Capítulo 2.

50 2 0
                                    


— Clementine, ¿A dónde vas? —La chica miró a su madre en la cocina por un instante, la puerta entreabierta sostenida entre sus fríos dedos.

— Sólo daré un paseo. Tal vez recoja bayas en el camino.

— Con estas temperaturas, seguro que no encuentras ninguna —. Clementine lo sabía, pero sólo quería una buena, al parecer no tan buena, escusa para salir hacía el frío invernal.

Pauline asintió en dirección a su hija, dando alguna especie de aprobación, entonces, Clementine se dispuso a caminar sobre el firme níveo de unos 2 centímetros de espesor, dirigiéndose al sendero entre los árboles albos, ya sin muchas hojas que los cubrieran.

Era temprano, las centellas del sol se reflejaban en los cabellos rubios de Clementine, brillaba, y ella ni si quiera lo sabía.

Miró de reojo el pozo por el que siempre pasaba de largo en sus caminatas matutinas, pero a diferencia de los otros días, se detuvo. Algo le llamaba ahí, no literalmente, sólo sentía que debía acercarse esta vez. Debían ser los deseos que habían muerto en la punta de su lengua, cada vez que no se atrevía a decirlos en voz alta frente el trozo de piedra.

¿Era una tontería? Al principió ella lo supuso así. Ya que creer que una simple oración, por el sencillo hecho de ser pronunciada sobre un pozo, se concedería, no tenía mucho sentido para Clementine. Pero necesitaba creer, y aún así, aunque su padre no volviera jamás, al menos sentiría que había hecho algo, por insignificante que fuese, por tarde que fuese.

Entonces, se acerco al borde y observo hacía las ramas distantes.

Se concentró tanto en las líneas que se pronunciaban en un murmuro tan tenue, que no se percató de unos ojos que la observaban desde abajo. La miraban curiosos, y encantados al mismo tiempo, ¿hace cuánto que no habían sido capaces de admirar tal belleza congénita? Ya no podía recordarlo.

Le pareció que la chica de cabellos áureos estaba por marcharse, y eso le hizo reaccionar del pequeño lapsus que había supuesto mirar cada fina facción de ella.

— ¿La guerra ha terminado? —Soltó casi desesperado. Después de todo, eso era lo que lo mantenía allí, ¿no es así? Desde luego, Clementine pegó un buen grito, mirando primero hacia los alrededores, buscando la procedencia de la voz. Tan sólo se encontró con el viento corriendo entre las ramificaciones de los pardos árboles, nada más.

Supuso que lo habría imaginado, y aún con algo de sospecha, comenzó a emprender su camino de vuelta.

— ¡No, espera! —Se escuchó de nuevo la voz en eco. Clementine lo sabía ahora, el sonido venía de abajo, del pozo. Se apresuró a mirar en el interior, encontrándose con dos ojos, que por la falta de luz, apenas se les notaban las blancas córneas. Notó algunas facciones más, aunque no a mucho detalle, era opaco y turbio todo allí abajo. ¿Se habría quedado atrapado dentro? Esto le altero un poco, haciéndole aspirar de golpe.

— ¡¿Necesitas ayuda?! Puedo traer una soga, puedo sacarte de allí. ¡Mi dios! ¿Cuánto tiempo llevas aquí? —. Clementine hablo demasiado rápido. Aquel chico escucho atentamente cada palabra, sin importarle mucho su contexto, sólo se concentraba en la manera en que eran pronunciadas, tenía una bonita voz.

Sin embargo, aún no había respondido su pregunta. Esa chica le hacía perder los estribos.

— ¿La guerra ha terminado? —Preguntó firme.

—Lo peor ya pasó. ¿Es eso? ¿Te ocultas de... los bombardeos? —. ¡Vaya demente! Pensó Clementine. Ya hace mucho que los ataques a Gran Bretaña habían cesado ¿Es que no escuchaba la radio?

The well [H.S. au]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora