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No sabía cómo debería vestirse para su salida. Nando iba a irse como siempre vestía, eso lo sabía bien, pero ella era otra cosa. ¿Debería arreglarse? ¿Maquillarse?

Sabía que a Nando le gustaban las niñas lindas, entonces debía comprometerse a fingir ser una. Si no le gustaban altas podía hacerse más baja, si no le gustaban las de pelo largo podía cortárselo, si no le gustaban que fueran calladas podía hablar más, si le gustaban más delgadas podía matarse de hambre, si no le gustaba su estilo no tan femenino podía cambiarlo, si le gustaba el maquillaje podría empezar a usarlo, si le gustaban rubias podía pintarse el cabello. Si le gustaba otra...

Haría que la olvidara. Con todo y sus imperfecciones, con todo y su inmadurez.

No había otra cosa que quisiera tanto como gustarle. Antes lo veía como un hermano mayor, ahora como el que le gustaba. Sin embargo, tampoco era ciega. Veía a las chicas que a veces solían coquetearle. Eran bonitas y confiadas en sí mismas, mientras que ella no.

Después de bañarse, se puso un vestido holgado blanco, el cual le cubría las piernas y los hombros. Se acicaló el cabello con paciencia, tranquila ya que todavía faltaba mucho para que fueran las 4pm. Mientras se veía al espejo, se imaginaba la reacción de Nando. Podía sorprenderlo o solamente dejarlo confundido por verla con vestido por primera vez.

Su mamá, llegando a su habitación para dejarle algo de ropa que había lavado, le cuestionó porqué se estaba arreglando. Tan solo respondió que pretendía cambiar un poco su estilo desde ese momento.

Suspiró ante la idea de decirle a su mamá de Nando. De que le gustaba. Seguramente, le diría que era más un hermano mayor que un pretendiente.

Sin embargo, si no fuera por eso, lo gritaría a los cuatro vientos.

Avisó que iba a dar una vuelta por ahí cerca, su mamá únicamente por eso le dio permiso. Se dirigió a la panadería, donde lo vio en la entrada esperando con impaciencia, caminando de un lado a otro. Esbozó una sonrisa, asegurándose de que todo estuviera en su lugar. Al ver que sí en el reflejo del escaparate de una tienda, se acercó.

Pudo ver el asombro reflejado en sus ojos. Hasta la fascinación, podría decirse. La miró de arriba a abajo, para después chiflar.

—¡Qué bombón y yo diabético! Te ves muy bien, ¿eh?

Bajó la mirada, buscando ocultar su sonrojo.

—Gracias, Nando.

—Gracias a ti, que nunca te había podido ver así. ¿Pos qué pasó o qué?

—Me invitaste a salir.

Respondió sinceramente, acercándose un paso hacia él. El rostro del de pañoleta se coloreó de un tono rojizo por lo que la contraria había dicho. Se rascó la nuca, nervioso por su respuesta tan honesta.

—Si es así, debí de haberlo hecho antes. — se sonrieron mutuamente. Nando se le acercó un paso de igual manera, todavía mirándola con disimulo. — 'Tonces... ¿qué quieres hacer?

—Lo que tú quieras.

—Pues... vamos a caminar.

Asintió sin más, siguiéndolo. Hundido en sus pensamientos, Nando se cuestionó el porqué el cambio tan repentino de vestimenta de parte de su amiga. Se le ocurrió que tal vez quería impresionar a un chico, pero ¿a quién? Sin quererlo ni desearlo, sintió una presión en su pecho parecida a la de los celos.

Ella no podía gustarle. Era un amor prohibido, podría decirse. Pero es que le parecía más linda que cualquier otra chica de su edad, que no le importaba.

Lo que le devolvía la conciencia es que los padres de la morocha podrían separarlos, sin posibilidad de ser aunque sea amigos.

La verdad que ese día se habían divertido mucho a pesar no haber hecho más que comer helado y platicar. Ella fue la que tuvo que pagar gracias a que al muchacho se le olvidó llevar dinero. Aunque Nando le prometió que se lo pagaría, la verdad es que lo dudaba. Le debía 50 pesos desde hace años.

Desde que Leo se había ido de Puebla, ambos se habían distanciado. Parecía ser que el chico era el que los mantenía unidos, pero aquello era increíblemente superficial que no lograba describir lo que ambos tenían. Algo que ninguno se atrevía a decir por medio al qué dirán. Algo más allá.

Al pasar por un callejón, se detuvo. El mayor la observó con expectación, con la mirada cuestionándole porqué había frenado tan de repente.

—Nando, muchas gracias por hoy, en serio...

—De nada, bonita.

Con cariño le revolvió el cabello. Se estremeció al sentirlo, algo extraño siendo que usualmente tenían ese tipo de contacto. Ahora parecía algo más íntimo y especial. Intentó acomodarlo, sin éxito. Tanto que se había esforzado por cepillarlo, para que la razón por la que lo había hecho lo arruinara.

Se miraron a los ojos. Nando sonrió, como si así fuera a dejar de sentirse menos nervioso. ____ analizó sus facciones, las cuales le parecían totalmente perfectas. Incluso su bigote incipiente que no se había molestado en afeitarse, sus ojos café oscuro que tanto la ponían nerviosa. La sonrisa que surcaba sus labios destellaba tanto que podía dejarla fascinada por su elocuencia.

Nando comenzó a inclinarse hacia ella, algo confiado por la oscuridad del callejón. Imitó su acción, poniéndose de puntillas para poder alcanzarle. Sus labios se presionaron suavemente contra los del otro, roce que los hizo sentir más que cosa dicha o tácita que hubiera entre ambos. El castaño puso su mano en su mejilla, buscando profundizarlo. Envolvió sus brazos en su cuello.

Jadeó al sentir sus manos posándose en su cintura con timidez. Todo eso era algo tan nuevo, que incluso le asustaba. No lograba entender porqué se sentía tan extraña cuando la tocaba tan ínfimamente.

—No podemos... — murmuró él, con el arrepentimiento en su tono de voz.

—Me gustas. — admitió. — Me gustas mucho, Nando.

Decirlo fue como sacarse un peso de encima.

—Tú a mí también, bonita. Créeme que sí. — la besó en la frente, suspirando con derrota. — Pero soy bastante mayor... tú tienes 12 y yo 16. Mereces a alguien de tu edad, no puedo ser tan egoísta contigo.

—Ya sé, pero... puede ser a escondidas. — insistió. — No me importa esperar, al que quiero es a ti.

—Tengo miedo.

—Yo también.

—Tendríamos que ser bastante cuidadosos — notó un tinte rojizo en sus mejillas. —, no puedo permitir dañarte siendo tan joven.

—Lo seremos, y no lo harás.

Ya habiendo aclarado todo, volvió a besarla.

OLDER, nando san juan.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora