A gritos

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El parque estaba prácticamente desierto cuando Cassidy llegó. Aún no se creía que hubiera asistido a la cita. «No tenías otra opción», se repetía una y otra vez, pero la verdad era que sí la tenía. Adam no podía obligarla a citarse con él si ella no quería. A pesar de su reputación tan detestable, algo le decía que no era tan malo como aparentaba. Al fin y al cabo, no solo la había puesto a salvo el día anterior, también la había ayudado a resguardarse de la tormenta.

Todavía se moría de vergüenza cuando recordaba cómo se había aferrado a su sudadera.

Como no habían concretado un punto exacto donde encontrarse, se dirigió a la zona de césped en la que lo había visto en más de una ocasión con alguno de sus conocidos. Miró el reloj de su muñeca para comprobar la hora: las nueve en punto.

Y a Adam no se lo veía por ninguna parte.

Se descalzó y enterró los dedos de los pies en la hierba, que le hizo cosquillas en la piel. Le gustaba ser puntual en sus citas —perdón, «reuniones de amigos»— y apreciaba que los demás también lo fueran, pero estaba claro que la puntualidad no entraba en el vocabulario de Adam.

Armándose de paciencia, lanzó los zapatos y su bolso a un lado justo antes de escuchar un crujido proveniente del árbol más cercano.

El vello de su nuca se le erizó y le provocó un escalofrío.

—¿Hola?

Silencio.

Cassidy ladeó la cabeza a ambos lados, pero no había nadie a su alrededor. Se escuchó nuevamente el mismo sonido, y se sobresaltó.

—¿Adam? Si eres tú, no tiene gracia.

Más silencio.

Con un nudo en el estómago, se levantó, hizo acopio de todo su valor y se acercó con lentitud al grueso tronco. Cuando había dado ya unas pocas zancadas, un gato blanco y peludo se precipitó velozmente desde la copa del árbol y cayó al suelo sobre sus cuatro patas antes de echar a correr.

—¡Mierda, qué susto!

De pronto, se vio atrapada entre dos fuertes brazos.

—¡Aaah!

Se removió con tanta brutalidad que se golpeó la cabeza contra algo duro e implacable.

—¡Joder! —La imprecación de Adam atronó en sus oídos antes de volverse y verlo ahuecarse la barbilla con la mano.

—¡Por Dios, Adam, me has dado un susto de muerte! —Extendió los brazos hacia él sin saber muy bien qué hacer al respecto—. ¿Estás bien?

—Teniendo en cuenta que casi me rompes los dientes, sí, estoy bien.

—Bueno, si no me hubieras sorprendido por detrás, no te habría pasado nada.

—Lo tendré en cuenta para la próxima cita.

Ella entrecerró los ojos.

—No es una cita, y tampoco habrá una próxima.

—Lo que tú digas.

Cassidy puso los ojos en blanco y volvió a sentarse sobre el césped.

—Ven, déjame ver eso. —Lo agarró del brazo y lo instó a sentarse a su lado—. Recuesta aquí la cabeza. —Ante la mirada atónita de Adam, se dio unas palmaditas en el regazo.

Él la observó durante unos segundos antes de obedecer.

—¿Quién diablos creías que era? —le preguntó mientras se tendía sobre su espalda y recostaba la cabeza en la falda de la chica—. ¿El hombre del saco?

Si tú quieresWhere stories live. Discover now