1. El cocinero y la bestia

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Había una vez, en un pequeño pueblo costero, un joven cocinero llamado Sanji. Su belleza era tal que encandilaba a cada hombre que lo veía. Su cabello ligeramente largo era del color de las hebras de oro, su piel era blanca y suave como la seda. Su cuerpo se movía con gracia en cada uno de sus movimientos. Incluso su comida era tan deliciosa que era reconocida como un deleite digno de probar si se visitaba esas tierras.

Desafortunadamente, y a pesar de su edad, no había conseguido enlazarse en matrimonio, ya que, muy por el contrario a los hombres que encandilaba, ninguna mujer quiso acercarse a él de forma romántica. Esto se debía a su actitud demasiado risueña hacia las damas, logrando que todas lo conocieran como un mujeriego que se debía ignorar.

Al principio, Sanji se sintió muy herido por su escandalosa fama, sobre todo odiaba tener popularidad entre los hombres, pero ya no le importaba. Desde hacía un par de años, perdió por completo la esperanza de encontrar a su verdadero amor. Ahora lo único que quería era vivir pacíficamente.

Y claro, eso tenía mucho que ver con su amistad con Nami, la única mujer importante en su vida. Fueron amigos desde pequeños, así que por supuesto que Sanji se desvivía por ella. Siempre la consentía con lo que fuera, incluso la protegía de cualquier bandido que se le acercara. No se imaginaba un solo día sin ella. Por eso, cuando una noche Nami había llegado histérica y bañada en lágrimas, a Sanji se le paró el corazón.

Trató de calmarla, pero ella no dejaba de hablar entre sollozos y se le hizo muy difícil entender qué es lo que ocurría.

— Nami, tranquilízate y habla despacio. — dijo pasándole un pañuelo.

— Mi mamá,... ella está cautiva. — Supo explicar aun cuando su llanto no cesaba. — Fue al palacio abandonado del bosque por mi culpa, porque yo le dije que quería una rosa del jardín...Por mi culpa,... Sanji, una bestia horrible la atrapó. Para liberar a mi madre a cambio me pidió que fuera en su lugar...No sé qué hacer.

Sanji palideció. Todos en el pueblo escucharon la oscura historia del castillo abandonado. Se decía que allí habitaba la bestia más horrible y peligrosa que el hombre hubiera conocido jamás. La leyenda decía que la bestia era de un grotesco color verde, que era tuerto y que llevaba tres katanas en la cintura. Con una descripción tan grotesca, claro que Sanji pensó que eran habladurías, al menos hasta ahora.

Si una bestia así existía, no se imaginaba las terribles cosas que podría hacerle a su querida amiga. No lo permitiría. Era simplemente un no rotundo. Iría en su lugar y lo mataría antes de que pudiera ponerle un solo dedo encima. Miró a Nami, sus hermosos ojos hinchados por las lágrimas.

Tendría que mentirle. Ella no lo dejaría ir si sabía que su plan era enfrentarse a la criatura.

— Nami, déjame ir en tu lugar. No podría vivir sabiendo que estás allí.— dijo Sanji, arrodillándose ante ella.

— No puedo permitir que hagas eso. No sabes lo que te espera en ese castillo — respondió ella, con lágrimas en los ojos.

— Soy un hombre, seguro se aburrirá pronto de tenerme allí y me dejará volver.

Finalmente, conmovida por la determinación del rubio, aceptó su oferta. Y es así como con el corazón pesado, Sanji se dirigió al castillo decidido a enfrentar a la bestia.

Al llegar, vio a la madre de Nami esperando en la puerta. Le contó sobre su plan falso, le dijo que fuera en seguida al pueblo y que consolara a su hija, que volvería pronto. Una vez se despidieron, Sanji entró.

El castillo estaba tan polvoriento por fuera como por dentro. Todo el lugar se veía descuidado y gravemente envejecido. No vio a la bestia de inmediato, por lo que, tosiendo un par de veces debido al polvo, avanzó hacia otras habitaciones cercanas. Sin embargo, antes de que pudiera curiosear, vio que al pie de las gradas que se dirigen al segundo piso, había una criatura alta y verde.

One-shots ZOSANDonde viven las historias. Descúbrelo ahora