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Durante mucho tiempo no hubieron más que besos, ahora habían caricias que no pasaban de ser en la mejilla o en las caderas del otro. Ninguno entendía qué era lo que sentían ante esa cercanía que quemaba igual que el fuego.

Y era claro que Nando no es como si fuera tan maduro como para hacerlo, por supuesto. Incluso ella que era menor comprendía que no es que fuera algo tan bueno. Sabía que lo quería, pero había algo más ahí.

Se despertó aquel día con la noticia de que algunos soldados llegarían a Puebla con el objetivo de reclutar niños para la guerra. Era consciente de que había un conflicto político y social y que el asunto estaba tan fuerte que el gobierno decidió llegar a ese punto. Al enterarse, no pudo evitar pensar en Nando. Su Nando. No quería que se lo llevaran en contra de su voluntad y le pasara algo. Había oído de casos parecidos.

Mientras hacía el almuerzo, sola ya que sus padres no estaban, aporrearon la puerta con insistencia. Pegó un salto en su lugar, soltando la cuchara con la que revolvía el caldo que estaba haciendo. Confundida e irritada por los golpes tan fuertes, se dirigió con velocidad hacia la puerta y abrió. Era Nando. Se notaba asustado, jadeaba por el aparente esfuerzo que había hecho al llegar.

Se consternó por verlo tan asustado. Nunca lo había visto así, con excepción de la vez que se lo llevó la Nahuala.

—¿Nando? — se hizo a un lado para dejarlo pasar, el de pañoleta entró de forma tan brusca que casi se tropieza. — ¿Qué pasa?

—Los militares, bonita. Me están buscando para... llevarme a la guerra.

Se sintió desfallecer. Palideció. Su miedo se estaba haciendo realidad. Querían arrancarlo de su lado con total frialdad. Escuchó los latidos de su corazón en su oído, retumbando, siéndole imposible poder escuchar los improperios susurrados por el mayor.

Sabía lo que era el LEVA, el reclutamiento obligatorio de la población civil para servir en el ejército. No es como si se lo deseara a alguien más, pero ¿por qué justamente tenían que llevarse a Nando?

—No... no puedes dejar que lo hagan. ¡No puedes! — lo tomó de los hombros y lo movió con brusquedad.

—Te voy a meter en un problemón... ni mi abuela ni mi nana me quisieron ayudar por miedo, apenas logré escaparme. Vine aquí sin pensar.

—Te puedes esconder aquí, ¡pero órale! Vete al ático y no hagas ruido, ahí nadie te va a encontrar.

Nando depositó un beso en la comisura de sus labios, apurado. — ¡La que te debo, bonita!

Lo guió hacia el ático y le entregó una vela, para que pudiera explorarlo sin que se tropezara. Estaba completamente oscuro. El ático estaba lleno de cajas, telarañas, polvo y tierra por el paso del tiempo. Intentó limpiar y apilar las cajas una encima de otras como pudo, pero no fue suficiente. Era un lugar muy reducido. Por último, le dio una almohada y una cobija. Aunque por el momento no le servían, ya que al ser de día hacía un calor infernal.

Le llevó un poco del caldo que había hecho, y al terminárselo, Nando se quedó sentado mirándola. El fuego de la vela que ella sostenía oscilaba de un lado a otro, iluminando tenuemente su rostro arrugado en preocupación. En miedo.

—Mis padres no pueden saber que estás aquí, no hagas ruido. Perdón, sé que no es lo ideal, pero te funcionará...

—¿Perdón por qué? Me estás haciendo un favor enorme, ____. — la tomó de la cintura y la acercó a él, haciendo que terminara sentada en su regazo. — No te preocupes por mí.

Lo miró desde arriba, ruborizada. Buscó desviar la mirada, pero el de pañoleta la tomó de la barbilla y la obligó a mirarlo. Esbozó una sonrisa, del tipo que la volvía loca y la orillaba a hacer locuras como esa que podrían meterla en bastantes problemas. Tanto con sus padres como con la milicia.

¿Qué le estaba pasando? Se suponía que ella era una niña obediente. Si Nando no hubiera nublado su juicio, a pesar del dolor en su corazón, no lo habría dejado pasar.

—Bueno... pero igual. Tampoco creo subir con regularidad si es que quiero que no sospechen, así que me quedaré contigo hasta que regresen.

Nando asintió, escondiendo su rostro en el espacio entre su cuello y su clavícula. Sintió su respiración acompasada y los vellos de su incipiente bigote le hacían cosquillas en la piel descubierta, a lo que se removió, algo incómoda. Se aferró al moreno, deseando que aquel momento durase para siempre, incluido ese sentimiento de amor que la enfermaba con cada día que pasaba.

Sin quererlo lo besó, él le correspondió. Conforme pasaron los segundos el beso comenzó a intensificarse, ladeó la cabeza para profundizarlo. Nando era muy apasionado cuando se lo proponía.

Entonces sonó la puerta. Fuertes aporreos junto a gritos de hombres. Se separaron de un salto, reincorporándose. Indicándole que se quedara ahí, la chica bajó rápidamente, tratando de verse tranquila. Al abrir la puerta, se topó con varios militares que, sin dejarla hablar siquiera, la hicieron a un lado de un empujón y entraron a la casa. A pesar de que les cuestionó en gritos porqué allanaban su hogar de esa forma tan violenta, no obtuvo respuesta.

Tras inspeccionar la casa por completo, encontraron a Nando. Se lo llevaron junto a ella, ya que de acuerdo con lo poco que le dijeron, era un delito grave esconder a alguien que era buscado para que se enlistara en el ejército. De un momento a otro, ambos se convirtieron en criminales ante los ojos del ejército, siendo llevados al campamento Realista, sin siquiera dejarles la oportunidad de evitarlo.

OLDER, nando san juan.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora