3. Sobre dioses y guerreros (Segunda parte)

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ADVERTENCIA: Tabú religioso.


Después de aquella conclusión, Sanji no preguntó más sobre el tema moral. En cambio, en la noche manifestó una especie de dormitorio para que el moreno pudiera tener un momento libre. Zoro, por supuesto, estaba sorprendido, pero no dudo en que Sanji era tan poderoso como para hacer eso y mucho más.

La habitación estaba extrañamente decorada con armas medievales y arreglos dorados que se asemejaban a los que tenían los santuarios. Lo único relativamente normal era la cama de una plaza hecha de madera oscura. Si bien el dios dejó claro que el dormir no era necesario, esa misma tarde cuando concluyó su trabajo con la habitación, le comentó que Zoro podía dormir a voluntad si lo quería. Y como no sabía cómo más pasar su tiempo, lo hizo.

Dormitó por unas cuatro horas, cuando se despertó agitado tras una pesadilla en la que revivía la caída por el acantilado. Después, ya no pudo conciliar el sueño de nuevo, por lo que salió de la cama.

Escuchó un ruido afuera, y la curiosidad de saber que es lo que estaría haciendo el dios lo llevó asomarse por la puerta mágica que separaba la manifestación de la cueva.

En medio del lugar, Sanji estaba en posición de loto, levitando a unos centímetros del suelo. Su cuerpo emitía una luz dorada que pulsaba suavemente. Tenía los ojos cerrados, su rostro sereno y concentrado. La luz dorada parecía emanar de su interior, cada respiración que tomaba resonaba con un eco suave, llenando el espacio con una calma profunda.

El guerrero observó en silencio mientras recordaba claramente las palabras del dios que afirmaron que moriría a los cuatros días. Entonces, intuyó que lo que estaba presenciando era parte del proceso de la transformación final de Sanji, donde su cuerpo sería destruido y elevado hacia alguna parte que sobrepasaba su comprensión.

Se movió un poco más cerca del rubio. La belleza de la escena era indescriptible, una manifestación de lo divino en su forma más pura. Sin embargo, la tragedia de la inminente desaparición de Sanji llenaba su corazón de una extraña sensación. El dios, a pesar de su inmenso poder, demostró que mantenía un nivel muy inocente en su corazón al ignorar temas que Zoro creía como naturales. Le pareció que el rubio aún tenía mucho que aprender antes de irse.

Dio otro paso adelante, acercándose un poco más al dios en meditación. No quería interrumpir el proceso, pero necesitaba estar más cerca, sentir la energía de Sanji para sentir que todo aquello era real y no una alucinación.

La luz dorada pareció intensificarse brevemente, como si Sanji hubiera sentido la presencia ajena y le ofreciera un saludo silencioso. Zoro se arrodilló, inclinando la cabeza en señal de respeto. Rezó como lo solía hacer antes de salir a alguna batalla importante, pero esta vez la figura que tenía delante era real, el verdadero dios de la guerra.

En su mente, pidió que sus hermanas murieran de ancianas, con gran felicidad y sin arrepentimientos. Cerró los ojos y dejó que una lágrima solitaria cayera por su mejilla.


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La mañana del segundo día, el rubio manifestó un salón, que el guerrero solo podía describir como celestial. De nuevo, la decoración era extravagante. Excepto los sofás, que eran parecidos a las nubes, igual de blancos y suaves.

Sanji se sentó en el sofá más grande, invitando al otro a sentarse a su lado. Zoro, con una ligera inclinación respetuosa, se sentó cerca del extremo opuesto del mueble.

One-shots ZOSANDonde viven las historias. Descúbrelo ahora