Capítulo 4 - Sueño [2].

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Y al no estar más Felipe, quería decir que necesitaban a alguien para manejar el orfanato. Aquí entraba la nueva directora, su contratación dictó el comienzo de una pesadilla, de mi martirio personal.

Todavía recordaba muy bien aquel día, fue una semana después, mi ánimo no era el mejor, me la pasaba llorando en las noches, no comía ni salía mucho de la cama. Pero ese día me habían obligado a alistarme para darle la bienvenida a la nueva directora.

Varios que conocían mi relación estrecha con Felipe me consolaron en secreto y susurraban que pronto todo estaría bien. Ojalá hubieran sido ciertas esas palabras. Porque estuvieron muertas por los siguientes tres años.

Todos los niños fueron bien vestidos y colocados en columnas en el salón principal del orfanato que utilizaban para eventos principales y las reuniones trimestrales.

Estaba de primera en la fila, y luego apareció aquella mujer, que de solo imaginar siquiera su silueta provocaba un estremecimiento escalofriante. Era una mujer engañosa, a primera vista parecía ser alguien amable, cariñosa y amorosa.

Había entrado por esas puertas con una gran sonrisa y ánimos a derrochar, pero mis ojos no me engañaron al observar el aura levemente negra. Ese también fue el momento en el que dudé si no estaba equivocada, porque nunca había conocido a gente que tuviera ese color. La forma en cómo se expresaba y andaba me hacían pensar que no combinaba para nada con lo que veía en su aura.

Los niños fueron engatusados con palabras dulces y los adultos no tardaron en hallarla encantadora, después de la presentación los murmullos de alabanza hacia su persona rebotaron de un lugar a otro.

Pero el corazón de Venecia era negro y malvado, su aura era tan pesada con energía negativa que me mareaba y daban ganas de vomitar cuando estaba a su alrededor.

—¿No te caigo bien, princesa? —Venecia se había acercado, porque yo ya no aguantaba las náuseas.

—No me siento bien —murmuré en voz quedita.

Ella mostró una expresión de preocupación y acarició mi cabeza.

—¿Alguien puede llevarla al área médica? —preguntó en voz alta, observando a algunos adultos cercanos.

Una mujer que hacía pasantías y que pasaba tiempo conmigo desde que se fue Felipe, se acercó rápidamente.

—Yo la llevaré.

—Cuídala, bien, ¿sí? Son nuestros preciosos niños.

Después de eso, mi mente infantil estaba tan confundida, por un lado mis instintos decían que debía alejarme y lo que observaba era una persona aparentemente buena.

Qué buena actriz era Venecia.

Pero ese mal presentimiento lo confirmé al pasar los primeros tres meses de su integración, cuando hacía rondas en las camas de los niños para darles las buenas noches. Una costumbre que adquirí porque quería hacerles sentir a los demás lo que era tener a alguien que te arropara. Aunque dormía en habitaciones compartidas, tuve ocasiones en la que me echaba una siesta en la oficina de Felipe, y allí me cubría con la manta para despedirme con un dulce beso en la cabeza.

Era un sentimiento agradable, y eso se lo quería transmitir a los demás.

En una ocasión, la niña llamada Merilda estaba oculta bajo las sábanas, aunque la llamara varias veces, ella pedía que la dejara en paz, casi que imploraba para que lo hiciera. El temblor que percibí en su voz me sorprendió, porque la usual Merilda era tan parlanchina e inquieta, siempre buscaba confrontación con los niños más grandes, era una niña intrépida que no tenía miedo a nada.

El Secreto de mi HistoriaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora