Conocí a Lady Sela no hace mucho, sin embargo su historia me pareció todo un enredo que me cautivó en lo profundo de mis costillas, en los rosales que han crecido dentro de ellas...
No sabía y no conocía qué tan extraños somos los seres humanos (o lo que habita en nosotros que no es humano), hasta que ella tuvo el deseo de verme en su casa. Era imposible lo que vi en aquel extraño lugar, era imposible su existencia, o quizás lo imposible estaba en mi mente.
Sentí miedo, sentí tristeza, sentí un poco de paz... Prefiero contar con más detalles y lentitud este relato con tanta turbulencia dentro, privado de sentido, sin propósito o desenlace alguno, aparentemente.
El aroma:
Siempre a la hora más convincente, a esa hora en la que cae el sol, no sale la luna, pero se marcan las estrellas entre los abanicos de nubes coloridas, con viento soplando, el silencio de las calles y los faroles apenas encendiendo.
Yo y mi compañero habíamos acudido a su invitación por la tarde, y el aroma del que nos había hablado era el mismo que nos había prometido. El aroma del café de la almoneda perfumaba los alrededores de la casa, desde la verja hasta la colina detrás, creo que incluso calles antes o calles después, el aroma estaba allí.
Parecía que el aroma estuvo desde antes de nosotros ser invitados, antes de que Lady Sela siquiera existiera, antes de la casa, antes de la verja y la colina. El aroma, dijo Sela, siempre aparece a la misma hora.
La puerta:
No esperaba que estuviera abierta, ni esperaba que aquella tabla de una madera gruesa y oscura, hubiera sido utilizada no sólo como puerta, sino también como lienzo.
Un millar de estrellas azules sobre un retazo de tela amarilla que estaba puesta sobre la puerta habían sido dibujadas por una mano artesana. La puerta no tenía cerradura alguna, pero de ella brotaban clavos, no como si los hubieran puesto allí, sino como si ellos hubieran nacido de la misma madera. De ellos colgaban candados, unos anchos, otros flacos, unos viejos y otros recientes.
Lady Sela había dicho que pasáramos y que no nos preocuparamos. La puerta, dijo Sela, siempre está abierta.
La recepción:
Fue allí cuando mi compañero y yo nos vimos uno al otro, temerosos, dudando si realmente Lady Sela vivía allí.
Apenas y cabíamos lado a lado. Si Tiago estiraba su brazo a un lado y yo el mío al otro, las paredes se encogerían aún más. El desorden cubría todos los alrededores, no estaba seguro si vivían ratones en aquel lugar, pues creo que tampoco tendrían espacio para sus colas y orejas.
Las cajas, la ropa, el polvo y otros asuntos raros habían reducido el lugar. La recepción, dijo Sela, no siempre fue así de pequeña.
Los cien escalones:
No estábamos listos para lo siguiente, lo que parecía una estancia agradable se estaba convirtiendo en una prueba de fuerza a la serenidad. Al pasar por alto la recepción (donde nadie nos recibió), nos dirigimos a los escalones.
Una línea larga y que se desvanecía a simple vista en lo profundo de un color ocre era la que nos llevaría donde Lady Sela. Los faroles eran de luz amarilla y se encontraban a los costados situados de tanto en tanto, la alfomba perfumada con cierto olor fino estaba vieja y desteñida. Lady Sela nos había contado que la alfombra era roja, pero quién sabe hace cuánto, pues ya la suciedad y las constantes pisadas de Lady Sela la habían roto y envejecido.
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No le creo, señor Samsa y otros relatos diferentes
HumorGregorio Samsa, seguramente uno de los personajes más extraños e icónicos de la literatura clásica. Este pequeño insecto nos ha mentido a todos. ¡A todos! ¿No me crees? Deja que te cuente todas mis teorías... ✨La carta se basa en el cuento clásico "...