V.

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Aeron había regresado a las tierras de su familia luego de un mes estando en la Fortaleza Roja como invitado de Aegon.

Caminó con paso firme hacia la división de las tierras de los Blackwood y los Bracken, su mente nublada por una mezcla de emociones contradictorias.

La esperanza de ver a Davos, aunque solo fuera de lejos, lo impulsaba a seguir adelante, a pesar del miedo y la ira que lo consumían.

Al acercarse a la línea divisoria, divisó a sus dos amigos, Sir Cedric y Sir Roland, quienes parecían estar enfrascados en una conversación. Aeron se dirigió hacia ellos, pero su atención fue rápidamente captada por una figura familiar en el campo de entrenamiento.

Davos estaba allí, entrenando a su grupo de caballeros.

Su rostro mostraba una expresión severa y enojada, los movimientos de su espada eran más agresivos de lo habitual.

La intensidad de su enojo era palpable, incluso desde la distancia.

Aeron sintió un nudo en el estómago al ver a Davos en ese estado. Recordó las palabras de la carta y no pudo evitar una risa amarga y sarcástica.

–Vaya, parece que alguien se levantó con el pie izquierdo –murmuró Aeron con ironía, más para sí mismo que para sus amigos.

Sir Cedric y Sir Roland lo miraron con curiosidad, pero Aeron no les dio tiempo para preguntar nada.

Aeron se detuvo a cierta distancia, observando a Davos desde lejos.

No se atrevió a acercarse más, temeroso de desencadenar una confrontación que ninguno de los dos deseaba realmente.

Desde donde estaba, podía ver claramente la furia y el odio en los movimientos de Davos, en cada golpe de espada y en cada orden que daba a sus caballeros.

El dolor de ver a su antiguo amigo así era casi insoportable, pero Aeron sabía que no podía hacer nada para cambiar la situación.

Las decisiones habían sido tomadas, y los caminos que habían elegido los habían llevado a esta amarga separación.

Davos, sin saber que Aeron lo observaba desde la distancia, continuó con su entrenamiento, su expresión severa y concentrada.

Cada movimiento reflejaba la intensidad de sus emociones, la mezcla de ira, frustración y dolor que lo consumía.

Aeron suspiró, sintiendo una punzada de arrepentimiento y tristeza.

Recordó los tiempos en que él y Davos habían sido inseparables, luchando juntos y compartiendo sueños de un futuro mejor.

Ahora, esos recuerdos solo servían para acentuar la amarga realidad de su situación actual.

–Lo siento, Davos –murmuró Aeron para sí mismo, su voz apenas un susurro en el viento–. Ojalá las cosas pudieran ser diferentes.

Con un último vistazo a Davos, Aeron se dio la vuelta y comenzó a alejarse, sabiendo que, por ahora, la distancia era lo único que podía mantener entre ellos.

Mientras caminaba, el peso de la carta de Davos aún colgaba sobre él, un recordatorio constante de la complejidad de sus emociones y la profundidad de su conflicto interno.

La figura de Davos se desvaneció en la distancia, pero el dolor de su separación permaneció con Aeron, un eco constante de lo que una vez habían sido y lo que nunca volverían a ser.

Aeron se adentró en el campamento, absorto en sus pensamientos tumultuosos, cuando de repente sintió una mano sobre su boca. Instintivamente, intentó apartarse, pero una voz conocida susurró con enojo a su oído.

"The dance of the end of our love" Donde viven las historias. Descúbrelo ahora