1: Tenemos un problema

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Bianca se estiró con pereza cuando el sueño empezaba a desaparecer. Se sentía tan ligera y cómoda que no tenía ganas ni de abrir los ojos. La suave sábana de seda que cubría su cuerpo se había caído, así que se envolvió de nuevo en ella y se acurrucó en el suave pecho en donde estaba acostada. Pasó las manos por inercia por los cuadros del abdomen y sintió como si fuera una deliciosa tableta de chocolate.

Suspiró y dejó que Morfeo se la volviera a llevar.

"Tableta de chocolate..."

"Pecho..."

Abrió los ojos al segundo pegando un grito hasta el cielo.

¡¿Qué demonios?!

Se separó tanto de aquel extraño que estuvo a punto de caerse de la cama, de no ser por la sabana que la tapaba se hubiera caído... desnuda.

¿Desnuda?

Bajó la mirada hasta su cuerpo y se dio cuenta de que estaba como Dios la había traído al mundo.

¡Desnuda!

Se levantó jalando lo que quedaba de la sabana en la cama y miró al chico durmiendo plácidamente con un brazo en el rostro.

¿¡Quién demonios era ese tipo!?

Lentamente, Bianca cayó en cuenta de que él también estaba desnudo. Una solitaria almohada tapaba esa parte de su anatomía que debía estar tapada todo el tiempo.

Si él estaba desnudo y ella también, solo había una cosa que pensar...

¡La habían violado!

Las lágrimas llegaron a sus ojos y miró la habitación por primera vez. Sin duda alguna no era la habitación de hotel que compartía con Farrah. Esta estaba tapizada de un papel afelpado color verde esmeralda y los pisos eran de mármol oscuro. Todos los muebles eran color crema y había pequeñas luces alumbrando en el techo. Su mirada cayó en las ropas tiradas en una silla y su camiseta de puntos negros rota a los pies de la cama. Seguramente el bastardo se la había arrancado para violarla.

De nuevo observó al chico, quién se había tapado con una manta color beige y se había dado la vuelta dejando su preciosa espalda a la vista completa de ella.

Bueno, al menos no la había violado un viejo pedófilo, pensó.

No podía esperar a que él se levantara. Recogió cada una de sus prendas con mucho silencio por toda la habitación y corrió al baño a vestirse. Tuvo que ponerse su abrigo como camisa, ya que la de ella no tenía los primeros cuatro botones. Se miró en el espejo del baño y tomó toda su mata de cabello negro en una sola mano. Debía hacer algo con ese nido de pájaros. Lo trenzó y lo dejó a un lado de su hombro derecho, dejando así su cuello descubierto.

Mientras se enjuagaba la cara y las lágrimas, se percató de un pequeño morado en la parte inferior de su oreja. Se acercó al espejo y al darse cuenta de lo que era, no pudo hacer más que gritar.

(...)

Bastian dormía plácidamente en la gigante cama de su habitación de hotel, cuando un grito agudo lo despertó. Se levantó de un salto mirando a los lados en busca del procreador de aquel grito y vio la luz del baño encendida.

¿Quién estaría en su habitación?

La preocupación bajó cuando se vio desnudo en la cama. Ya estaba acostumbrado a amanecer desnudo y solo, con alguna chica rondando cerca de él. Pero jamás ninguna había gritado. Siempre tenía que echarlas el mismo para poder respirar aire puro. Las sombras rápidas que causaban los pasos debajo de la puerta lo hicieron ponerse su ropa interior y un par de pantalones de algodón.

Un Problema en Las VegasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora