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—¿Take... —la mano de su mejor amigo perdía calidez al mismo ritmo que Manjiro la cordura— micchi?

El único sonido que había en el lugar eran los sollozos de todos sus compañeros y la voz de Mikey. Abrazó el cuerpo ya seguramente sin vida del más alto y lo atrajo hacia él, aferrándose.

—No puedes hacerme esto. Prometiste salvarme, pero salvarme... salvarme incluye quedarte a mi lado, ¿no? —le preguntó en voz alta, deseando una respuesta que jamás llegaría— No hay manera de salvarme si no te quedas a mi lado. Necesito que me regañes, necesito que me corrijas cuando tome una mala decisión... necesito que pongas mis pies en la tierra, Takemicchi. Sin ti yo ya no soy nada, eres todo lo que tengo, eres todo lo que... lo que... —se le atragantó un "quiero" en la garganta y rompió en un fuerte e inconsolable llanto.

Nadie hizo nada durante unos minutos, no hasta que Mitsuya se acercó a él y apoyó una mano sobre su hombro.

—Se ha ido, Mikey...

—No se ha ido, está aquí, está conmigo —masculló, sin ni siquiera dedicarle una mirada.

—Mikey, ya está mue- Le separó la mano de un manotazo y en esa ocasión sí giró el rostro para dedicarle una mirada mezcla de terror y odio. —¡No va a volver a irse! No dejaré que se marche. ¡No debí haberos hecho nunca caso en primer lugar a ti y a Kenchin! ¡Todo habría ido bien si se quedase a mi lado!

Mitsuya suspiró, pasando la manga de su uniforme por la cara para quitarse las lágrimas que todavía caían también por su rostro. No había nada que pudiese decirle a Manjiro en ese momento que no fuese a hacerle estallar en rabia. No había palabras de consuelo para ninguno de ellos.

—No ha servido... para nada... —volvió a enterrar la cabeza en los mechones de Takemichi, tratando de encontrar restos de su aroma. Pero todo le olía a sangre, a óxido. A muerte. El olor a muerte era ya tanto un olor familiar para él como tentador.

****

Desde el momento en el que le obligaron a separarse del cuerpo de Takemichi, Mikey había perdido ya todo lo que quedaba de él mismo. Era como un caparazón vacío, alguien que existía por inercia. No había salido de su habitación, ni siquiera contestado un solo mensaje ni de los miembros de la Toman ni de Kanto o mucho menos encontrado las fuerzas como para ir al velatorio, lo único que hacía era tratar de olvidar o, más bien, fingir que no había pasado nada a base de pastillas para dormir.

No sabía cuántas se había tomado ya en cuarenta y ocho horas, pero no eran suficientes. En sueños, veía a Takemichi, y solo por eso valía la pena dormir. En sueños podía abrazarlo, podía decirle lo importante que era para él, que todo lo había hecho para no ser una carga, para no volver a complicarle las cosas ni a él ni a nadie más. Que lo había hecho para que él pudiese tener el final feliz que se merecía. Porque su propia vida daba igual, ya estaba condenada de todos modos.

En sueños, nada dolía.

Parecía que existía la posibilidad de volver a pegar los trozos de su corazón que se habían ido cayendo con el paso de los años y que se habían destrozado por completo el día en el que Takemichi murió. Aún así, sin dar una sola respuesta a nadie, esa tarde no tomó ninguna pastilla y encontró las fuerzas como para ponerse los zapatos y salir por la puerta para asistir al entierro.

Podía notar todas las miradas fijas en él, los murmullos hablando de lo demacrado que se encontraba, de cómo jamás le habían visto así. Era consciente de que era alguien muerto en vida, pero no le importaba en lo más absoluto. La única razón por la que había asistido era para poder volver a ver su rostro una vez más, pero en cuanto lo hizo sintió ganas de vomitar y tuvo que salir de allí corriendo a todo lo que daban sus piernas. No podía soportarlo, no quería soportarlo.

A ghost inside my dreams | MaitakeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora