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Bible Sumettikul POV

Dormí tal vez unas tres horas en total esa noche. Me quedé hasta tarde leyendo la Biblia, leyendo detenidamente cada pasaje acerca del pecado que conocía hasta que mis ojos cansados se negaron a enfocarse más en las palabras, deslizándose sobre ellas como dos imanes con la misma carga. Finalmente, me metí en mi cama con mi rosario, murmurando oraciones hasta que caí dormido en un sueño inquieto.

Una extraña especie de entumecimiento se apoderó de mí mientras decía la misa esa mañana y después a medida que me ataba los cordones de mis zapatos de correr. Tal vez era la falta de sueño, quizás era el agotamiento emocional, tal vez simplemente era la conmoción de ayer acumulándose hoy. Pero no quería entumecimiento, quería paz. Quería fuerza.

Tomando el camino rural fuera de la ciudad para evitar a Build, corrí más de lo que normalmente corría, forzándome a ir más fuerte y rápido, moviéndome hasta que mis piernas se contrajeron y mi aliento gritaba dentro y fuera de mi pecho. Y en vez de ir directamente a mi ducha, me tambaleé al interior de la iglesia, con las manos entrelazadas encima de mi cabeza, con mis costillas partiéndose de dolor. El interior de la iglesia se hallaba oscuro y vacío y no sabía qué hacía allí en lugar de mi rectoría, no lo sabía hasta que tropecé con el santuario y me derrumbé sobre mis rodillas delante del tabernáculo.

Mi cabeza colgaba, mi barbilla tocaba mi pecho, sudaba por todas partes, pero no me importaba, no podía importarme, y no pude precisar el momento en que mi respiración entrecortada se convirtió en llanto, pero no pasó mucho tiempo después de que me puse de rodillas, y las lágrimas se mezclaron con el sudor hasta que ya no me sentía seguro de cuál era cuál.

La luz del sol entraba por los gruesos vidrios tintados, los brillantes patrones de joyas derramándose y cayendo sobre las bancas, sobre mi cuerpo y sobre el tabernáculo, y las puertas doradas brillaban en tonos más oscuros, sombríos y sacros, prohibidos y sagrados.

Me incliné hasta que mi cabeza presionó contra el suelo, hasta que pude sentir mis pestañas parpadeando contra la desgastada alfombra industrial. San Pablo dice que no tenemos que ponerle palabras a nuestras oraciones, que el Espíritu Sagrado interpretará por nosotros, pero la interpretación no era necesaria esta vez, no cuando susurraba lo siento, lo siento, lo siento como un canto, como un mantra, como un himno sin música.

Supe el momento en que ya no me encontraba solo. Mi espalda desnuda cosquilleó con conciencia y me senté, sonrojado de vergüenza de que un feligrés o un miembro del personal me hubiera visto llorar así, pero ahí no había nadie. El santuario se hallaba vacío.

Pero aun así sentía la presencia de otra persona como un peso, como estática a lo largo de mi piel, me asomé a cada rincón oscuro, seguro de que vería a alguien allí de pie.

El aire acondicionado se encendió con un golpe y un zumbido, el cambio de presión en el aire cerrando las puertas del santuario de golpe. Salté.

Es solo el aire acondicionado, me dije.

Pero cuando levanté la mirada nuevamente hacia el tabernáculo, dorado y teñido de color, de repente no me sentía seguro. Existía algo anticipatorio y sensitivo sobre el silencio y el vacío. De repente se sentía como si Dios estuviera escuchando muy atentamente lo que decía, escuchando y esperando, y bajé mi mirada otra vez hacia el suelo.

—Lo siento —susurré una última vez, la palabra colgando en el aire como una estrella colgando en el cielo, resplandeciente, preciosa, luminosa. Y entonces ésta parpadeó a la existencia, al mismo tiempo que sentía que mi dolor y mi vergüenza parpadeaban a la existencia.

Hubo un momento de perfecta plenitud, un momento en que sentí como si pudiera arrancar todos y cada uno de los átomos en el aire, donde la magia, Dios y algo dulce más allá del entendimiento total era real, completamente real.

Priest [BibleBuild]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora