órdenes en italiano mientras se ponía los pantalones.

– No tiene sentido que me lleves al hospital con tanta urgencia – dijo Fluke. – Lo que ha pasado no tiene remedio. No en esta fase del embarazo.

– Tienes que recibir atención médica – replicó él, asumiendo el control de la situación. – Además, no está bien que adelantemos acontecimientos. Puede que sea otra cosa, algo que se pueda tratar.

Ohm no le dejó ni darse una ducha. Ni siquiera permitió que caminara. Lo envolvió en una toalla y una sábana y lo llevó al helipuerto, donde el helicóptero ya estaba preparado.
Para entonces, Fluke había dejado de discutir. No necesitaba un médico para saber lo que había pasado.

Su bebé, poco más que un montón de células, había desaparecido. Y aunque lo sabía de sobra, una parte de él se negaba a creerlo.

Las punzadas se volvieron más intensas durante el vuelo, pero lo intentó disimular porque nadie podía hacer nada. Sin embargo, Ohm se dio cuenta de que estaba mal gracias a su palidez y la tensión en su rostro, y se sintió completamente impotente, una emoción a la que no estaba acostumbrado.

En determinado momento, lo tomó de la mano y dijo, angustiado: – Fluke...

– Estoy bien – dijo Fluke con vehemencia, reprimiendo las lágrimas. – No hagamos un mundo de esto.

Fluke apartó la vista.

Suponía que Ohm estaba tan afectado porque la pérdida del bebé implicaba que tenían que empezar de nuevo, justo cuando creía que estaba a punto de recuperar su libertad. Y, por otra parte, no era posible que Ohm sintiera lo que estaba sintiendo él.

El bebé no era tan real para Ohm como para él. Teóricamente, solo era un instrumento para conseguir un fin. El helicóptero aterrizó en la pista de un hospital privado de Sicilia, y los enfermeros se lo llevaron al instante.

Lo examinaron, lo escanearon, le dieron unos analgésicos y lo llevaron a una habitación donde una doctora le dijo lo que ya sabía: que había perdido su bebé.

Fluke pensaba que estaba preparado para oírlo, pero no debía de ser así, porque se sintió peor que en toda su vida.

En el silencio de la noche, solo roto por el sonido esporádico de los pasos de la plantilla, se empezó a preguntar si había hecho algo que hubiera podido provocar el aborto. Quizá había comido algo que no debía.

Quizá tenía algún tipo de infección.

Quizá había bebido demasiado vino o hecho demasiado ejercicio durante la luna de miel.

Se busca heredero Donde viven las historias. Descúbrelo ahora