El príncipe y la futura princesa se encontraban los fines de semana de final de mes para compartir una cena en el Gran Comedor. Esa era la mínima interacción necesaria para sostener la mentira de un compromiso feliz. Estas eran, para la princesa, las ocasiones en las que esperaba por fin mantener una conversación con su futuro esposo. Hasta ahora, habían compartido dos veces la mesa, donde ella había intentado con todos los temas de interés del príncipe que este le dirigiera la palabra. Al final de la primera cena, cuando creía sus esfuerzos vanos, el príncipe, después de mucho, mucho tiempo, habló:
—¿Has tenido algún problema en la corte?
La joven dama, a pesar de su perseverancia, ya tenía pocas esperanzas de que el joven le dirigiera la palabra. Y fue por la sorpresa, que lo único que pudo pronunciar fue:
—No.
La palabra no había terminado de hacer eco en la estancia cuando el príncipe ya había deslizado su silla y realizaba una inclinación de despedida, para salir por la puerta tan rápido como si fuera a recibir herencia. Más tarde esa noche, la futura princesa se culparía en sus aposentos de no haber aprovechado la oportunidad para entablar una conversación. Se regañaría por su poca elocuencia y su obvia estupidez. Sin embargo, la cena del siguiente día transcurrió y terminó sin que el príncipe abriera ni una sola vez los labios más que para comer. Terminada la cena, la dama reunió valor y se plantó delante para evitar que el príncipe volviera a escapar, y sin rodeos ni miramientos, preguntó:
—¿No desea unos minutos de conversación y compañía, mi señor?
—Estoy cansado, y el sueño enturbia mis pensamientos. Buenas noches.
Y sin más, él la rodeó para salir por la puerta. Ella regresó cabizbaja a su habitación. Entendía que el príncipe estuviera cansado. Por supuesto, esa seguramente era la razón por la que el día de ayer no se había quedado a hablar con ella. Y sin embargo, ya en su bata de dormir, con las sábanas de seda cubriéndola hasta la barbilla, algo la molestaba. Aunque el príncipe no lo supiera, ella muchas veces durante sus encuentros se encontraba cansada y somnolienta por las lecciones de etiqueta de la semana. Y sin embargo, nunca había desistido en sus esfuerzos para hablar con él.
La princesa fue vencida por el agotamiento, y durmió pacíficamente hasta la mañana siguiente. El sueño tan tranquilo de la princesa se debía al desconocimiento de un hecho, que aunque ella no notara, para cualquier otro era simplemente evidente: A pesar del sueño y el cansancio, el príncipe no se quedaba a hablar con ella porque simplemente no quería hablar con ella.
ESTÁS LEYENDO
Las Aventuras del Cruel Principe Iván (Y su pobre y desdichada prometida)
Historia CortaHistorias sobre el cruel y malvado principe de nombre Iván torturando a su inocente prometida, una y otra vez.