III

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Unos minutos antes del reciente baile, Edward llegaba junto con la Baronesa y Matthew, aunque este último no lucía muy contento por estar allí.

- Déjame decirte que hemos llegado justo a tiempo, el baile está en su máximo esplendor - expresó la anciana entre risas.

- No estoy muy seguro, Baronesa. Ya le he dicho que preferiría haberme quedado en la mansión - agregó el joven de coleta, mostrando cierto disgusto en su tono.

- Tonterías, muchacho. Además, ¿no era el hijo de los Pembroke tu amigo? ¿Cómo se llamaba? ¿Willem? - agregó la Baronesa.

- Hace ya tiempo de ello, éramos apenas unos niños de 17 años. Fue antes de que él se marchara al extranjero - reclamó Matthew, mostrando aún su enfado.

- Aún tengo fresco en mi memoria cuando eran solo unos niños, aquellos eran tiempos memorables - expresó la mujer con nostalgia al evocar a los jóvenes en su infancia.

- Perdonen, debo ausentarme un momento - mencionó Edward, quien hasta ese momento no había participado en la conversación, interrumpiendo el diálogo.

- ¿A dónde vas muchacho? - cuestionó Cordelia

- Tengo asuntos pendientes que atender, regreso en un momento - respondió evasivamente.

Sin pronunciar una sola palabra, el joven se dio media vuelta y se internó en el bullicio de la multitud, dejando al otro joven algo desconcertado. La ausencia del duque a su lado solo intensificaba la incomodidad que ya sentía en la fiesta.

- Creo que ya tengo una idea de lo que va a hacer - respondió la baronesa, dejando escapar un leve suspiro.

- ¿Qué cosa? - preguntó el joven, mostrando su intriga ante la insinuación de la anciana.

- Creo que por fin ha encontrado a su Cenicienta. Mira allí, al fondo - comentó, señalando discretamente con la mirada.

Matthew presenció el exacto instante en el que Edward intervino en la conversación entre la joven y los vizcondes Kensington, sintiendo una extraña incomodidad. Un sentimiento de frustración lo invadió, lo que se reflejó en el apretón de sus puños.

- Regreso en un momento - expresó con un tono frío.

El chico se dirigió hacia uno de los balcones del amplio salón, buscando aire fresco. Edward le había asegurado que regresó solo por él, pero en lo más profundo de su ser, algo le generaba un mal presentimiento. Aunque se resistía a sacar conclusiones apresuradas.

- ¿A ti también te aburre la fiesta? - preguntó una voz masculina a sus espaldas.

Un joven con cabello tan negro como la noche y ojos azules que resplandecían al reflejar la luz de la luna se acercó. Su rostro estaba enmarcado por una máscara sencilla y elegante de color blanco, que recordaba la mitad superior de una calavera. La combinación de su apariencia misteriosa y la atmósfera de la fiesta de máscaras le conferían un aura enigmática y atractiva.

- Digamos que fui arrastrado hasta aquí contra mi voluntad - confesó el muchacho de coleta con resignación, dejando entrever su falta de entusiasmo por estar en la fiesta.

- Totalmente de acuerdo, siento que me arrastraron hasta aquí también - concordó el otro chico, compartiendo la sensación de obligación que los había llevado a la celebración.

El joven sacó una elegante petaca de metal de su bolsillo y se la extendió a Matthew, ofreciéndole un sorbo del extraño líquido de su Interior.

- ¿Quieres? - preguntó el joven, ofreciéndole la petaca con una sonrisa amistosa.

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