Clara y Daniel se habían citado en un pequeño café, un lugar discreto y apartado del bullicio de la ciudad. El lugar era neutral, un terreno donde ni uno ni el otro podría sentirse en desventaja. Clara llegó primero. Miraba a través de la ventana, observando cómo las gotas de lluvia deslizaban por el cristal. Se preguntaba si este encuentro cerraría de verdad los capítulos pendientes o si solo abriría nuevas heridas.
Daniel llegó poco después. Al verla, sintió una mezcla de alivio y ansiedad. Con pasos lentos, se acercó a la mesa. Clara levantó la vista y sus miradas se encontraron por un breve instante antes de que ambos desviaran los ojos, incómodos con la intensidad de las emociones que cargaban.
—Hola, Clara —dijo Daniel, rompiendo el silencio.
—Hola, Daniel —respondió ella con una sonrisa que no llegaba a sus ojos.
Ambos se sentaron y pidieron café, como si esa formalidad pudiera facilitar el difícil camino que tenían por delante. Los primeros minutos pasaron en un silencio tenso, roto solo por el ruido de las tazas al ser colocadas sobre la mesa.
—¿Cómo has estado? —preguntó Daniel finalmente.
Clara se encogió de hombros. —He tenido días mejores y días peores. ¿Y tú?
—Igual —respondió Daniel, jugueteando nerviosamente con la cuchara—. He pensado mucho en nosotros, en lo que pasó.
Clara asintió. —Yo también. No es fácil dejarlo atrás, ¿verdad?
—No, no lo es —admitió Daniel. Hubo una pausa antes de que continuara—. Clara, sé que cometí muchos errores. Debería haber sido más honesto contigo, haber escuchado más.
—Yo también tengo mi parte de culpa, Daniel —dijo Clara, su voz apenas un susurro—. Puse expectativas imposibles sobre ti, sobre nosotros. No fui justa.
Las palabras empezaron a fluir más fácilmente, aunque cada una parecía cargar con su propio peso. Hablaron de las promesas rotas, de las oportunidades que dejaron pasar, de los momentos en los que el amor no fue suficiente para sanar las heridas. Clara recordó las noches solitarias, llenas de dudas y resentimientos. Daniel habló de su miedo al compromiso, de su incapacidad para enfrentar los problemas de frente.
—Tuvimos tantos momentos buenos —dijo Daniel, su voz quebrándose ligeramente—. Pero creo que ambos sabíamos que había algo que nunca pudimos resolver.
—La desconfianza —dijo Clara, mirando a Daniel con ojos llenos de tristeza—. Siempre estuvo allí, como una sombra.
—Sí, y aunque intentamos superarla, siempre regresaba —admitió Daniel—. No sé si alguna vez podré perdonarme por eso.
Hubo un largo silencio mientras ambos procesaban sus palabras. A pesar de la conexión que aún sentían en algunos momentos, las cicatrices del pasado eran profundas. Los recuerdos de los malentendidos y las discusiones parecían insuperables.
—Quizás nunca debimos estar juntos tanto tiempo —dijo Clara finalmente—. Pero también sé que aprendí mucho de ti, de nosotros.
Daniel asintió, sus ojos brillando con lágrimas no derramadas. —Yo también. Tal vez algunas personas solo están destinadas a cruzar nuestros caminos por un tiempo, no a quedarse para siempre.
—Quizás —respondió Clara, forzando una sonrisa—. Pero quiero que sepas que a pesar de todo, no me arrepiento de haberte conocido.
Daniel sonrió, una sonrisa triste pero sincera. —Tampoco yo, Clara. Tampoco yo.
Se quedaron en silencio, bebiendo el café que ya se había enfriado. Sabían que este era el final de su historia juntos, al menos en esta vida. La conversación, aunque dolorosa, había sido necesaria. Ambos se habían dado cuenta de que las heridas del pasado eran demasiado profundas para sanar completamente, pero también habían encontrado un cierre, una manera de seguir adelante sin los fantasmas de su relación.
Cuando finalmente se levantaron para irse, hubo un breve abrazo, lleno de nostalgia y despedida. Sin decir más palabras, se dieron la espalda y se alejaron, cada uno tomando un camino diferente, listos para comenzar un nuevo capítulo en sus vidas.