Llegó a casa después un largo día. No se sentía bien, y sabía el por qué, estaba agotado, cansado, apático y desganado. La acumulación de eventos del último mes lo habían dejado como una sombra, emocionalmente devastado, pero no se sentía triste. La frustración de querer llegar a todo y a todos, quería estar ahí para sus compañeros, sus amigos, su pareja, sus padres... y quería ponerse al día con su trabajo pendiente. No podía, solo quería dormir y desconectar, y eso hizo. Se descalzó y se tumbó en su cama, miró su móvil, un vídeo vacío de contenido, entretenimiento vacuo, pero le ayudaba a cerrar los ojos. Su perro estaba a los pies de su cama, durmiendo junto a él, como lo hizo cuando era cachorro, y eso le reconfortaba de alguna manera, le ayudaba a dormir.
Se despertó mirando al techo, tenía frío, no se había arropado. El móvil sonaba en el suelo, aún reproduciendo el vídeo, lo cogió y quitó el video. Se incorporó y arrastró los pies descalzos a través del hall hasta el baño. Tenía frío y avanzaba con torpeza, aún adormilado, llegó a la puerta del baño, alargó la mano y abrió la puerta. La instancia estaba más fría aún, la ventana estaba abierta y llovía. El sonido de la lluvia se escuchaba alto y claro, le gustaba. Uso el váter y procedió a lavarse las manos y echarse algo de esa agua fría en la cara para espabilarse. La brisa que entraba por la ventana le dio en su húmedo rostro. Y notó aquella gélida caricia en su rostro. Se miró a los ojos en el espejo sobre el lavabo y durante unos instantes no se reconoció. Era un rostro cansado, pálido y carente de alguna emoción que no fuese pesadumbre.
Se miró a los ojos, a los ojos marrones de aquel rostro, aquel rostro que empezaba a reconocer como propio. El sonido en un trueno lo distrajo momentáneamente, pero volvió a mirarse en el espejo. Un susurro en su cabeza, le preguntó: "¿Superarás esta tormenta?". Una mueca de sonrisa pretenciosa se asomó en su rostro, miró hacia el lavabo durante unos segundos y volvió para encontrarse a sí mismo en el espejo. Vio como su cara cambiaba el rictus, era igual pero le inspiraba cosas diferentes, emociones diferentes. Apoyó las manos sobre el lavabo, se acercó al espejo y mientras se miraba a los ojos dijo: "Yo soy la tormenta".
Se apoyó en el quicio de la ventana, a resguardo de la lluvia, donde algunas gotas aún podían alcanzarle el rostro. Sacó un cigarro y lo encendió. Lo fumó en silencio mientra oía la lluvia y los truenos. Algo había cambiado. Apagó la colilla y se dirigió a su cuarto, abrió su ordenador y se puso a trabajar mientras la tormenta avanzaba.