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Quizá no era su hora de irse.

Cuando Ifia estaba a punto de caer hacia delante, dispuesta a pronunciar sus últimas palabras, se produjo un golpe de suerte dentro de la desgracia. Su escote quedó atrapado por una rama parcialmente desmochada, deteniéndola en el lugar.

Después de que sus piernas entumecidas recuperaran gradualmente la sensibilidad, un dolor hormigueante, como si incontables insectos la picaran, surgió.

Por desgracia, ya no podía moverse.

El sonido de los arbustos no era fuerte y, combinado con la distancia, no llamó la atención de Carloy. Observó cómo Amelia se acercaba, con las cejas todavía muy fruncidas, claramente de mal humor.

A pesar de llevar diez años de amistad con Amelia, aparte del compromiso, era evidente que su relación era ordinaria, carente de la calidez y la telepatía de los amigos de la infancia.

En cambio, parecían distantes e indiferentes, sus miradas mostraban desdén.

"Amelia, sé que yo tampoco te gusto. ¿Por qué no le propones a tu padre anular el compromiso?".

Carloy miró el rostro exquisitamente bello de Amelia, que parecía una muñeca impecable en un escaparate. Sin embargo, no sentía ningún afecto por ella. De hecho, incluso le desagradaba. La sonrisa en sus labios era sarcástica y sus palabras, pronunciadas con ira, ignoraban por completo los modales que se esperan de un caballero.

Sus amargas quejas fueron contundentes, haciendo que su rostro, originalmente apuesto, perdiera parte de su brillo.

Sin embargo, Amelia no se asustó ante aquel interrogatorio. Abrió el abanico plegado que tenía en la mano con un "swish", y el delicado bordado en hilo de oro de la superficie del abanico centelleó a la luz del sol. Con un suave movimiento, una rica y dulce fragancia se esparció por el aire.

Con una educada sonrisa en su cautivador rostro, los ojos violetas de Amelia brillaron con un destello de misterio mientras respondía sin perder comba: "Alteza, ¿por qué no se dirige al propio rey Majestad para anular el compromiso?".

"¡Tú!"

Amelia sabía cómo apuntar a los puntos débiles.

Al ver la cara de Carloy enrojecida por la ira, no pudo evitar soltar una ligera risita y continuó: "El misterioso reino oriental tiene un dicho: '¡No trates a los demás como no te gustaría que te trataran a ti!'. Su Alteza puede pedir la anulación del compromiso al Rey Majestad, al Duque Barlen o incluso al Arzobispo, que pueden ayudar a los que han perdido el rumbo. Sin embargo, no puede esperar que me adelante... después de todo, sólo soy una frágil mujer, incapaz de influir en las decisiones de nuestros mayores".

En un instante, fue como si se hubiera despojado de todas sus ropas, quedándose desnuda.

Sus pensamientos y planes quedaron al descubierto.

El rostro de Carloy se tornó azul hierro. Reprimiendo el impulso de darse la vuelta y marcharse, respiró hondo, sintiendo que no podía desperdiciar este encuentro fortuito.

No quería pasar el resto de su vida siendo el marido de Amelia.

"Amelia, ¡creo que ambos compartimos la misma mentalidad! No queremos ser peones en manos de otros, utilizados a voluntad. En lugar de eso, queremos controlar nuestras propias vidas y nuestra libertad".

La burla de Amelia indicaba su resistencia.

Esto hizo que Carloy ajustara su enfoque, y luego continuó con sinceridad: "Si el compromiso se desarrolla sin contratiempos, el duque Barlen tendrá que pagar un precio considerable, posiblemente incluso renunciando a sus derechos de explotación marítima. Aun considerando el bienestar de su familia, le ruego que coopere conmigo".

Una Chica Dulce No Se Dejará Engañar Por La VillanaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora