En la boca del lobo

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Aun sabiendo que no debería adentrarse en esos oscuros callejones malolientes, Cassidy hizo caso omiso de su buen juicio y avanzó entre los ladrillos rojos que enmarcaban los pestilentes pasadizos. Las gotas de agua que disparaba la encolerizada lluvia se clavaban en su rostro como si de púas afiladas se tratase, y el suelo embarrado de fango engullía parcialmente sus zapatos de tacón, congelándole los dedos de los pies y entorpeciendo cada uno de sus pasos.

Aunque ya había recorrido esas callejuelas con anterioridad, pues le eran realmente útiles cuando precisaba de un atajo, era la primera vez que lo hacía sola, de noche y con una tormenta descomunal desatándose encima de su cabeza. Y, por si eso fuera poco, Cassidy no llevaba paraguas; sentía el cuerpo gélido bajo su vestido azul empapado y le urgía llegar a casa antes de coger una pulmonía.

En un intento de inyectarse a sí misma un poco de valentía, se dijo que solo tenía que transitar dos callejas más para dejar atrás esa apestosa zona, pero todo empeño cayó en saco roto en cuanto divisó, a pocos metros de ella, la imagen de dos hombres acorralando a un tercero contra unos maltrechos contenedores atestados de restos de comida purulenta y otras sustancias que Cassidy ni siquiera era capaz de imaginar.

Se detuvo sobre sus pasos, petrificada, con el pulso latiéndole con fiereza en las sienes y el corazón desbocado por la anticipación de intuir qué ocurriría si esos desconocidos se percataban de su inoportuna presencia.

La idea de echar a correr era tan tentadora como estúpida. Ni siquiera tenía valor de inspirar una bocanada de aire por miedo a ser descubierta. Intentó contar hasta diez, relajarse lo suficiente para poder moverse con minuciosidad y retroceder tan sigilosamente como le fuera posible.

Su propósito tuvo éxito durante los primeros diez segundos.

De pronto, alguien la sorprendió desde atrás. Un brazo la sujetó con firmeza por la cintura y una enorme mano le cubrió la boca sin darle opción a gritar para pedir auxilio. Cassidy abrió los ojos desmesuradamente, cubiertos por una neblina líquida de terror, y se removió en vano entre aquellos musculosos brazos.

—Tranquilízate —susurró el desconocido, que la tenía apretada contra su pecho—. Voy a sacarte de aquí.

Ella, sin embargo, estaba demasiado atemorizada para confiar en sus palabras. Y su desesperación fue en aumento cuando el tipo comenzó a arrastrarla con él hacia atrás. Removiéndose como una fiera salvaje, Cassidy gimió de angustia contra su mano mientras sus ojos desprendían lágrimas de horror.

—¡Shhh! Cálmate —murmuró él en su oído, sujetándola con más fuerza para limitar sus movimientos—. No voy a hacerte daño.

Con el cuerpo en dolorosa tensión, Cassidy permitió que se la llevara con él. La lluvia seguía cayendo con fuerza desde el cielo, mezclándose con sus lágrimas y nublándole la vista, por lo que apenas advirtió los estrechos y largos callejones que atravesaban.

Después de lo que a ella le pareció una eternidad, el individuo se detuvo sin previo aviso.

—¿Lo ves? —le susurró—. Te dije que te sacaría de allí. —Dejó de cubrirle la boca con la palma de la mano y la liberó por completo de la presión de su cuerpo.

Cassidy inhaló una bocanada de aire fresco, a pesar del torrente de agua que el cielo se empeñaba en escupir con furia, y se sorprendió al ver que, en efecto, estaban en zona segura. Se dio la vuelta para agradecerle al desconocido el haberse tomado tantas molestias, pero su sorpresa fue mayor cuando se encontró con unos preciosos ojos negros observándola desde arriba.

—¡Tú!

Él esbozó una sonrisa torcida.

—Hola, gatita. —Sin dejar de mirarla con aspecto petulante, la agarró con brusquedad del brazo y la apretó contra su pecho empapado—. Yo también me alegro de volver a verte.

Si tú quieresWhere stories live. Discover now