o "papito suegro" jsjsj
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Había solo dos personas en el mundo a las que Lysander Payne les temía.
Una ,era claramente su prometido, Daerys Akgon. El chico más hermoso en todo el continente de Goré, al que amaría por el resto de su vida y por quién Sander cedería hasta su alma, a pesar de que dicho príncipe pareciera querer matarlo nueve de cada diez veces que lo veía.
La segunda persona era ni más, ni menos, que el padre de este.
Y no solo se convertirían oficialmente en familia al cabo de pocos meses, su próximo suegro era mucho más que una figura paterna aterradora. Los Dioses no se habían conformado simplemente con eso. Harry Akgon era su rey. Un monarca que había sido un guerrero en su juventud, que tenía todas esas cicatrices para demostrarlo y ese cuerpo fornido que no se había marchitado con los años y aun parecía mantener la fuerza para provocarle una contusión si se lo proponía.
Aunque Sander no le temía a Kargem porque su vida corriera peligro en su presencia, o porque este fuera un rey despreciable, él nunca pensaría eso. La razón de su miedo estaba ligada con el hecho de que Sander se había enamorado de su hijo.
Y lo entendía, pero eso le había tomado años.
Cuando era un niño y llegó a la gran ciudad de Dragonscale, no tenía ni idea sobre qué era el amor. Adoraba a sus padres, claramente, añoraba los brazos de sus progenitores y atesoraba a sus hermanos, pero un sentimiento completamente diferente se cimentó en él cuando conoció los hermosos ojos de ese pequeño príncipe. Fue como si hubiera estado viviendo en un mundo en escala de grises, hasta que conoció el color. Su corazón comenzó a later en otro ritmo y su alma parecía haber encontrado un ancla.
Seguía siendo un niño, pero incluso así reconoció que su vida tenía un sentido y que todos los caminos iban a llevarlo siempre en la misma dirección.
Y era hacia Daerys.
Entonces creció y su corazón se fragmentó.
No en la forma que deja a uno con el alma en pedazos, sino, de la forma en la que reconoció que su cariño había sido seccionado en partes y que habría situaciones a las que tendría que renunciar, otras a las cuales tendría que apartar y unas a las que no podría abandonar.
Se había prometido a la familia Akgon como su protector desde temprana edad y tuvo que ver a su familia marcharse para continuar su vida en otra parte del reino. Quedarse en el palacio había sido su elección, una por la que nunca se encontró trastabillando. Siempre iba a querer a sus padres y hermanos, pero su lugar estaba en el Krestum. Pero si Sander creyó que la razón era únicamente Daerys, estaba equivocado, porque al mismo tiempo que conoció a su destinado, también se topó con el haz de luz que era Jaekhar.
Y aunque su amor por el heredero era completamente diferente al que sentía por su hermano, su lealtad cayó en el próximo Kargem. Eran compañeros de batalla. Si Jaekhar era la luz, Sander era la sombra. No podían existir sin el otro y por lo mismo, supo que dedicaría la vida a ambos hermanos, solo que de formas distintas.
Finalmente, lo que nunca pudo abandonar, fue la forma en la que su alma rogaba por la cercanía de Daerys, una sensación de la cual Lysander aprendió a controlar debido a su misión de proteger a los príncipes y de mantenerse siempre alerta para no fallar a su promesa con el reino.
Eso podría llamarse como autosabotaje, un arte en el que Sander era un experto, porque pasaron años en los que él y Daerys se miraron a través de un canal de silencio que mantenía sus emociones a raya, pero nunca disminuyendo su intensidad. No fue hasta su más reciente aventura en las tierras de Nivhas, cuando el final de ese silencio llegó. Su relación nunca había sido más caótica que en ese momento, pero al menos depués de esa batalla, Sander se encontró saboreando la victoria cuando Daerys finalmente lo dejó entrar de nuevo en su corazón.