Una semana, apenas 7 días, para algunos tiempo más que de sobra para otros apenas un suspiro, tú me lo demostrastes….me demostrastes que todo el tiempo del mundo es poco cuando has de despedirte para siempre. “Si tan solo lo hubiese sabido, que te irías para no volver” pensó, quizás habría hecho las cosas de otra manera o se habría abrazado con fuerza a ella, pero no se gana nada pensando en esas cosas cuando ya todo ha ocurrido.
Estaba taciturna, triste, y no quería comer y eso lo alarmó. No tardo en decidirse por llevarla al veterinario y fue un día que nunca olvidará, no solo porque tuvo su primer accidente con el coche, chocando por detrás a una amable señora, por suerte no fue nada, y gracias a la ayuda de un buen amigo su perrita pudo ver al veterinario mientras él intercambiaba datos de su coche.
Un pequeño desajuste estomacal parecía ser, podría, en retrospectiva, enfadarse por aquel diagnóstico pero no tendría sentido, lo hecho, hecho está, no debe uno revolcarse en aquellas cosas que escapan a su control. La verdad, lo que le pasaba a su perrita, era mucho peor.
Los días pasaron y no mejoró, se le encojía el corazón al verla tumbada, desganada, taciturna, pues no mejoraba, sino que empeoraba. Estaba sentado en el sofá, se acercó a él y la vió trastabillar, caerse sin razón, se puso de pie de inmediato y lo miró con ojos cansados. No podría llegar uno a describir la clase de agonía, de tristeza, de impotencia que sintió al verla tropezar. No cabría en esta página el sufrimiento interno que sintió, como si su psique se rompiese, su alma se hiciese añicos a ver a aquella amiga, compañera y familiar caerse de aquella manera. Volvió a llevarla al veterinario, no mejoraba y ya estaba intranquilo y preocupado, pero tenía Esperanza aún, debía tenerla. Su tío lo acompañó y juntos entraron en la consulta. Le preparó un análisis y mientras esperaban los resultados, su tío y él tomaron unos refrescos en un bar…aquel bar, cada vez que pasa por delante le trae el recuerdo vivido a su mente al día que la noticia lo destrozó por dentro.
La entrada en la consulta fue la antesala a la peor noticia que había recibido en mucho tiempo. El veterinario confirmó sus sospechas, los riñones le fallaban y por esta razón decidió internarla para tenerla vigilada. El pronóstico era grave. Se volvió sobre si mismo en dirección a la pared, las lágrimas se derramaron por sus ojos a sus mejillas, no podía creerlo, estaba devastado. Cuando su madre supo la noticia la voz se le quebró, su perrita estaba internada en la clínica con pronóstico bastante serio. Cuando volvió a casa quiso saber los detalles, él se había tranquilizado, se agarró a la esperanza de que todo saliese bien, y le contó lo que el veterinario le dijo.
Al día siguiente, fueron a verla, encerrada en su jaulita, meneó el rabo contenta de verlos. No sabría decir el tiempo que estuvieron allí, llorando amargamente por el aspecto de su perrita y el hecho de que estuviese allí solita, fue devastador para su madre y para él mismo. Recordaba a su hermana, quién también quería mucho a aquella perrita, y lamentaba que no estuviese allí para que ella la viera, y quizás la animase verlos a todos junto a ella, pero por otra parte, envidiaba que no estuviese allí viendo aquella escena descorazonadora.
Los días pasaron lentamente visita tras visita la cosa parecía mejorar, al menos, eso quería creer. El veterinario determinó que se la llevasen y que viesen como iba en casa. A día de hoy él sabe porqué hizo eso. No vió salida para aquella perrita y decidió que fuese a su casa que estuviese con sus seres queridos, comprensible. Se la llevaron y estuvieron pendiente de ella durante las que serían sus últimas horas. Les ilusionó verla algo más animada, quizás por estar de vuelta en casa, quizás la medicina hizo algo pero no duró mucho.
Y el día del adiós llegó, un día que difícilmente se borrará de sus recuerdos. Aquella mañana se levantó y vió a su madre taciturna, esta claramente consternada por el bajón que dio su perrita desde que volvió. Él era consciente de la situación, se acababa el tiempo. La perrita anduvo hasta el patio, desorientada, chocándose con la pata de la mesa, algo que no había hecho nunca, y de repente calló del escalón y volviéndose a poner de pie. Los ojos le brillaron y las lágrimas asomaron mientras cogía a su perrita, la abrazaba y se dolía muy dentro de él por lo que había presenciado. Su madre se dolió igual que él.
-Si vamos al veterinario no volverá- le dijo.
Abrazándola con ternura asintió. La decisión estaba tomada. Irían con esperanza de hubiese una solución, pero el destino de aquel animal ya estaba decidido.
El camino en el coche le invadió una culpa atroz, se sentía tan culpable,” ¿y si la hubiese traído antes? ¿si hubiese estado más pendiente? ¿podría haberse hecho algo por ella? ” se preguntaba una y otra vez. La veterinaria que les atendió se mostró franca con ellos, la intoxicación en su sangre estaba a poco de cobrarse su vida. Podrían retrasarlo tal vez, pero no evitarlo. Se tomó la decisión que les terminó de romper, su sacrificio. Su padre salió de la sala, no quiso verlo, lo comprendió a la perfección, pero él y su madre la acompañaron en sus últimos instantes, llorando amargamente por la perdida de su compañera, su amiga y familia. Le aplicaron un sedante, que no sintiese nada, colocó sus manos sobre ella mientras se despedían de ella, con frases entrecortadas por el llanto, totalmente consumidos del dolor de la perdida.
Cuando el momento llegó se le administro el fármaco que le puso fin a su vida, la veterinaria le puso el estetoscopio esperando un último latido. Él lloraba desconsolado junto a su madre, con las manos sobre su perrita, y la veterinaria lo dijo: “Ya está”. Respiró, como si hubiese contenido la respiración por muchísimo tiempo, sintió alivio, se alivió de que todo hubiese acabado, pero, ¿cómo podía ser posible? Su perrita había muerto, se sentía terriblemente culpable y aquel momento sintió paz, una paz ajena, como si tomase aire tras aguantar las respiración, como agarrándose con fuerza a algo y, de repente, tranquilidad, instantánea, fugaz, lo notó tan nítidamente que lo inundó y calmó su llanto.
Te llevastes mi culpa Nala, tú último regalo a para mí fue liberarme de aquella culpa. Te fuiste y en el momento de irte me liberaste, ¿cómo algo tan pequeño me hizo sentir tan grande? No tengo más que palabras de agradecimiento para aquella perrita, para nuestra Nala. Aquella bendición de la vida misma que compartió con nosotros su vida y nos iluminó, alegró y llenó de lametones, caricias y amor. Aquel día me hiciste consciente de lo que es tener un perro, del amor que se genera del vínculo que llevas por dentro, con todos aquellos a los que profesas amor. Un día estas jugando tranquilamente fuera al Sol y al otro te ves postrado en una pequeña jaula o a una cama de hospital esperando el final. Me enseñaste mucho en tus últimos momentos, cada lágrima derramada por ti es el sincero homenaje al amor que te profesé y te profeso.
Gracias por todo lo nos distes y por lo que nos enseñastes. Gracias por expiar mi culpa y concederme la redención con Aren. Te recuerdo cada vez que veo tu collar sobre mi llavero y al mirarlo, sostenerlo solo espero que nos veamos al final del camino, espero, una vez más antes de comenzar de nuevo.
Estas palabras son para ti mi querida Nala. Para siempre en mi corazón, para siempre conmigo