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Nando odiaba cuidar de la panadería. Desde que su hermano Leo se había ido de Puebla para combatir a la Llorona, era el único disponible para hacerse a cargo del negocio de su familia.

Tamborileaba sus dedos en el mostrador, mirando con aburrimiento el exterior. No solían tener clientela al mediodía. Incluso solía ponerse a leer, el periódico donde relataban las hazañas de su hermano menor. Había vencido a la Nahuala, a la Llorona, a las Momias de Guanajuato.

Resopló. Por muy héroe que fuera, seguía siendo un niño tarado.

Sabía que su abuela y su nana querían lo mejor para él, pero no sabía si hacerse cargo de la panadería era lo que él quería. Quería conocer el mundo. Tener tener una novia tal vez, vivir la vida antes de volver a recluirse en esas cuatro paredes con olor a masa de pan.

La campana que indicaba que alguien había entrado resonó en medio del silencio y su propias ponderaciones. Subió la mirada, reincorporándose para atender al nuevo cliente que había llegado a la panadería.

Era ____ Sánchez, una poblana que su familia conocía desde que era mucho más pequeña de lo que de por sí era. Solían jugar en el parque, a las escondidas, a un juego que ellos mismos habían creado.

«Infectados», donde las porterías de fútbol eran como refugios donde el infectado no podía atrapar a los jugadores. Donde habían pociones para revivir y volver al juego en caso de ser tocado. Algún tipo de «las traes», pero con zombies.

Eran amigos de la infancia, aunque al principio se llevaron mal por las burlas del mayor y el hecho de que ella siempre había defendido a Leo de las burlas, incluso si eso significaba ser excluida también. Poco a poco, eso cambió y se hicieron mejores amigos.

Ella siempre le había gustado. Su cabello castaño, su tez aperlada, sus labios bien definidos, su forma de hablarle y sus ojos oscuros eran suficientes para hacer que se volviera débil.

Pero había un inconveniente: ella era menor que él. Bastante menor. Inclusive tenía la edad de Leo. A su parecer no estaba bien, así que desde siempre intentó ignorarla para no tener problemas con nadie.

—Hola, bonita.

Eso sí, no podía resistirse a halagarla. Sin pasarse de la raya y sin ser más que un simple apodo cariñoso, por supuesto.

—Hola, Nando. — le sonrió, llegando frente a él. La forma en que sus ojos centellaron al oírlo llamarla de esa forma lo hizo parpadear repetidas veces. — ¿Me das lo mismo de siempre, porfa?

—Por supuesto, ya vuelvo. — ____ solía venir regularmente a comprar pan de centeno. No porque a ella le gustara, sino porque su padre se lo pedía. Miró el exterior, buscando entremeterse, cuando el moreno de pañoleta volvió y le entregó una bolsa de papel kraft. — Cinco panes de centeno. Le agregué... ya sabes, algo extra.

Le guiñó el ojo, coqueto como era costumbre. Nando era más que consciente de que le encantaban los cuernitos de pan. Era algo casi inherente en ella. En más de una ocasión le había dado algunos de regalo. En secreto y sin que nadie se diera cuenta, claro.

—Gracias, Nando. Eres muy lindo. — se quedaron en silencio. Ella no quería irse todavía, quería seguir hablando con él, por lo que jugueteó con sus manos, indecisa. — Y... ¿cómo has estado? ¿Leo no te ha escrito?

Nando suspiró. — ¿Cómo me va a escribir ese?

—Estoy segura de que lo volverás a ver muy pronto.

Literalmente no tenía temas para hacerle conversación. Lo único que se le ocurría en el momento era preguntarle por su hermano. Se sentía inmadura y hasta algo estúpida por no poder ser más inteligente que eso.

De camino para la panadería, intentó arreglar su cabello. Pero estaba tan alborotado y enredado que desistió, frustrada consigo misma. Esas no eran formas de presentarse ante la persona que le gustaba.

Porque sí, le gustaba. Podría decirse que hasta estaba obsesionada con él a pesar de ser mayor que ella. Su forma de cuidarla desde pequeños y su forma de hablar le había parecido más atractiva que nada. No se lo había contado a nadie nunca.

—Oye, y... ¿no quieres salir?

Cuestionó en un murmullo, rascándose la nuca con nerviosismo.

Subió la mirada, pasmada. Los colores llegaron a su rostro, al igual que su corazón palpitó con fuerza contra su pecho.

—¡Claro! Digo, claro, ¿cuándo?

Titubeó, intentando ocultar su emoción, al desviar la mirada. Nando sonrió suavemente.

—Mañana, a las 4pm. ¿Te parece?

—Ahí nos vemos. ¡Hasta mañana!

Al salir por la puerta de la panadería, se echó a correr y a chillar de júbilo. Su emoción fue tal, que al llegar a su casa se encontraba completamente agitada. Todavía no creía que la había invitado a salir.

Mientras que Nando, algo culpable por no haber detenido sus impulsos, simplemente chasqueó la lengua.

OLDER, nando san juan.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora