CAPÍTULO 6

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Para ser bella, hay que ver estrellas, pero yo no quería ser bella, quería ser una estrella

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Para ser bella, hay que ver estrellas, pero yo no quería ser bella, quería ser una estrella.
Elizabeth


Sollocé cada noche, cada día y cada segundo, y no por las cortadas, ni las cicatrices que quedarían, sino porque había un pedazo de mí que se había destruido, en el fondo sabía muy bien que me había desintegrado.

Las noches fueron más pesadas, gracias a él no podría dormir bien durante un buen tiempo, había desarrollado insomnio, además había marcado mi cuerpo y mi alma de una manera tan cruel.

—Para haber pasado tres días, van mejor las heridas - comentó la mujer que siempre se ha encargado de mí

—¿Por qué lo hizo?

Un silencio profundo fue mi respuesta y lloré, las lágrimas se deslizaron nuevamente por mis mejillas hasta esconder la cara para morder las sábanas e intentar que pararan, lo cual era casi imposible.

Una voz empezó a sonar más fuerte desde el pasillo, hasta que la puerta hizo eco bruscamente y me giré para ver aquella mujer rubia de hace unos días en las escaleras, llevaba un traje blanco, el pelo en una coleta, sus ojos eran oscuros y su piel un poco clara.

—¡Largo!- Ordenó en un grito cargado de furia

—Señora yo no...

—¡Qué te largues!

La mujer que estaba cuidándome se marchó dándome una mirada de lástima, enseguida quedé a solas con aquella otra mujer y tragué saliva desde mi posición, intenté incorporarme pero las heridas me recordaron el porqué estaba en aquella pose.

—Tú... ¡Haz destrozado mi familia!

La miré intentando comprender su ira, pero no lograba comprender absolutamente nada, sus ojos viajaron hacia la zona dañada y la ví tomar un envase, cuando el líquido hizo contacto con la carne dolió, me dolió como nunca, las ganas de gritar regresaron pero mi garganta no daba para mucho.

—¿Por qué...?

Ella tomó la cadena de mi cuello obligándome a mirarla, provocando que me arrastrara y elevara mi vista.

—Te odio, una campesina como tú...

La fuerza que ejercía me estaba cortando la respiración, se lo hice saber intentando que soltara la cadena, pero era imposible, el odio estaba reflejado en sus ojos, mezclado con dolor, con un dolor que yo no llegaba a comprender en ese preciso instante.

—¡Quiero que te mueras!, ¡Muérete!

Por favor...

—¡Muérete como lo hizo tú nana!

La vida se me paralizó en ese momento, Porque está muerta, Muérete como lo hizo tú nana... Aquellas frases en ese preciso instante me derrumbaron por completo.

ELIZABETH 【EN EDICIÓN]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora