CAPITULO 2: GUISO

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Posicionados con escudos en frente, uno al lado del otro y las piernas firmes, nos preparábamos para el impacto, listos para el engaño contra el enemigo que se acercaba.
— Estén atentos a mi señal —anuncié.
Iaru asintió con la cabeza, su mirada fija en el horizonte. — Ya los veo —indicó.
El terror se manifestó en su cara, sus ojos azules abiertos de par en par y su piel pálida. Pero no dijo nada más, se limitó a tragar saliva y a ajustar su escudo.
— Lo lograremos juntos —le dije, tratando de infundirle confianza.
Pero Entrick no parecía tan seguro. — Es la primera vez que luchamos contra humanos y KSK al mismo tiempo —dijo, su voz llena de dudas—. ¿Qué posibilidad hay?
Tomó un sorbo de agua de su cantimplora y luego se acomodó un mechón rubio que se había salido de su casco. Su mirada era seria y preocupada.
Era cierto, la situación era desesperada. Pero no podíamos hacer nada más. Ya estabamos allí y decepcionar a Luketi era lo último que deseaba en este momento. Me recordé a mí misma que habíamos entrenado para esto, que éramos guerreros y que no íbamos a rendirnos sin luchar.
Mantuve mis brazos firmes como rocas, mientras algunas flechas lograban penetrar nuestros escudos. Lancé una mirada furtiva hacia la izquierda y vi a un joven Nigzis asomándose entre las hojas de un árbol. ¡Maldición! Esperaba que no lo descubrieran. Mi corazón latía a un ritmo frenético.
Entonces, noté cómo las flechas de los arqueros caían sobre los enemigos, sembrando el caos y la destrucción. — Ya casi... —dije, midiendo mis palabras y controlando mi respiración.
El sonido de los caballos al trote se volvía más fuerte. Unos cuantos KSK se aproximaban por detrás de ellos.
Los arqueros volvieron a tensar sus arcos y lanzaron una lluvia de flechas hacia el cielo, lo que provocó que las aves, asustadas, se dispersaran en busca de un lugar seguro.
— ¡Es hora! —anuncié, mi voz resonando en el aire.
Mi escuadrón se lanzó hacia los laterales con rapidez y precisión, ejecutando la maniobra que habíamos planeado con anterioridad. Los caballos y sus jinetes quedaron atrapados en la trampa, rodeados por nuestros guerreros.
En ese momento, los Nigzis dispararon flechas desde las copas de los árboles, utilizando sus ballestas con mortal precisión. Luego, descendieron desde las ramas con una velocidad y agilidad sorprendentes, listos para enfrentarse a sus oponentes en el campo de batalla. La prontitud y ferocidad de su ataque tomaron por sorpresa a los enemigos.
Mi grupo se lanzó con celeridad hacia el grupo adversario dando inicio a una lucha intensa. Tenían superioridad numérica, y su presencia era imponente. Los guerreros de Argen vestían con armaduras azul marino, tal como lo describió Xanix. La mayoría eran mujeres, fuertes y ágiles, con cuerpos altos y esbeltos, y ojos verdosos que parecían brillar con una intensidad feroz. Sus cabellos castaños ondeaban al viento mientras se bajaban de sus caballos, listas para batallar con espadas.
Luketi y su clan ya ocupaban todo el espacio y se mantenían unidos dando golpes sincronizados. Sus gritos de guerra resonaban en el aire, uniendo sus voces en un coro de furia y determinación que parecía hacer temblar la tierra.
Apunté con el arco hacia los craneós de las Argen, mi dedo índice firme sobre la cuerda, listo para soltar la flecha. Mi objetivo era proteger a mis compañeros, asegurarme de que no sufrieran daño alguno. No sabía exactamente dónde se habían posicionado los KSK, pero no quería encontrarme con ninguna de esas criaturas. Mi deseo era que los Nigzis se ocuparan de ellos.
Hice una vista panorámica y mi mirada se detuvo en un par de cuerpos caídos en el suelo. Pero mi atención se centró en un hombre alto y atractivo, con cabello blanco puro que parecía brillar como la nieve bajo la luz del sol. Su figura era imponente, y su presencia parecía dominar el entorno. Batallaba muy ágil dando fuertes patadas y golpes con su alabarda. El arma estaba cubierta de sangre roja y azul, parecía que había sido bañada en el líquido vital de sus enemigos.
El hombre llevaba puesta una camisa de lino morada de manga largas, pantalones negros de corte amplio parecían flotar alrededor de sus piernas, y su capa larga del mismo color parecía ondear detrás de él como una bandera de victoria. «Vaya hombre» pensé, mi mente atónita ante su presencia. Parecía un dios en la batalla, un ser superior que había descendido de los cielos.
Luego, mi mirada se posó en Gless, que luchaba cuerpo a cuerpo con un KSK. Un rasguño en su antebrazo hizo que se quejara, pero no se detuvo. Preparé mi arco y apunté hacia la bestia, mi corazón latiendo con intensidad. Pero entonces, algo extraño sucedió. Mis ojos se nublaron y sentí como si el tiempo se hubiera detenido. De repente, estaba sola en el campo, enfrentada al KSK y Gless. El sol se ocultó y la escena se convirtió en una pesadilla.
Recordé aquel día en que fui incapaz de lanzar esa flecha. El día en que perdí lo que más amaba. La memoria me golpeó con fuerza y mis manos comenzaron a temblar. Una lágrima cayó sobre mi mejilla y mi arco se movió ligeramente.
Pero no me detuve. Disparé la flecha sin dudar, y esta pasó a centímetros del rostro del hombre de cabello blanco que había admirado momentos antes. Se giró rápido y observó furioso. Me sentí avergonzada, mi cara como un tomate. Vi cómo la criatura blanca tomaba del cuello a Gless y su grito desgarrador me hizo regresar a la realidad. Algo dentro de mí se rompió y encontré la fuerza para actuar.
«Puedo hacerlo», me convencí.
Lancé otra flecha con precisión y determinación, y esta impactó en una de las piernas del KSK, haciendo que soltara a Gless. El KSK me miró con una rabia feroz, sus ojos ardientes de ira, y se aproximó a mí con sus grandes alas extendidas.
Respiré profundo, tratando de calmar mi corazón acelerado, y volví a lanzar una última flecha, rezando para que fuera precisa. La flecha voló hacia su objetivo y perforó el cuello descubierto del KSK. El monstruo cayó desplomado.
Tiré el arco lejos. «Ya no más» dije en mi mente. El gran trauma aún seguía ahí.
Agarré la cantimplora de mi bolsillo y la rocié sobre mi rostro, sintiendo el agua fresca y refrescante. La sensación me ayudó a calmarme y a centrarme en el momento presente. Pude visualizar una espada en el suelo, y me acerqué a ella con cautela. La tomé, sintiendo el peso y la solidez de la hoja en mi mano. Me sentí más segura para enfrentar lo que viniera a continuación.
— ¡Ayuda! —gritó Ebla, el abuelo del grupo. Su voz desesperada y llena de miedo, mientras se encontraba peleando solo contra un KSK que había bajado a tierra desde nuestras espaldas, sorprendiéndolo con su ataque.
Corrí a su lado para poner fin a la vida del depredador con la afilada espada plateada. Ebla me miró con gratitud, su rostro cubierto de sudor y polvo, y me agradeció con un pequeño gesto de la cabeza. Luego, se reincorporó a la batalla, y lo acompañé en la lucha, y juntos enfrentamos a los enemigos que aún quedaban.
Emilio y Gaona se enfrentaban a dos mujeres muy ágiles que intentaban cortarles la garganta con sus espadas. La batalla era intensa, cada uno tratando de superar al otro.
— ¡No te rindas, hermano! —gritó Gaona, mientras esquivaba un golpe mortal de su oponente.
— ¡No lo haré! —respondió Emilio, con un gruñido de dolor y determinación, después de que una de las mujeres logró cortar ligeramente su hombro derecho.
La sangre comenzó a brotar de la herida, pero Emi no se detuvo. Con un movimiento preciso, logró esquivar otro golpe de su oponente y contraatacar con fuerza.
Gaona, mientras tanto, se enfrentaba a la otra mujer, que era igual de ágil y letal. Los dos se movían en un baile mortal, sus espadas chocando y rechazándose en un ritmo frenético.
— ¡Vamos, Gaona! —gritó Emilio, mientras lograba derribar a su oponente—. ¡Terminemos esto!
Gaona asintió con la cabeza y, con un golpe rápido logró derribar a su oponente. Los dos hermanos se miraron, sonriendo con alivio y victoria.
Los caballos que quedaban en el campo de batalla relinchaban desesperados, sus ojos llenos de miedo y confusión. Intenté calmar a uno que corría en círculos Me acerqué a él con cuidado, hablando en voz baja y suave. Agarré de su soga y lo trajé hacia mí, sintiendo su tensión y su resistencia inicial. Pero luego, el caballo comenzó a calmarse.
— Eso es cariño —acaricié su cuello y lomo—. Ya pronto acabará.
En mi intento de localizar a Gless, mi atención se centró en el entorno, buscando cualquier señal de su nuevo paradero. Pero en ese momento de distracción, no noté que un enemigo había intentado apuñalarme por la espalda. Fue un movimiento sigiloso, casi imperceptible.
Fue entonces cuando giré, y vi los ojos oscuros del peliblanco. En un movimiento veloz y cuidadoso, destrozó la cabeza del hombre que me había intentado matar, su cráneo explotando en una nube de sangre y huesos.
Mi salvador tenía la cara manchada con gotas de sangre y su expresión era de una intensidad que me hizo sentir un escalofrío.
— Ten más cuidado —dijo con el ceño fruncido, su voz baja y grave.
Me había salvado la vida, incluso cuando casi le arrebato la suya. La ironía de la situación me golpeó con fuerza, y me sentí agradecida y avergonzada al mismo tiempo. Pensé en cómo había estado a punto de matarlo, en cómo mi flecha había volado a milímetros de su rostro. Y sin embargo, él me había salvado, sin dudar ni un instante.
Me sentí abrumada por la gratitud y la culpa. Mi mente se llenó de preguntas y dudas, y me sentí perdida en un mar de emociones contradictorias.
Luego miré a aquel hombre, y vi la seriedad en su rostro. Vi la resolución en sus ojos, y la robustez en su postura. Y supe que no había tiempo para preguntas ni dudas. Había que seguir adelante. Y así, con un esfuerzo, logré sacudirme la inmovilidad.
— Al fin te encontré —dijo Gless, agitado y con la respiración entrecortada.
— Dios mío, ¿estás bien? —pregunté, preocupada por su estado.
— Por supuesto —respondió, intentando sonreír mientras se limpiaba la herida de su antebrazo con un pañuelo—. Gracias por salvarme.
— ¿Dónde están Xanix y Luketi? —pregunté, mirando alrededor con ansiedad.
Gless señaló lentamente hacia el horizonte, y mi corazón se hundió al ver una nueva horda de KSK dirigiéndose directamente hacia los ellos.
— ¡Dios mío! —exclamé, sintiendo un escalofrío que me recorrió la espalda y me hizo erizar la piel.
Tomé uno de los escudos que se encontraban en el suelo, sintiendo su peso y su solidez en mis manos. Luego, me acerqué al caballo colorado y miré su rostro noble y sereno. Sus ojos castaños me devolvieron una mirada segura y confiada, como si supiera que todo saldría bien.
— Espero verte pronto —me despedí, acariciando su suave pelaje con la mano. Le di un beso en la frente, sintiendo una conexión profunda con él.
Junto a mi leal compañero, corrimos con desesperación para ayudar a nuestros aliados. La adrenalina corría por mis venas como un río de fuego.
— ¡Izquierda, yo derecha! —indiqué, mientras nos lanzábamos al combate.
Los siguientes minutos pasaron lentos. Por alguna razón, los KSK parecían motivados en únicamente atacar a Luketi, como si hubieran detectado que era el líder de nuestro grupo.
Destruimos, con el filo de nuestras espadas, las cabezas de las críaturas del Sur, que se desplomaban al suelo con un ruido sordo.
De repente, una flecha cayó sobre el muslo del pelirrojo, y Gless vio quién había sido y decidió aventar con fuerza su hacha hacia la Argen. La hacha voló por el aire, partiendo la cabeza de la mujer en dos, con un sonido de crujido que me hizo estremecer.
Luketi tan solo retiró la flecha, disimulando el dolor que debía estar sintiendo.
— ¡Carajo! —solté sin querer, mientras miraba a mi alrededor y veía la carnicería que se estaba produciendo. Esto era la lucha más violenta que había presenciado, y me sentía como si estuviera viviendo una pesadilla.
Por unos instantes mi mirada se dirigió a un KSK de rostro angelical y cabello lacio hasta la cadera, me observaba con intriga con sus grandes ojos celestes. A diferencia de los demás, su cuerpo estaba completamente cubierto de una tela brillante y plateada, libre de suciedad y sangre. Sus alas eran incluso más grandes que él. Sus pies descalzos no tocaban el suelo, se mantenía levitando a pocos centímetros de la tierra seca. En su mano traía una especie de varilla. Su vuelo entre los altos árboles hizo que lo pierda de vista.
Con un esfuerzo supremo, repartí golpes certeros con mi afilada espada, intentando mantener a raya a los enemigos que aún quedaban. Pero ya casi no tenía fuerzas para seguir luchando. Hacía días que no dormía bien, y el agotamiento me había consumido. Mis manos ardían de dolor y mis músculos temblaban de fatiga.
— Es hora de poner fin a esto —dije seria, con una determinación que apenas podía sostener.
Finalmente, después de lo que pareció una eternidad, derrotamos a los KSK restantes. El grupo disminuido del Clan del Este se rindió, y Luketi sonrió victorioso. Sacudió su melena y acomodó su ropa, como si estuviera preparándose para una celebración. Fue directo hacia un hombre de barba, con armadura azul, que se ubicaba en el medio del grupo.
— Veo que tu patético Clan no pudo contra nosotros —dijo Luketi, con una arrogancia que me hizo sentir incómoda—. Ya sabía que nunca podrías lograrlo, Elias.
El hombre permanecía con la cabeza agachada, como si no quisiera mirar al Nigzis. Sus puños se cerraban y se abrían con una tensión visible, y sus ojos parecían arder de rabia contenida. La bronca que cargaba era palpable, y me sentí agradecida de que no estuviera dirigida hacia mí.
Luke se acercó aún más. Colocó un dedo sobre la barbilla de Elias y levantó su cabeza, obligándolo a mirarlo a los ojos.
— ¿Qué debería hacer con ustedes? —preguntó Luketi.
Todos permanecieron unos segundos en silencio.
— Nos hemos rendido —dijo por fin Elias—. Perdónenle la vida a mi gente. Conmigo hagan lo que quieran.
Luketi emitió una risa seca y mordaz, que parecía estar llena de veneno.
— ¿Lo que quiera, eh? —repitió, su voz llena de desprecio—. Eres un traidor, un cobarde. ¿Unirte a esos monstruos?
Sus ojos se encontraban abiertos más de lo normal, y su rostro estaba congestionado de rabia.
De nuevo, un silencio incómodo se apoderó del grupo.
— ¡Que respondas! —gritó Luketi, su voz como un trueno.
Elias tragó saliva antes de responder:
— Quieras o no, ellos son los nuevos gobernantes de estas tierras. Y será así por mucho tiempo.
Luketi le dio una cachetada brutal a Elias, que hizo que su cabeza se girara hacia un lado.
— En este momento, quien manda aquí soy yo —dijo, mientras su mirada recorría el campo de batalla, donde los cuerpos de los KSK yacían inertes.
Elias bufó al tiempo que se limpiaba la sangre que manaba de su boca.
El Nigzis continuó su discurso, su voz cada vez más fría y calculadora. — Veré qué hago con tu gente. Por el momento, serás mi valioso prisionero y me contarás todo lo que sabes sobre KSK —giró levemente su cabeza hacia un lado y sonrió de oreja a oreja. Su sonrisa era espeluznante, y parecía que estaba disfrutando del miedo y la desesperación de Elias.
Luketi dio un giro de 180 grados, hizo un chasquido con los dedos, y sus seguidores se llevaron al hombre vencido, arrastrándolo por el suelo y golpeándolo con sus armas. Elias gritó de dolor mientras era arrastrado.
Luego, Luke se acercó a mí con pasos cortos y deliberados, su mirada fija en mí.
— Veo que sobreviviste, preciosa —dijo, su voz baja y seductora, mientras tomaba un mechón de mi cabello oscuro y lo enrollaba en su dedo. Se arrimó a mi cuello y lo olió, inhalando profundamente, como si estuviera absorbiendo mi esencia. Luego, suspiró y se fue alejando, sonriendo con la boca cerrada, mientras sus ojos azulados brillaban.
Con pasos suaves y silenciosos, se acercaba una señora mayor de cabello corto y canoso, que irradiaba una calidez y una serenidad que me hizo sentir un poco más tranquila. Luketi le susurró algo al oído, y ella asintió con una sonrisa.
— Jovencita, les prepararemos habitaciones para que puedan ducharse y ponerse ropa limpia —expresó ella con una suave voz maternal.
— Muchas gracias, señora —le dije.
— Ella es Marissa —me orientó Xanix—, la abuela de Luke.
Mientras tanto, los hermanos Mavre se miraban mutuamente aliviados. Estaban exhaustos, cubiertos de tierra y sangre. Deseaban por fin darse un cálido baño y descansar.
Ebla se había tendido en el suelo, agotado y con el sudor de su frente goteando. Raica, su mejor amigo, lo acompañaba.
— Al fin terminó —comentó Ebla con un suspiro.
— Ha sido terrible —convino Raica.
— Casi pierdo una mano.
— Que bueno que estaba ahí, ¿no?
— Y cuando a ti casi te apuñala esa chica, ¿eh? —replicó Ebla.
— Ya, ya. Cierra el hocico, viejo —finalizó la conversación Raica, cerrando los ojos y echándose una siesta entre los cadáveres, en un gesto que me pareció un poco raro.
— ¡Esta victoria tiene que festejarse a lo grande! —exclamó Luketi, con los ojos desorbitados y la voz completa de emoción, levantando ambos brazos al cielo como si estuviera invocando a los dioses. Su mirada era frenética, y su sonrisa era más bien una mueca de locura.
Xanix nos guió hacia la casa principal, que se alzaba imponente ante nosotros. «Es inmensa», pensé, mientras mi mirada recorría la fachada de la casa. A simple vista se notaba que la familia de Luketi había sido adinerada, tenían espacio suficiente como para hospedar a un ejército. Sus casas eran de dos pisos de piedra, con ventanas de postigos de madera cubiertas con hojas de hiedra verde. Tenían diversas habitaciones de todos los tamaños, cada una más lujosa que la anterior. La casa parecía un palacio, y Luketi era el loco rey que lo gobernaba.
Los cuatro hermanos varones Mavre compartieron una habitación amplia y acogedora en el segundo piso, con ventanas que daban al jardín. Mientras que Iaru, por otro lado, prefirió compartir habitación con otros jovenes de Nigzis, una que por cierto tenía su propia biblioteca con estanterías repletas de libros antiguos.
Ebla y Raica, por su parte, decidieron compartir una habitación luminosa que se encontraba en el primer piso, evitando así tener que subir y bajar escaleras. Su habitación estaba decorada con una mezcla de colores vivos y suaves.
A mí me correspondió una habitación espaciosa y elegante, con una chimenea y un baño propio, que según Luke había sido especialmente seleccionada para mí. La habitación estaba decorada con una alfombra morada llamativa, dos mesas de luz con lámparas de cristal, un escritorio de madera noble con patas talladas y un candelabro dorado que parecía brillar en la penumbra. Además, había cientos de papeles y plumas esparcidos por el escritorio, como si estuvieran esperando a que alguien los utilizara. La habitación también tenía una gran ventana con vistas al jardín, y una puerta que daba a un balcón pequeño donde se podía sentar y disfrutar del aire fresco.
Hacía mucho tiempo que no me bañaba con agua caliente. Fue un placer relajante que me hizo olvidar momentáneamente la fatiga y el dolor. Aún así, me costó limpiar a fondo toda la tierra y sangre seca que se había incrustado en mi piel.
— Maldición, Luke —murmuré para mí misma, mientras abría el pequeño ropero para encontrarlo vacío. Mierda. Ya estaba anocheciendo, y sabía que iba a llegar tarde a la celebración.
Me envolví en la toalla, intentando cubrir mi delgado cuerpo, y asomé la cabeza por la puerta. El pasillo estaba libre de personas, así que caminé en puntitas de pie para no hacer ruido, intentando no llamar la atención. Sin embargo, mi sigilo fue en vano.
— Eh, ¿qué haces desnuda por mi casa? —Luketi apareció de la nada, y choqué contra él sin querer.
— Imbecil, no me dejaste ropa.
— Claro que sí, sobre la silla al lado del escritorio —respondió él, con una sonrisa pícara.
— ¿Qué? —mi voz se elevó, y Luketi se rió.
— No hace falta excusas, preciosa. ¿Te dirigías a mi habitación en toalla... sin más nada?
— ¡Puaj! —le di un ligero golpe en el muslo, cerca de la herida, y él gimió, sonriendo de manera provocativa.
— Eres ruda —dijo, mientras se masajeaba el muslo.
Me di la vuelta, intentando ignorar la tensión que se había creado entre nosotros, pero pude oír sus últimas palabras, dichas con una voz baja y seductora:
— Cuando quieras puedes venir...
Regresé a mi habitación, y mi mirada se posó en el magnífico vestido de seda color violeta que me esperaba. Tenía detalles marrones, mangas cortas que parecían diseñadas para mostrar la delicadeza de mis brazos, y para los pies, unas botas oscuras de caña alta. No pude evitar sentirme emocionada ante la perspectiva de ponérmelo.
— ¿Cómo no te vi antes? —dije, alegrándome al ver algo tan hermoso.
Me acosté unos minutos sobre la cama, que era suave y cómoda. Por un momento, pensé que había muerto y estaba en el paraíso.
Me dirigí a la habitación de Iara, que compartía con las hermanas Adayla y Lythicia Keller. No solía usar maquillaje, pero le pedí a mi amiga que me hiciera algo bonito para la ocasión.
— ¡Claro que sí! —exclamó Iaru, emocionada—. Tienes un rostro hermoso, haré resaltar aún más tus ojos.
Mientras tanto, Lythicia y Adayla me ayudaron a peinar mi cabello ondulado.
— ¿Qué estilo te gusta? —preguntó Lythicia, mientras manipulaba mi cabello.
— Algo sencillo —respondí.
— ¡Genial! —dijo Adayla—. Te verás preciosa.
Iaru me aplicó un maquillaje suave y natural, resaltando mis ojos y labios.
— ¡Listo! —exclamó—. ¡Eres una verdadera reina!
Me miré en el espejo y me sorprendí de lo hermosa que me veía. Mis cachetes dolían de tanto sonreír.
— ¡Gracias, Iaru! —le dije, abrazándola—. Me siento como una princesa.
Las señoritas Keller me hicieron un bonito peinado, con dos largas trenzas que se entrelazaban en la parte posterior de mi cabeza, formando una especie de corona. Las trenzas estaban adornadas con cintas de seda violeta.
Apliqué perfume sobre mi piel y nos encaminamos al campo, limpio y libre de cuerpos.
— ¡Wow! —exclamé sorprendida—. El campo está impresionante.
— ¡Sí! —dijo Adayla—. Los Nigzis somos muy talentosos.
Iaru sonrió y me tomó del brazo.
— ¡Vamos! —dijo—. La fiesta nos espera.
En una mesa larga y elegante, cubierta con un mantel de terciopelo morado, ya se encontraban dispuestos una variedad de deliciosos aperitivos, como canapés de salmón y queso. Junto a ellos, se alineaban botellas de vino y jarras de cristal llenas de bebidas refrescantes, como limonada y sidra de manzana. En el extremo de la mesa, se exhibían una serie de postres exquisitos, como tartas de frutas y pasteles de chocolate, todos decorados con flores comestibles. El ambiente estaba iluminado por candelabros con velas púrpuras, que proyectaban una luz cálida y acogedora sobre la escena.
A unos cuantos metros, el campo se extendía hasta el horizonte, y unas antorchas de metro y medio, insertadas en la tierra, parecían ser las únicas testigos de la noche. El calor emanaba de las dos forjas industriales que habían sido encendidas al rojo vivo, y que parecían estar bailando al ritmo de las llamas. Mi preocupación por la idea de una fiesta nocturna en el campo disminuyó.
Sentados en un ambiente acogedor, esperaban Emilio, Gaona y Facundo, con sonrisas cálidas y genuinas que iluminaban el espacio.
— Lindo color —expresó Facu, el menor de los Mavre, con su voz suave y afable.
— Bonito, ¿cierto? —dije como si buscara confirmación.
— Te ves bellísima —dijo Gaona, mientras su mirada se posaba en mí con afecto.
— Ni tanto —bromeó Emi, que lucía su icónico peinado con trenzas intrincadas, y le di un ligero golpe en el hombro.
Luego, con una sonrisa, les presenté a las hermanas Keller, cuya belleza llamaron inmediatamente la atención de Emilio y Gaona. Mientras ellas se sumergían en una conversación animada con los chicos, intercambiando risas y sonrisas, Iaru se retiró un momento para charlar con su hermano Facu, compartiendo un momento de conexión y complicidad fraternal.
Todos los presentes se notaban prolijos y limpios, con un aura de elegancia y sofisticación. Nunca me había sentido tan relajada y cómoda como lo estaba en ese momento, rodeada de personas que me hacían sentir apreciada.
— ¿Cómo va la fiesta? —preguntó Luketi en general, luciendo un elegante traje color uva que perfectamente combinaba con el tono de sus pantalones. Su presencia era imponente, y su sonrisa lunática iluminaba el ambiente—. Esta noche es para celebrar —proclamó con entusiasmo—. ¡Bailen, canten y beban hasta el amanecer! —añadió, mientras su mirada brillaba con una energía contagiosa.
Guisela, la arquera que había capturado mi atención al inicio del día con su belleza y altura, estaba sentada junto a un muchacho moreno de ojos cálidos en una esquina de la mesa rectangular, rodeada de risas y conversaciones animadas. De repente, nuestros ojos se encontraron en un momento de conexión inesperada, y sentí un ligero escalofrío recorrer mi espalda. Desvié la mirada rápidamente hacia otra parte, intentando evitar la incomodidad que me invadía, pero no pude sacudir la sensación de que Guisela había visto algo en mí que yo misma no había reconocido.
Ambos continuaron charlando con una naturalidad que parecía haber existido siempre entre ellos. Sus manos se rozaban ocasionalmente, mientras que sus ojos se cruzaban con frecuencia, intercambiando miradas llenas de ternura, afecto y conexión emocional. Luego, el moreno tomó el laúd que reposaba sobre la mesa, sus dedos se deslizaron sobre las cuerdas del instrumento, y comenzó a tocar una melodía suave que parecía resonar en el corazón de Guisela.
La atmósfera se volvió aún más íntima y romántica, y parecía que el tiempo se había detenido para ellos, sumiéndolos en un universo exclusivamente suyo.
— Es un placer ver tanta belleza reunida en un solo lugar —comentó Luketi, acercándose a mí con pasos elegantes y una sonrisa pícara—. Veo que finalmente decidiste vestirte... ¿Qué tal si brindamos por eso? —sugirió, ofreciéndome una bebida oscura en un recipiente dorado.
— ¿Qué es esto? —pregunté, oliendo el aroma intenso de aquel líquido.
— Es un vino producido por Frannco Sasaki —respondió Luketi, con una sonrisa que parecía ocultar un secreto—. El hermano menor de mi amigo Xanix, mi Cólider.
— ¡Sasaki! —exclamé, sorprendida—. ¿De verdad?
— Así es —confirmó Luketi, guiñando un ojo—. ¡Vamos, pruébalo! —insistió, tomándome suavemente de la cintura.
La curiosidad y la insistencia de Luketi me hicieron ceder. Tomé un sorbo del vino y me sorprendió su sabor rico y complejo, aunque un poco fuerte.
— Está delicioso —admití, tomando otro sorbo.
Luketi sonrió, satisfecho, y me sirvió más vino en la copa. — Es el mejor vino que probarás en tu vida, preciosa —dijo, con una sonrisa sutil.
— ¿Y dónde esta él?
— ¿Viste a aquellos dos? —preguntó Luketi, señalando abiertamente a los dos muchachos sentados en la esquina contraria de Guisela. El primero era un chico con rasgos faciales similares a Xanix pero con una apariencia más juvenil. Al lado de él estaba el sujeto de piel pálida y ojos oscuros que había visto en el campo, su rostro inescrutable y sin expresión.
— Supongo que el de ojos rasgados es Frannco —dije.
— Así es —confirmó Luketi.
— ¿Y el otro? —pregunté siguiendo mi mirada hacia el hombre de cabello blanco.
— ¿Aterrador, verdad? —Luketi se rió, tapándose la boca con la mano—. Él es Kruel Treelash. Es el mejor luchador entre nosotros, no sé si tanto como yo —bromeó—, pero no he conocido a alguien como él. No suele hablar mucho, es más bien de acciones —agregó.
— ¿Y Frannco? —pregunté, curiosa por saber más sobre el hermano menor de Xanix.
— Eh... digamos que es una copia exacta de Xanix, pero con un toque de inocencia. Además, tiene un don en la cocina que es simplemente increíble. Pero hay algo más que debes saber... —Luketi se inclinó un poco hacia adelante, como si estuviera compartiendo un secreto—. Un detalle importante que se me pasó mencionar es que Kruel es hermanastro de los Sasaki. ¿Quieres que te los presente?
— No, gracias —decliné—. Así estoy bien.
— Como quieras. Ahora sí podrías contarme qué te trae por aquí.
— Es sobre KSK —dije, mis palabras cargadas de gravedad.
— Continúa...
— Necesito que nos acompañes al Sur a enfrentar a KSK —declaré con firmeza.
Luketi arqueó una ceja, sorprendido por la petición.
— ¿Y a qué se debe esta idea tan impulsiva y peligrosa? —preguntó, su tono ligeramente sarcástico.
Me tomé un momento para responder, buscando las palabras adecuadas.
— Son la mayor amenaza existente. Es hora de ponerle fin a su reinado de terror.
El Nigzis asintió con la cabeza, su expresión sombría.
— Ajá —dijo, su voz baja y pensativa.
— Nos dejaron sin hogar, sin amigos, sin tranquilidad. No nos queda nada.
Luketi se rió, su sonrisa patética y triste.
— ¿Deseas venganza, mi líder Delvas? —preguntó, su voz llena de ironía.
Me detuve un momento, reflexionando sobre mis verdaderas intenciones.
— No —respondí.
Él se quedó en silencio. Suspiré, admitiendo la verdad.
— Sí —dije finalmente.
— Okey.
— ¿Es un sí? —pregunté ansiosa.
— Es un lo pensaré.
— Sabes que en algún momento regresarán aquí —dije, mi voz llena de convicción—. A atacar al Oeste cuando se den cuenta de que ya no hay nadie en el Norte. ¿Deseas vivir con miedo y desesperación?
— Es una locura.
— Al igual que la pelea de hoy —repliqué—, pero te ayudamos.
Luketi sonrió, su mirada perdida en el horizonte.
— Es una locura, pero es lo que hace lindo a la vida —añadió.
— Me debes el favor, Lu...
Luketi se volvió hacia mí, su expresión de repente seria.
— No me mires de esa forma —dijo, su voz llena de desdén.
— ¿Cómo? —pregunté a media voz.
— Como un perrito desesperado, triste y solo —dijo burlón—. Me da náuseas.
— Volverán, cientos de ellos —dije.
Luketi con su expresión pensativa y evaluadora. — Eres demasiado... —se detuvo, buscando las palabras adecuadas para describirme.
Luketi asintió lentamente con la cabeza, su expresión reflexiva. — Permíteme pensarlo —contestó con un hilo de voz, y se llevó la mano a la barbilla en un gesto de pensamiento.
Después de un momento de silencio, Luketi asintió de nuevo. — De acuerdo... los ayudáremos —dijo, su voz firme—, porque detesto deber favores —añadió con una sonrisa irónica—, y ya para de mirarme con esos ojos.
Le ofrecí mi mano, y Luketi la apretó con fuerza, sellando nuestro acuerdo. Luego, llamó a uno de los muchachos que habíamos visto en el río y le dijo unas palabras al oído que no logré escuchar. A continuación, se dio la vuelta para anunciar la noticia a los demás.
— Mis queridos y leales seguidores —comenzó Luketi, su voz resonando en la sala—. Espero que estén disfrutando de esta noche extraordinaria, una celebración merecida después de nuestra victoria de hoy.
Hizo una pausa para tomar un sorbo de vino, mientras recorría la sala con la mirada, buscando el contacto visual con cada uno de sus integrantes.
— Quiero expresar mi más sincero agradecimiento al Clan Delvas por su valiosa ayuda en nuestra lucha contra el enemigo de hoy —continuó.
Luego, su expresión se volvió más seria, y su voz adquirió un tono de determinación.
— Ahora, nos espera una nueva misión, un largo y difícil viaje al Sur —anunció, su mirada recorriendo la sala—. Daremos fin a nuestro principal adversario, K-S-K.
La sala permaneció en silencio por un momento, hasta que una voz al fondo gritó:
— ¡Eso es!
— ¡Será el fin de esta maldita guerra! —agregó Luketi.
La sala estalló en un grito de "¡Si!", y todos levantaron sus copas en un brindis por la victoria.
Luketi se apartó de la mesa con elegancia y se acercó a mí nuevamente.
— Muchas gracias, Lu —dije llena de gratitud y aprecio.
Luketi sonrió, su expresión galante y caballerosa, y se inclinó en una reverencia profunda.
— A tus servicios, mi reina —dijo divertido.
Se enderezó y me miró a los ojos.
— Reuniones al caer el sol —añadió, dejando claro que era una orden.
El resto de la noche me limité a conversar con mis compañeros y disfrutar de los exquisitos aperitivos. Sin embargo, no podía evitar mirar hacia el cielo cada 10 minutos, una costumbre que se había convertido en una especie de ritual para mí.
Al momento de volver a la casa, choqué sin querer con el tipo de la alabarda. Su mirada me fulminó.
— ¿No te bastó con el flechazo de hoy? —dijo antipático.
Me disculpé, intentando calmar la situación.
— Perdóname, no fue mi intención.
Pero él no estaba dispuesto a dejarlo pasar.
— Deberías aprender a usar el arco entonces.
— Tuve un bloqueo, lo siento.
— ¿Y te haces llamar líder? —dijo con voz sepulcral—. En mitad de una pelea no puedes bloquearte.
Me quedé muda, mis puños cerrándose lentamente. Sentía una mezcla de rabia y vergüenza.
— A ver cuando te marchas —añadió lleno de desprecio.
— ¿Qué te pasa? —solté enojada.
— Aprende a manejarlo o no lo uses.
Perdí la calma y respondí impulsivamente.
— ¡Ojalá no volver a verte, asqueroso! —exclamé, mi rostro ardiendo de rabia.
Su gesto se volvió tosco y desagradable.
— Ojalá —dijo poniendo fin a la conversación.
Me di la vuelta y me alejé de él, antes de que las cosas empeoraran aún más. Llegué al baño principal y me detuve frente al espejo, observando mi reflejo. Mi rostro estaba enrojecido y mis ojos brillaban con lágrimas. Me tomé un momento para calmarme, respirando profundamente y tratando de relajar mis músculos tensos.
De repente, escuché un ruido detrás de mí. Me di la vuelta y vi a una bella mujer con suaves rizos definidos. Era Guisela, con una expresión de preocupación en su rostro.
— ¿Estás bien? —preguntó, su voz suave y tranquilizadora.
— Sí, estoy bien —intenté disimular.
Ella se acercó a mí y me puso una mano en el hombro.
— ¿Qué pasó? —preguntó.
Suspiré, tratando de explicarle la conversación que había tenido con el tipo de la alabarda.
— Fue solo una discusión —dije, tratando de minimizar la situación.
Pero Guisela no se dejó engañar. Su expresión se volvió seria y se puso rígida.
— ¿Qué dijo?
Suspiré, sabiendo que no podía evitar la conversación. Así que le conté todo, desde el principio hasta el final, sin omitir ningún detalle. Le conté sobre la discusión con Kruel, sobre cómo me había hecho sentir y sobre cómo había reaccionado.
Guisela escuchó muy atentamente. Su mirada no se apartó de la mía, y pude sentir su comprensión y su apoyo. Cuando terminé de hablar, se tomó un momento para reflexionar antes de decir:
— Lo siento mucho. Nadie merece ser tratado de esa manera —me sonrió y puso una mano en mi cabeza acariciando mi cabello—. Pero quiero que sepas que no estás sola. Estoy aquí para ti, estaré dispuesta a escucharte y a ayudarte siempre que lo necesites.
Me sentí conmovida por sus palabras, y me di cuenta de que Guisela era alguien especial. Alguien que se preocupaba por los demás, que escuchaba y que apoyaba sin juzgar. Me sentí agradecida por su presencia en mi vida, y supe que podía confiar en ella sin reservas.
— Eres Raksey, ¿cierto? —preguntó ella, sonriendo.
Asentí con la cabeza.
— ¿Y tú... Guisela? —pregunté, devolviendo la sonrisa.
— Luke me habló muchísimo de ti. Dice que eres una chica fuerte y que es una de las cosas que te hacen tan especial.
Me sentí sorprendida. No sabía que Luketi había hablado de mí de esa manera.
— ¿Lo hizo? —pregunté curiosa.
Ella asintió con la cabeza.
Hablamos durante un rato más, compartiendo nuestras intereses y pasatiempos. Me comentó que era bailarina, que le gustaba escribir poesía y también tejer. Pero lo que realmente me sorprendió fue cuando me dijo que era la encargada de fabricar los arcos y flechas para el ejército. Me explicó que había aprendido ese oficio de su madre, quien había sido una artesana habilidosa y respetada en su comunidad. Quedé impresionada por la variedad de talentos y habilidades que Guisela poseía, y me sentí afortunada de haberla conocido.
— Eres una mujer de muchas facetas —le dije, sonriendo—. Me encanta conocer a alguien que sea tan apasionada y talentosa.
Me sentí muy conectada con Guisela y me di cuenta de que ahora éramos más que solo aliadas, éramos amigas. Quería celebrar nuestro nuevo vínculo y le propuse volver a la fiesta y bailar juntas.
— ¡Vamos a bailar! —le dije, tomándola del brazo—. Quiero ver tus habilidades de bailarina en acción.
Ella se rió y aceptó contenta.
Volvimos a la fiesta, bebimos vino y nos unimos a la multitud que bailaba a un costado de la mesa. Guisela y yo nos movimos al ritmo de la música, riendo y disfrutando del momento, mientras que la luz de las velas y las antorchas iluminaban nuestros rostros sonrientes. Me sentía libre y feliz, sin preocupaciones, y sabía que había encontrado a mi nueva mejor amiga.
Mientras bailábamos, Guisela me tomó de la mano y me hizo girar, riendo y gritando de alegría. Yo hice lo mismo con ella, y juntas nos movimos en círculos. En ese momento, me sentí como si estuviera en un sueño, un sueño en el que todo era perfecto. Y cuando los instrumentos dejaron de sonar, Guisela y yo nos abrazamos, sabiendo que nuestra amistad había nacido.
Más tarde, la noche se volvió aún más divertida cuando se nos unieron Iaru, Lythicia y Adayla. Danzamos y bebimos vino hasta cerca de las 3 de la madrugada, riendo y cantando junto a la música en vivo.
Pero cuando mis pies finalmente se agotaron, me despedí de mis amigas con un abrazo y un beso, y me dirigí a mi habitación tambaleándome ligeramente. Me quité el ajustado vestido con un suspiro de alivio y me tiré en la cama, sintiendo cómo mi cuerpo se liberaba del estrés y la tensión del día. Mi cerebro se sumió en una ensoñación, hasta que escuché el sonido de la puerta al abrirse y cerrarse, y luego la voz de alguien que susurraba mi nombre, sin embargo mi sueño era más fuerte que mi voluntad de responder.

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