3. Sobre dioses y guerreros (Última parte)

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ADVERTENCIA: CONTENIDO SEXUAL EXPLÍCITO



Cuando Sanji "nació", su maestro ya lo esperaba al pie del santuario donde convivieron el uno con el otro por al menos cien años. Durante dichos años, su maestro le enseñó la principal esencia de lo que significaba ser el dios de la guerra. A parte de algunas reglas, lo que más le recalcó fue que como un dios, la suerte de sus creyentes estaba en sus manos, más no su destino.

Sanji podía desequilibrar la balanza a favor del ejército que él decidiera que merecía la victoria. Incluso podía invocar algún incidente que diera la ventaja, tal como un diluvio, un deslave, una tormenta de nieve...

La supervivencia de los guerreros dependía enteramente de ellos y de su hilo de la vida. Esa fue la regla más importante y que no debía romper para nada en el mundo. Sin embargo, fue hace unos años, casi a la puerta de que se retirara como un dios, que escuchó una voz. Esta voz provenía de una súplica, alguien estaba rogando por ayuda.

Fijó su mirada hacia aquella zona, solo para ver como unos cuantos soldados (del bando que esta vez perjudicó) estaban atrapados en una pequeña choza, rodeados de nieve y sin aparente escapatoria.

El hilo de la vida de la mayoría era corto, lo que significaba que morirían esa misma noche a más tardar. Bueno, era lo que era, no podía hacer nada.

"... Quizás reciba muchas oraciones y ni siquiera tenga tiempo de escucharme a mí, un soldado de humilde procedencia, pero de todas formas quiero pedirle algo."

La voz más fuerte resonó en su cabeza. Solo por curiosidad se quedó a observar la dramática escena, donde un soldado de extraño cabello verde se arrodillaba en la fría nieve que de seguro despellejaría las partes de piel que sobresalía de su uniforme hecho jirones. Su rostro le sonaba mucho, estaba seguro de que ya lo observó con anterioridad. Debía ser alguna joven promesa que le llamó la atención en el pasado.

" No quiero morir. Es la verdad. A pesar de que estoy dispuesto a hacerlo, no significa que lo esté esperando esta noche. Aun tengo muchas cosas que hacer. Muchas cosas que aprender..."

Miró el hilo de vida del soldado, era igual de corto que el del resto de hombres. Definitivamente, una lástima.

" Todavía no estoy satisfecho con lo que sé de la vida ni de mi mismo. Tampoco de lo que hice hasta ahora. Es necesario que ayude a mi nación a ser libre, yo quiero ser libre. Si me lo permite, juro que le daré mi alma si fuera necesario. "

Sanji alzó una ceja. No era la primera vez que le ofrecían un alma a cambio de algo, solo que nunca lo hicieron por el bien de otras personas.

¿Libertad? Sonaba demasiado bien. Podía darle la libertad que tanto ansiaba, pero primero tendría que demostrar que era merecedor. Para ello, debía aguantar al menos hasta la madrugada, si lo hacía,  lo ayudaría.

Simple para un dios, difícil para un mortal. Sin embargo, se dieron las cinco de la mañana y el peliverde seguía respirando, aunque con dificultad. Durante todo ese tiempo había rezado sin cesar, como si estuviera decidido a ganar la apuesta de la que ni siquiera tenía conocimiento. Y bueno, le ganó al dios, así que finalmente Sanji detuvo la tormenta de nieve y aumentó la temperatura para que la nieve alrededor se descongelara, permitiendo que el grupo de rescate diera con el grupo donde todos ya estaban muertos excepto Zoro.

Después de aquello, no pudo apartar su mirada del humano. Si bien siguió con su trabajo de dios, de vez en cuando volvía a donde estaba Zoro. Lo veía dormir, lo veía entrenar, y a veces, entraba en sus sueños. Al principio, solo lo observaba de lejos, pero con el tiempo, comenzó a conversar con él. Le gustaba hacer eso, ya que raramente se llevaba bien con otros dioses, esto fue casi como si tuviera su primer amigo. Y de todos modos, al despertar, Zoro no recordaría nada.

One-shots ZOSANDonde viven las historias. Descúbrelo ahora